Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Urdangarín y el destino de los Borbones

por César Uribarri


Que poco se necesita para hundir en los abismos la altivez humana. Y hablo de mi, porque me ha bastado una simple gripe para quedar fuera de combate largos días. Desde luego que no necesité mucho para caer en los abismos, al menos de la impotencia y la incapacidad. Y si otros exigen cañones, a mi me bastó lo más diminuto para desaparecer. Por tanto, si en estos días en los que el sólo coger fuerzas me parecía hazana heroica, no puedo por menos que aprovechar que ahora soy más dueño de mi voluntad para pedir al Niño una Santa y Feliz Navidad para todos.


Y cuan cierto lo poco que se necesita para hundir en los abismos la altivez humana, y ya no hablo de mi. Porque estamos asistiendo día a día al derrumbe de un ídolo, cuando pocas veces se nos dará la oportunidad de ser testigos de la caída, lenta pero inexorable, de alguien que el mundo consideraba “grande”. Sabemos que, de vez en cuando, los ídolos son arrancados de sus pedestales y derribados al suelo. Pero también comprobamos lo fuerte que defienden sus intereses los hombres, y como se agarran con uñas y dientes a sus privilegios, poderes, estatus. Sin embargo, quién lo iba a creer años atrás, estamos asistiendo al descabalgamiento de Urdangarín, el yerno del Rey de España, y con él, duro es decirlo, al tambaleamiento de la monarquía española. Años ha ya se filtró aquella frase de la Reina Sofía en el desfile militar del 12 de octubre: “¿qué será de nosotros, de nuestros hijos?”, tal era la presión a la que se veían sometidos por parte del anterior gobierno socialista, con las loas continuas y la reivindicación constante de la II República española como panacea universal. Y con todo, el terremoto Urdangarín puede hacer más daño que aquella presión institucional perversa a la que fueron sometidos desde el gobierno Zapatero.


Y no entro a juzgar actuaciones, sino a constatar evidencias. El tema Urdangarín ha tocado la base de la monarquía española hasta el punto de exigir del Rey de España una intervención a la que estamos poco acostumbrados, eso sí, indirecta, pero clara. Es más, ayer en la inauguración de la nueva (¿y última?) legislatura de las cortes españolas, el Rey fue ovacionado de un modo extraordinario. Pero sin hecho heroico que lo justificara se me antojó más como reconocimiento por los servicios prestados al que pronto los dejará de prestar. No, no me gustó ese gesto de los diputados. Y me trajo recuerdos de aquellos otros aplausos que precedían a la defenestración.


Pero Dios guarda y cuida las dinastías, como guarda y cuida ciertos pueblos. Israel, el pueblo judío ha sido privilegiado por Dios desde antiguo y no por causa y razón de sí mismo, sino por causa y razón de su elección como cuna de la que vendría la Salvación. Dios elige las raíces que traerán al vástago, al retoño salvador, por amor al fruto venidero, pero amando al fruto ama la raíz que lo hizo posible. Y así, a pesar de los mismos elegidos empeñados en incumplir su misión, Dios los protege y conduce a fin de que se encarne la Promesa en el tiempo oportuno. Pero de modo desconcertante, con el advenimiento de la Promesa Dios no olvida la raíz que lo hizo posible sino que, de modo más admirable aún, vela por ellos en espera de otros misterios. Estos son las promesas novotestamentarias sobre la incorporación de Israel a la Iglesia, que será para gran bien del mundo y de la Iglesia, y que aún no vemos ni intuimos.


Y lo que pasa con algunos pueblos pasa con algunas dinastías monárquicas, a veces de modo escandaloso
, que son protegidas por Dios en orden a una salvación que nos deberá venir de ellas. Si incumplen la misión para la que fueron escogidas, Dios retira su protección y se asiste a su derrumbe a veces de modo fulminante. Así pasó con los Borbones franceses. Dios los quiso como baluarte y defensa de la fe en Francia de un modo inaudito y casi plástico. Recordemos aquel encargo que Nuestro Señor dio a santa María Margarita de Alacoque para que se lo hiciera llegar a Luis XIV:


"Haz saber al hijo mayor de mi Sagrado Corazón, que así como se obtuvo su nacimiento temporal por la devoción a los méritos de mi Sagrada Infancia, así alcanzará su nacimiento a la gracia y a la gloria eterna, por la consagración que haga de su persona a mi Corazón adorable, que quiere alcanzar victoria sobre el suyo, por su medio sobre los de los grandes de la tierra. Quiere reinar en su palacio, y estar pintado en sus estandartes y grabado en sus armas para que queden triunfantes de todos sus enemigos, abatiendo a sus pies a esas cabezas orgullosas y soberbias, a fin de que quede victorioso de todos los enemigos de la Iglesia".
 

Luis XIV no cumplió y la consagración tardía y angustiosa de Luis XVI, estando ya en prisión en tiempos de la cruenta revolución francesa, no evitó la ruina de la monarquía, y con ella, la ruina de la fe cristiana.
 

Pero la rama borbónica, como ninguna otra rama dinástica, ha sido tomada por Dios como fuente de futura salvación. Y visto lo visto, el derrumbe al que asistimos, nos desconcierta.
 

3 de enero de 1946, Ida Peerdeman recibe una extraña visión. Son las apariciones de Ámsterdam. Y cuanto ve lo describirá la misma vidente en ese tono casi onírico que caracterizan las apariciones de Ámsterdam.

 
"Después veo de pronto a alguien a caballo y con armadura. Cuando pregunto quién es, me responden:

“Juana de Arco”.

Detrás de ella veo de repente surgir una gran catedral. Yo pregunto qué iglesia es y oigo dentro de mí: “Ésa es la Catedral de Reims”. Veo entonces venir un cortejo que va hacia la iglesia. Es un cortejo de tiempos antiguos, con alguien a caballo que lleva un escudo y una espada; a su alrededor hay muchos escuderos. Yo oigo:

“Borbón”.

Siento entonces: Eso es para más tarde.”
 

¿Qué promesas están reservadas a los Borbones? De esta visión se desprenden muchos símbolos sorprendentes. Un Borbón futuro equiparado a santa Juana de Arco, como tipo de aquella enviada por el Cielo para restaurar la moral y la fe de un pueblo hundido. Un Borbón, caminó de Reims -donde Juana llevó al delfín para su coronación como Rey de Francia- como símbolo de una coronación futura que traerá la paz a una tierra marchita y postrada. Y no una tierra cualquiera, por cuanto la misma Señora aparecida se quiere llamar Señora de todos los pueblos, como si la tal coronación fuera para bien de la humanidad y paz de todos los hombres. Y lo más desconcertante aún, esa visión como de tiempos antiguos, emplazada en el futuro, como de cosas que creíamos perdidas pero que volverán, justo ahora, cuando la crisis económica y la crisis energética llevada a su extremo puede llevar al colapso de lo conocido y así, hacer entendible ese retrotraerse a imágenes que creíamos perdidas. ¿No recuerda acaso esto a aquella extraña imagen de Fátima donde se dispara, con las balas, flechas al Papa y a sus fieles hijos? Símbolos, por ello, de una vuelta a estándares de vida que creíamos perdidos pero que quizá veamos regresar.
 

Y es que, ese tambaleamiento de la monarquía española no ha hecho sino asombrarme por cuanto diera la impresión de que se prepararan las circunstancias que hagan posible la preparación del esperado. Y no digo que sea mañana, sino simplemente que lo que años atrás parecía una línea sucesoria dinástica tranquila y serena, empieza a adquirir tintes impredecibles. Porque en cierto modo ese Borbón prometido parece, proféticamente hablando, que será de la rama española. Pero esto lo dejo a la sabiduría de los lectores.
 
 
 
 
x  cesaruribarri@gmail.com



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