Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Epifanía. La manifestación de Dios al hombre

Epifanía. La manifestación de Dios al hombre

por Néstor Mora Núñez

Los judíos [pastores y gente sencilla] fueron conducidos a él por el anuncio del ángel; los magos [gentiles], por la indicación de una estrella. Estrella esta que confunde los vanos cálculos y las adivinanzas de los astrólogos, puesto que mostró a los adoradores de los astros que quien debía ser adorado era el creador del cielo y de la tierra. En efecto, quien al morir oscureció el sol antiguo, él mismo al nacer manifestó la nueva estrella. Aquella luz dio comienzo a la fe de los gentiles, aquellas tinieblas fueron una acusación contra la perfidia de los judíos. ¿Qué estrella era aquella que jamás había aparecido antes entre los astros ni permaneció después para que pudiéramos verla? ¿Qué otra cosa era sino la extraordinaria lengua del cielo aparecida para narrar la gloría de Dios y proclamar con su inusitado fulgor el inusitado parto de una virgen, a la que había de suceder, una vez desaparecida ella, el Evangelio por todo el orbe de la tierra? Finalmente, ¿qué dijeron los magos al llegar? ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? ¿Qué significa esto? ¿Acaso no habían nacido antes numerosos reyes de los judíos? ¿Por qué tanto empeño en conocer y adorar al rey de un pueblo extraño? Hemos visto, dijeron, su estrella en el oriente, y hemos venido a adorarlo. ¿Acaso le buscarían con tanta devoción, le desearían con afecto tan piadoso, si no hubiesen reconocido en el rey de los judíos al que es también rey de los siglos? (San Agustín, fragmento sermón 201,1)

 

San Agustín se plantea una serie de preguntas interesantes sobre la narración de la Epifanía. ¿Qué estrella había llevado a los Magos? ¿Qué dijeron los Magos al llegar?

 

Tal como indica San Agustín, los pastores eran judíos sencillos, mientras que los Magos eran gentiles instruidos. Dios se manifestó a ellos por medio de dos signos muy interesantes: un Ángel fue quien llevó la buena noticia a los pastores, mientras, una estrella fue quien dio la misma noticia a los Magos. Los Magos llegaron sabiendo qué buscaban: al Rey de Israel, el pueblo elegido. Es evidente, como indica San Agustín, que eran conscientes que el Rey de Israel era también Rey del mundo y Rey suyo. La estrella les informó tanto del dónde, como del cuándo y el Quién.

 

Dios nos habla de forma personal a cada uno de nosotros. Algunos reciben la noticia de un Ángel. A otros, es la ciencia la que le indica el camino. Pero en ambos casos hay un elemento común: la humildad y la limpieza de corazón.

 

Los corazones cerrados y las mentes llenas de soberbia, no son capaces de oír la “extraordinaria lengua del cielo aparecida para narrar la gloría de Dios”. La misma estrella que guía a los Magos, “confunde los vanos cálculos y las adivinanzas de los astrólogos” que se creen sabios y entendidos. Esto sabios de corazón cerrado y mentes llenas de soberbia, son incapaces de entender que la Palabra que nace en nuestros corazones y acampa en las mentes.

 

Ojalá podamos decir nosotros, “Hemos visto su estrella en el oriente, y hemos venido a adorarlo”, ya que significará que estamos dispuestos a adorar y aceptar al Señor.

 

El texto de San Agustín no dice nada de la vuelta de lo Magos. Avisados en sueños, deciden volver por otro camino, a fin de evitar encontrarse con quienes desean la muerte del Salvador. Todavía no era el tiempo de dar testimonio ante los gentiles que no son capaces de oír el mensaje. Habrá que esperar al Bautismo de Cristo para que Juan el Bautista proclame al mundo abiertamente: 


«He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.» (Jn 1,29-31)

 

A partir de ese momento, la Palabra se manifestará de manera completa a todos los pueblos.

¿Afecta la Epifanía al ser humano del siglo XXI? Quizás esta celebración haya quedado oscurecida por la vorágine del consumismo navideño y de los regalos a los niños. Pero la Epifanía de nuestro corazón no necesita de un día concreto. Más bien deberiamos aspirar a que el Señor se manifieste en nuestra vida todos los días del año.

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