Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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De las dos Vírgenes de Guadalupe (la extremeña y la mejicana)

por Luis Antequera

 
             El 9 de diciembre de 1531, la Virgen se aparecía al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin y a su tío Juan Bernardino, en la que había de ser la primera de cuatro apariciones, a razón de una por día, que finalizaron tres días después, el 12 de diciembre, y tuvieron lugar en el Tepeyac, cerro en el que existía un templo prehispánico dedicado a la Diosa Cóatl-cuéitl, que cabe traducir como “Señora de las Serpientes”, y en el que, dentro del espíritu sincrético del que siempre ha hecho gala la evangelización cristiana por la que se aprovechaban fechas y lugares paganos para instaurar los templos y festividades cristianas, los franciscanos erigieron una pequeña ermita. A los efectos, no está de más señalar también que la serpiente adquiría entre los aztecas un alto valor espiritual, siendo el símbolo de la ciudad de Méjico, el Tenochtitlán que conquistó Hernán Cortés, precisamente un águila cazando una serpiente, símbolo que aún hoy está presente en la bandera mejicana.
 
            El caso es que en la cuarta aparición de las que se registran, la Virgen habría ordenado al indio Juan Diego que se presentara ante el obispo de Méjico, Juan de Zumárraga, con un lienzo en el que llevaba unas rosas recogidas en el Tepeyac y se las mostrara, obrándose el prodigio, cuando así lo hizo el buen Juan Diego, de que en el lienzo, y ante los ojos atónitos de cuantos presenciaban el evento, se desplegaba la imagen de una Virgen de tez morena y rasgos indígenas.
 
            El documento originario en el que se narran las apariciones de la Virgen a Juan Diego es el Nican Mopohua (significa “Aquí se relata”), que no es otra cosa que las dos primeras palabras de su primera frase, con lo que el libro se titula a usanza y manera de lo que se hace con las encíclicas papales.
 
            Más allá del debate sobre la historia y autenticidad del libro, tema que no es objeto de este artículo, se atribuye su redacción al también indígena Antonio Valeriano (15201605), que habría sido un discípulo aventajado de Fray Bernardino de Sahagún, y a quien el relato de los hechos se lo habrián hecho directamente sus protagonistas. Su ejemplar más antiguo se halla en la Biblioteca Pública de Nueva York, Astor, Lenox and Tilden Foundation, y su texto está escrito en náhuatl, lengua de la zona que aún hoy puede escucharse en Méjico.
 
            La cuestión que en cambio, sí nos interesa, es la razón por la que la Virgen aparecida en el Tepeyac queda asociada en el modo en que se hace a la Virgen extremeña de Guadalupe. Una razón que, para empezar, hay que hallar en el propio Nican Mopohua, el cual recoge tres alusiones en tal sentido. La primera en el propio título, que reza así:
 
            “Aquí se narra se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la perfecta virgen santa maría madre de dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe”.
 
            La segunda cuando está relatando la aparición de la imagen ante el Obispo Zumárraga:
 
            “Y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas, luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura en que ahora está, en donde ahora es conservada en su amada casita, en su sagrada casita en el Tepeyac, que se llama Guadalupe”.
 
            Y sobre todo la tercera, al final del relato, cuando, enfermo Juan Bernardino, la Virgen que le sana, la misma que se les apareciera en su día, le desvela ser la Virgen de Guadalupe.
 
            “Le dijo su tío que era cierto, que en aquel preciso momento lo sanó, y la vio exactamente en la misma forma en que se le había aparecido a su sobrino, le dijo cómo a él también lo había enviado a México a ver al obispo; y que también, cuando fuera a verlo, que todo absolutamente le descubriera, le platicara lo que había visto y la manera maravillosa en que lo había sanado, y que bien así la llamaría bien así se nombraría: la perfecta Virgen Santa María de Guadalupe, su Amada Imagen”.
 
            Mucho se ha especulado sobre el cómo y el porqué de que la Virgen aparecida en Tepeyac se presentara ante Juan Diego bajo una advocación tan curiosa como la de la extremeña Virgen de Guadalupe (a la izquierda), en lugar de hacerlo bajo una nueva advocación o bajo cualquier otra diferente.

            Lo que a mí, sin embargo, más me interesa del tema, son las llamativas resonancias que la palabra halla en el náhuatl que hablaba Juan Diego, razón por la cual, él no debió de hallar dificultad en asociar una virgen, la española, y otra, la mejicana. Dos son las teorías más sugestivas. Por la primera, la virgen se habría presentado como la “Virgen Tlecuatlasupe” (“la que aplasta la cabeza de la serpiente”); según la segunda, lo habría hecho como la Virgen Coatlallope (“la que aplasta a la serpiente”). Dos consonancias que tienen la doble virtud de sonar como “guadalupe”, y al mismo tiempo, dirigir de manera tan certera al episodio del Génesis sobre el que, entre otras cosas, reposa el dogma de la Inmaculada Concepción, a saber:
 
            “Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. […] Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.»” (Gn. 3, 1415)
 
            Pero no hemos terminado. Porque si vamos ahora al significado de la palabra “Guadalupe”, las sorpresas siguen aflorando. “Guadalupe”, como es fácil de entrever, es uno más de los miles de topónimos del español provenientes del árabe, referido en este caso a un río, como es notorio al comenzar por “guad” (wad). Varias son las teorías sobre el final del fonema “alupe”. Para unos sería una contracción proveniente del latín “lux-speculum” (“espejo de luz”); para otros provendría del árabe “upe” (“escondido, encajonado”), que es, como verán, la que nos interesa.
 
            Pues bien, hecha esta aclaración y unida a las anteriores, nos vamos ahora al libro del Apocalipsis, escrito como se sabe por San Juan, y más concretamente, al capítulo inspirado, precisamente, en el episodio del Génesis que hemos transcrito arriba. Pues bien, esto es lo que nos encontramos:
 
            “Cuando el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la Mujer que había dado a luz al Hijo varón. Pero se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón [la antigua serpiente según se dice en Ap. 12, 9], donde tiene que ser alimentada un tiempo y tiempos y medio tiempo. Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del Dragón. Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap. 12, 1317).
 
            Curioso ¿no? La mujer, asimilada a la Virgen en la interpretación tradicional del episodio apocalíptico, convertida en águila (el águila del Tenochtitlán, acuérdense Vds., presente aún hoy en la bandera de Méjico, la que somete a la serpiente); la serpiente (en la bandera de Méjico, así como en cualquiera de los términos, ora “tlecuatlasupe” ora “coatlallope”); el río de agua vomitado de sus fauces por la serpiente (en el término “wuad” de “Guadalupe”) y “encajonado” (“upe”, en “Guadalupe” de nuevo) por la tierra… De verdad, ¿no les parece fascinante?
 
            No deja de ser curioso que en un momento de su azarosa historia, en 1928, la extremeña Virgen de Guadalupe fuera proclamada patrona de la Hispanidad, al modo en el que lo es actualmente la Virgen del Pilar, algo a lo que nos referiremos en su día y en lo que, por lo tanto, no me extiendo más por ahora. Lo que en cualquier caso, representa un nuevo punto de encuentro con su “tocaya” mejicana, proclamada como veíamos ayer, Patrona de las Américas por Juan Pablo II. Y antes, por Pío X, Patrona de América Latina. De Hispanoamérica me habría gustado más, a mí personalmente por lo menos. Pero el título que se le dio es el citado, ¡qué se le va a hacer! Y después de todo… ¡quién soy yo para corregir a un Papa!
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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