Se le soltó la boca y la lengua empezó a hablar bendiciendo
Se le soltó la boca y la lengua empezó a hablar bendiciendo a Dios
Sí, «en su misericordia» Dios «nos ha visitado, Sol que viene de lo alto; y ha brillado para los que estaban sentados en tinieblas y en sombras de muerte, y ha dirigido nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79). Es en estos términos que Zacarías, liberado ya del mutismo en que había caído a causa de su incredulidad, y lleno de un Espíritu nuevo, bendecía a Dios de una nueva manera. Porque en adelante todo era nuevo, por el hecho de que el Verbo, por un proceso nuevo venía a cumplir el primer designio de su venida en la carne para que el hombre, que se había alejado de Dios, fuera por él reintegrado en la amistad con Dios .Y es por ello que este hombre aprendía a honorar a Dios de una manera nueva. (San Ireneo de Lyón. Contra la herejías III, 10,1)
¿Hemos ya vencido nuestra incredulidad? ¿Nuestra lengua salta bendiciendo a Dios de una nueva manera? ¿Qué nos sucede? ¿Por qué callamos con indolencia y desafección? ¿Estamos vacíos de Espíritu? ¿Qué nos atenaza?
«nos ha visitado, Sol que viene de lo alto; y ha brillado para los que estaban sentados en tinieblas y en sombras de muerte, y ha dirigido nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79).
Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a
los hombres de buena voluntad. Te alabamos,
te bendecimos, te adoramos, te glorificamos,
te damos gracias por Tu inmensa gloria,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre omnipotente.
Nos atenazan tantas cosas. Tantas inercias, tantos miedos, rencores, suspicacias y resentimientos. Nos atenaza el pecado, que nos convierte en piedras como le sucedió a la mujer de Lot. Al mirar atrás, al mundo, a la voluntad egoista, nos hemos vuelto incapaces de encarnar la vida del Espíritu.
Somos incrédulos, pero todavía tenemos una semana para intentar mejorar algo nuestra predisposición a que nazca el Verbo en nuestro corazón. Dejemos un rato de mirar los ojos ajenos, buscando pajas y veamos en ellos la dicha de Dios vivo. ¿Nos lo impiden nuestras vigas? Las vigas tienen su lugar en la chimenea. Tirémoslas allí y despejemos nuestra mirada.
Miremos a nuestro interior y despejemos el espacio necesario para el nacimiento del Señor. No hace falta más que le dejemos entrar en nuestro establo. Nuestro establo, es decir, nosotros mismo sin estar limpios, ordenados y transformados. Cristo no necesita una habitación de un palacio, sólo un lugar donde cobijarse y empezar su acción transformadora en nosotros.
Dios se hizo carne para que el hombre, que se había alejado de Dios, fuera por él reintegrado en la amistad con Dios. Sé que lo más difícil de todo es aceptar nuestras culpas, confesarlas y dejar que Dios sane las heridas que llevamos dentro. Pero el designio de Dios es que la amistad entre El y cada uno de nosotros, sea una amistad nueva y esplendorosa.
¿Estamos atentos a abrir la puerta a San José y la Virgen María?