¿Se pueden cambiar los bancos en la iglesia?
Como estamos en Cuaresma, tiempo de desapegarse de lo superfluo y volver a lo esencial, aprovecho para colar una reflexión sobre el paradigmático caso de los bancos que usamos en la iglesia para sentarnos.
Cuentan en Holy Trinity Brompton (HTB), la parroquia anglicana de donde sale Alpha, que a final de los años setenta hubo un desacuerdo entre la feligresía y el párroco quien quería cambiar los bancos de la iglesia por sillas.
El problema era disponer de un espacio apto para lo que el párroco quería desarrollar en la parroquia, lo cual era imposible entre las estrechas bancadas al uso, adornadas con los tradicionales ornamentados cojines anglicanos a modo de reclinatorio.
El valiente párroco se llevó más de un disgusto por el tema y le tocó dar unas cuantas explicaciones teológicas a lo largo de un año antes de poder cambiar lo que se había hecho toda la vida en aquella parroquia. Así se sentaron las bases para que una comunidad envejecida con apenas unas decenas de feligreses se convirtiera en la macroiglesia que es hoy, donde los conversos se cuentan por cientos.
Fue entonces cuando instalaron las sillas apilables que se quitan y ponen según necesidad, las cuales ayudan a configurar la iglesia de mil maneras, desde la más tradicional en filas británicamente ordenadas, hasta la más libre y juvenil.
Pero, paradojas de la vida, hace unos cuatro años alguien sugirió la idea de quitar del todo las sillas, pues los jóvenes estaban dejando de ir a HTB para ir a la vecina Saint Paul’s Onslow Square porque allí no tenían sillas y se sentían más libres para alabar a Dios.
El párroco actual, que tiene cintura, accedió a quitar las sillas para el servicio de los jóvenes, no sin recordar sus andanzas de joven coadjutor cuando se quitaron los bancos, riéndose de sí mismo porque a él eso de no tener sillas no le gusta un pelo, como a sus mayores tampoco le gustó lo de no tener bancos.
Toda una paradoja del cambio y la importancia de estar siempre aprendiendo y dispuestos a evolucionar.
Hasta aquí el ejemplo, que al venir de otra confesión cristiana no puede ser cien por cien extrapolable a nuestro mundo católico, pero cabe preguntarse cómo se aplica todo esto en nuestra Iglesia.
Desde luego terminado el Concilio se empezaron a construir iglesias de las formas más variopintas, y en algunos casos se eliminó de ellas hasta los reclinatorios, generando polémica y una cierta mala fama, pues en este tipo de iglesias la gente ni se arrodilla para la consagración, ni parece prestar atención a las mínimas reglas de “urbanidad” dentro del templo (genuflexión, silencio, etc).
Por quitar, algunos hasta han eliminado los confesionarios y con ellos también el uso del sacramento de la penitencia.
Desde luego había una teología detrás de este cambio, así como un afán de hacer todo más accesible, y viendo los bancos de antiguas iglesias uno no puede extrañarse de un cierto efecto rebote. Lo que yo me pregunto es qué porcentaje de esto era teología, qué porcentaje voluntarismo, qué porcentaje rebeldía y reacción, así como lo más importante: cuánto de eso se hizo desde la voluntad de Dios.
Pero eso son antiguas batallas, que ahora no vienen al caso, pues si queremos pensar en cómo será la parroquia del S. XXI debiéramos superar los batallas pasadas de las décadas precedentes.
Como no me siento generacionalmente cerca ni del anteconcilio ni del postconcilio, me permito hacer una reflexión acerca de la capacidad de cambio y adaptación que tenemos en la Iglesia desde la óptica de quien ha vivido muchos tipos de iglesias.
El caso de los bancos es un claro ejemplo de un medio que ha de servir para el fin, y muchas veces uno no puede evitar tener la sensación de que le toca vivir con los muebles de sus abuelos, cuando lo que le gustaría sería tener una casa un poquito más moderna.
Por supuesto no se trata de llamar a IKEA para que nos amueble nuestros espacios religiosos, pero no estaría de más un poquito más de adaptación a los tiempos que corren. Pero claro, para esta adaptación, primero hace falta una teología clara de lo que se quiere hacer.
Si estamos hablando de tiempos de diálogo con los gentiles, necesitaremos un atrio de los gentiles como en el templo de Jerusalén.
Si hablamos de una Iglesia en estado de misión, y no de conservación o mantenimiento, necesitaremos espacios aptos donde evangelizar a los alejados. La gente de fuera no va a venir a una iglesia donde todo gira entorno a un culto litúrgico en el que no pueden participar (“¿Cómo van a invocarlo si no han creido en el?” Rom 10,14).
Si queremos una vuelta al primer anuncio para un mundo ateo, quizás la pila de bautismo tiene que recuperar su centralidad, pues serán muchos los que se conviertan y necesitaremos un lugar para los catecúmenos adultos.
Y si hablamos de recuperar a la juventud, no estaría de más plantearse espacios diferentes y atractivos para ellos, donde puedan estar en la iglesia sin sentir que han retrocedido 200 años en el tiempo.
¿Ejemplos de todo esto?
Lugares como Taizé, o los encuentros del Emmanuelle en Paray -Le- Monial, o los espacios de adoración eucarística de los Sentinelle del Mattino en Italia. También las parroquias neocatecumenales, y sus maneras de celebrar la liturgia en comunidad son ejemplos de adaptaciones teológicas que no se hacen porque sí.
Existen también casas de evangelización, diferentes a las parroquias, como las de lo Siervos de Cristo Vivo en Santo Domingo (aunque se pueden actualizar, ya que tienen sus años, pero el concepto es plenamente actual).
Existen parroquias que se diseminan en células de evangelización, como San Sturzo en Milan, con su párroco don Pigi…
No se puede poner puertas al campo, y menos al Espíritu Santo, y la gran pregunta de hoy en día es si no estaremos aprisionándole entre las cuatro paredes imperfectas que reflejan nuestra manera de hacer y ver las cosas, en el nombre de la sacrosanta tradición y el “siempre se ha hecho así”.
A mi que no me digan que no se puede ser creativo, innovador y adaptable, a la vez que hijo de la Tradición, el Magisterio y la obediencia a la Santa Madre Iglesia, sin confundir churras con merinas, ni aferrarse a cosas accesorias que por su propia naturaleza están llamadas a cambiar.
Porque si de tradiciones se trata, no estaría de más recordar que en tiempos de Nuestro Señor Jesucristo no estaba popularizado el uso de sillas, por lo que los más puristas tendrían que empezar por eliminar todo asiento de las iglesias…