¿Corrupción en el Vaticano? Sugiero algunos despidos
La carta privada de mons. Viganò el Papa exhibida durante el programa. |
Un momento durante la entrevista al card. Velasio De Paolis en el programa "Gli intoccabili". |
¿Qué ha pasado? A mitad de la última semana del mes de enero de 2012, el canal 7 de la televisión italiana proyectó un programa titulado «Los intocables» («Gli intoccabili»). El programa presentó dos cartas privadas de mons. Carlo Maria Viganò: una al Papa, del 7 de julio de 2011, y otra al cardenal Secretario de Estado, del 8 de mayo de 2011. En ambas advertía de algunas situaciones que, según él, implicaban anomalías de gestión económica en la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano y pedía no ser removido de su cargo.
Mons. Viganò es, desde octubre de 2011, nuncio pontificio en los Estados Unidos. Anteriormente fue secretario de la Gobernación del Estado Vaticano, oficio que desempeñó desde julio de 2009 hasta su cambio. En palabras simples, era el segundo en mando en la administración del Estado más pequeño del mundo (el actual organigrama se puede consultar aquí).
En las cartas privadas exhibidas en el programa de tevé (y ahora circulando por internet), mons. Viganò sugiere que su cambio a una de las principales nunciaturas de la Santa Sede en el mundo, la de Washington, se debe a calumnias en su contra por haber descubierto las anomalías que cree haber encontrado durante su periodo de trabajo en la gobernación del Estado Vaticano.
Dado que las cartas de mons. Viganò mencionan nombres de personas que trabajan en el Comité de Finanzas del Vaticano y en la Secretaría de Estado de la Santa Sede, el programa de televisión toma pie de ellas para lanzar ulteriores y graves acusaciones de corrupción.
Es este punto lo que llevó al portavoz de la Sala de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, a decir en un comunicado oficial del 26 de enero de 2012 que esas calumnias «comprometen a la propia Secretaría de Estado y a la Gobernación a seguir todas las vías oportunas, incluso las legales si es necesario, para garantizar la honorabilidad de personas moralmente íntegras y de reconocida profesionalidad, que sirven lealmente a la Iglesia, al Papa y al bien común».
En todo esto hay un punto que tal vez se está tomando poco en cuenta: ¿cómo llegaron esas cartas privadas y confidenciales a la prensa? Hay dos hipótesis posibles: o las filtraron desde el Vaticano o las filtró el remitente (como insinúa Sandro Magister, por ejemplo).
En el supuesto de que se hayan filtrado desde dentro, es evidente que no es la primera vez que documentos reservados saltan a los medios de comunicación. Sucede a menudo con nombramientos de obispos, cardenales, incluso con textos en preparación de algunos dicasterios. En estos casos quizá la corrupción que se deba temer realmente es precisamente la de la deslealtad y la traición de quienes, eclesiásticos, laicos o religiosos (as) que colaboran en la Santa Sede, diciendo servir a la Iglesia, la corrompen desde dentro con acciones de ese tipo.
Se entiende así mejor, como de hecho refería el Vatican Information Service (cf. boletín telemático del 26 de enero de 2012), la «amargura por la difusión de documentos reservados» y los «métodos periodísticos discutibles» con los que ha sido realizado el programa, y que a menudo forman parte de un «estilo de información facciosa respecto al Vaticano y a la Iglesia Católica».
La autoridad competente debería pensar seriamente en el despido y sanción canónica, en caso de que sean eclesiásticos o religiosos (as), de aquellas personas en las que las virtudes de la discreción y la reserva no son precisamente las que en ellos resplandecen. Ya es hora de que esto tenga un límite real por el bien de la Iglesia.
Por lo demás, como escribe Diego Contreras, el caso en cuestión «tiene todos los ingredientes para alimentar el imaginario sobre las “luchas de poder bajo la cúpula de san Pedro”. La realidad, posiblemente, sea más modesta y esté más relacionada con las pasiones humanas de no poca gente llena de buena voluntad. En todo caso, se trata de un triste espectáculo que manifiesta que, en buena parte, los verdaderos problemas de la Iglesia están dentro».
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