Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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De los ángeles en los evangelios

por Luis Antequera

 
            Los ángeles desempeñan un papel preponderante en los evangelios. Se puede establecer que suman más de medio centenar las alusiones existentes en ellos a los angélicos personajes, de las que más de un 80%, sólo en los de Mateo y Lucas. No por casualidad, Mateo es representado en la iconografía cristiana como un ángel, algo que debe al protagonismo que en su Evangelio corresponde a las celestiales criaturas.
 
            Repasando los evangelios y siguiendo un orden cronológico, un ángel, en este caso con nombre y apellido, Gabriel, es el que anuncia al sumo sacerdote Zacarías que va a ser padre de Juan Bautista. Y ello a pesar de ser su mujer estéril y vieja, y él mismo, viejo (Mt. 1, 7):
 
            “Se le apareció el ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se sobresaltó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y convertirá al Señor su Dios a muchos de los hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer de avanzada edad.» El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Mira, por no haber creído mis palabras, que se cumplirán a su tiempo, vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas.»” (Lc. 1, 11-20)
 
            El mismo ángel Gabriel (a la derecha según lo ve Fra Angelico) anuncia a María su milagrosa maternidad a pesar de “no conocer varón” (Lc. 1, 34):
 
            “Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue” (Lc. 1, 26-38).
 
            A partir de ahora, ningún ángel vuelve a tener nombre en el Evangelio, lo que no quita para que sigan desfilando uno tras otro en los distintos episodios que jalonan la vida de Jesús. Así, cuando San José repara en el embarazo de María en el que él no ha tenido participación alguna, un ángel se le presenta en sueños (a la izquierda según lo ve George de la Tour) para confortarle:
 
            “Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.»” (Mt. 1, 19-20).
 
            Cuando nace Jesús, un nuevo ángel se encarga de proclamar la buena nueva a los pastores:
 
            “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió en su luz y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»” (Lc. 2, 814)
 
            Curiosamente, a los magos de oriente no es un ángel ni el que les informa del nacimiento del rey en Belén, ni el que los conduce a la pequeña ciudad de Judea para rendirle honores.

            Si es un ángel, en cambio, el que se presenta de nuevo ante José para darle la instrucción de huir a Egipto, y así salvar a Jesús de las iras de Herodes que, como se sabe, anda buscando al niño para matarle:
 
            “Cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estáte allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto” (Mt. 2, 1314).

            Mientras está en Egipto, es otra vez un ángel el que le informa, una vez más en sueños, de que Herodes ha muerto y de que puede volver a Palestina:
 
            “Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel, pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.» Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel” (Mt. 2, 19-21).
 
            Esta capacidad onírica de José para entrar en contacto con los ángeles tiene dos importantes connotaciones. Por un lado, convierte al José de Mateo, que es siempre el evangelista que refiere los sueños, en el José más activo de los cuatro evangelios. Mateo de hecho, menciona siete veces a José, cinco de las cuales tienen que ver con sus revelaciones angélico-oníricas. A los efectos, no está de más señalar que el evangelista Marcos, por ejemplo, no menciona a José ni una sola vez por su nombre, y que las dos veces que lo hace Juan, es sólo para dar a apellido a Jesús, “Jesús el hijo de José” (Jn. 1, 45 y Jn. 6, 42). Lucas sí lo menciona, cosa que hace en hasta cinco ocasiones, y al igual que Mateo, lo trata como personaje autónomo con vida propia. Y al mismo tiempo, nos hace pensar en otro célebre José famoso por interpretar sueños, el veterotestamentario José hijo de Jacob, bien que con una pequeña diferencia entre los dos: que los sueños que interpreta éste son siempre ajenos (los del faraón, los de los dos cortesanos), en tanto que los que interpreta el padre de Jesús son los propios.
 
            Volviendo a nuestros ángeles, cuando el diablo termina de tentar a Jesús en el desierto esto es lo que ocurre:
 
            Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían [a Jesús]” (Mt. 4, 11; Mc. 1, 13).
 
            El evangelista Juan nos dice qué es lo que pasa en la piscina de Betzatá, una piscina en la que en tiempos de Jesús se producían milagrosas curaciones:
 
            “Hay en Jerusalén una piscina Probática que se llama en hebreo Betzatá, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Porque el ángel del Señor se lavaba de tiempo en tiempo en la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, recobraba la salud de cualquier mal que tuviera” (Jn. 5, 2-4)
 
            Jesús en persona explica la relación existente entre ángeles y niños:
 
            Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 18, 10).

            Una mención por cierto, en la que cabe encontrar la base escriturística del ángel de la guarda, por lo menos por lo que a los niños se refiere.
 
            Nos cuenta también Jesús aquello que es lo que más alegría produce entre los ángeles:
 
            “Pues os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc. 15, 10)
 
            Un ángel conforta a Jesús cuando en el huerto de Getsemaní, éste espera angustiado a que procedan a su detención y dé comienzo su pasión:
 
            “Se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba” (Lc. 22, 41-43).
 
            Todo un ejército de ángeles podría haberle liberado de su fatídico final de no ser porque el mismo forma parte del plan de salvación trazado de antemano por Dios:
 
            Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?»” (Mt 26, 50-54)
 
            Y un ángel del Señor es igualmente el encargado de anunciar a las santas mujeres que Jesús ha resucitado:
 
            El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: `Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.´ Ya os lo he dicho.» Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos” (Mt. 28, 5-8; similar en Mc. 16, 5-7; Lc. 24, 4-7; Jn. 20, 1213).
 
            Un ángel del que habría mucho que hablar, pues mientras en Mateo es explícitamente un ángel, y también lo es en Juan, aunque los ángeles sean dos (Jn. 20, 12), en Marcos (Mc. 16, 4) es "un joven con una túnica blanca" y en Lucas “dos hombres con vestidos resplandecientes” (Lc. 24, 4).

            Son varias las ocasiones en las que Jesús explica el papel que corresponderá a los ángeles cuando llegue la hora del fin del mundo. Así lo hace explicando la parábola de la cizaña:
 
            “De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt. 10, 42).
 
            Al salir del templo lo explica así:
 
            “Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Él enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro” (Mt. 24, 30-31).
 
            De manera aún más explícita lo relata Lucas:
 
            “Yo os digo: ‘Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios’” (Lc. 12, 8-9)
 
            Todo lo cual no es óbice para que de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt. 24, 36; Mc. 13, 32).
 
            Y eso que, de hecho, son los ángeles los que conducen al justo a la gloria de Dios, como nos cuenta Jesús en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón:
 
            “Sucedió, pues, que murió el pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán” (Lc. 16, 22)
 
            El cielo está lleno de ángeles, como con claridad le explica Jesús a Natanael:
 
            “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre” (Jn. 1, 51).
 
            De hecho, la de convertirse en ángel o algo parecido, es la suerte que espera al hombre que alcance el cielo:
 
            «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección” (Lc. 20, 34-36; similar en Mt. 22, 29-30; Mc. 12, 24-25)
 
            Lo que en modo alguno, debe interpretarse como que en el infierno vayan a librarse los que vayan de departir con ángeles:
 
            “Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles’” (Mt. 25, 41)
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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