Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad

Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad

por Néstor Mora Núñez

Tomo un párrafo del mensaje cuaresmal que el Santo Padre nos acaba de entregar: 

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás
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¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. 

Desde estas palabras del Santo Padre me atrevo a echar un vistazo a la actualidad eclesial de los últimos días.

Nos ha tocado vivir tiempos convulsos y llenos de contrastes. La Iglesia a veces parece sólida  y otras extremadamente frágil.  Según donde miremos y según nuestra propia experiencia vital, encontraremos más o menos razones para la Esperanza  Es normal que cada cual diagnostique el futuro según lo que le duele en carne propia, pero hemos de ser conscientes que la Fe conlleva la Esperanza de saber que Dios no abandona a su Iglesia. Hablar de la Iglesia es también hablar de quienes la formamos, de nuestros hermanos en Cristo. 

En estos días se ha hablado bastante de dos grietas en el Cuerpo de Cristo. Dos grietas que separan a tradicionalistas y progresistas de vivir la comunión completa con todos y cada uno de nosotros. La Fraternidad de San Pio X y los sacerdotes Austriacos reunidos en torno la iniciativa Pfarrer, son en estos momentos dos extremos opuestos y no por ello dejan de tener elementos comunes en sus posicionamientos. 

Ambos grupos humanos están cargados de razones que les llevan a solicitar que la Iglesia se una a ellos para dejar de sufrir. Ambos grupos sufren su propia situación, desean ser oídos y comprendidos en sus realidades. No quitaré una sola de las razones de cada grupo, ya que quienes las proponen tienen argumentos que podremos compartir o no. Lo que unos detestan, los otros lo reclaman como elemento central. Es evidente la tensión. Pero ¿Es esto tan extraordinario? 

La Iglesia siempre ha vivido tensionada. Recordemos la razón que llevó a convocarse el primer Concilio de Jerusalén: ¿Qué hacer con los gentiles conversos? Cada cual daba razones de peso para llevar la decisión hacia sus intereses. Lo cierto es que la Iglesia evolucionó por el camino adecuado más allá de las consideraciones de unos y otros. 

En las cartas a las Iglesias del Apocalipsis podemos encontrar evidencias proféticas de esa tensión eclesial constante. Los Ángeles de las Iglesias alaban lo bueno que encuentran en cada una de ellas y rechazan lo que es contrario a Cristo. Las siete Iglesias son un símbolo de la Iglesia universal, llena de contrastes y tensiones. En la medida que sepamos perder lo que nos sobra y compartir lo que necesitamos, las Iglesias terminarán por ser una única muchedumbre que se arrodilla frente al Cordero triunfante. 

La actualidad también nos enfrenta a las ofensas que algunos ministros de Dios han cometido. Esa terrible pederastia que se ha imbuido hasta la médula en el interior de la Iglesia. ¿Qué nos demuestran estos escándalos? Que debemos de ser humildes y no creernos ya salvados y convertidos automáticamente. Todos nosotros, desde el Santo Padre hasta el último bautizado, necesitamos de la humilde conversión que es don de Dios. Necesitamos reconocernos como una Iglesia de tullidos que caminamos juntos con la Esperanza de obtener del Señor una naturaleza más perfecta: la santidad. 

Pero la Iglesia se muestra viva y dinámica en muchos aspectos. Cada vez somos más conscientes de nuestra responsabilidad personal y eso se puede estar empezando a visualizar en las estadísticas. En el último barómetro del CIS aparece  un incremento del 2,1% en el número de personas que asisten a misa con asiduidad. A la par hay una disminución del 2,3% de personas que se denominan católicas. Menos católicos, pero quienes estamos en la Barca, los somos con mayor compromiso. ¿Qué hacer con quienes vuelven? Hay que crear dinámicas de acogida en las parroquias para que encuentren el calor de la acogida que merecen. Recordemos la parábola del Hijo Pródigo. 

Volvamos al mensaje cuaresmal del Santo Padre: 

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana. 

Vivir la fidelidad al Evangelio no es fácil, pero por ello es cada vez más necesaria la vivencia sincera del cristianismo. 

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua.

 

Quiera el Señor darnos la fortaleza necesaria para seguir sus pasos en este Adviento que tenemos ya cercano.

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