Viernes, 22 de noviembre de 2024

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De los teólogos españoles y el dogma de la Inmaculada

por Luis Antequera

 
            Hoy que acabamos de celebrar el día de la Inmaculada Concepción, patrona de España desde que en 1760 la declara tal el Rey Carlos III, es un buen día para reconocer la labor de los muchos teólogos españoles que han contribuído a allanar el largo camino hasta la proclamación del dogma un buen día 8 de diciembre de 1854, mediante la Bula Ineffabilis Deus firmada por el Papa Pío IX, una contribución que unida al patronazgo que ejerce dicha advocación mariana sobre nuestra patria son las que con toda probabilidad se hallan tras el privilegio de los sacerdotes españoles de oficiar la misa del día de hoy con la preciosa y muy mariana casulla celeste con la que se lo verán hacer tal día como hoy.
 
            La aportación española data sobre todo del s. XVII y recibe un fuerte impulso de la casa real española, -estamos en tiempos de los Austria-, y particularmente de Felipe IV, gran devoto de la Inmaculada, quien llegó a hacer de la empresa uno de los ejes de su política exterior, como tendremos ocasión de ver.
 
            En el plano de las aportaciones personales, importantísima e iniciática, diríamos, es la del baezano Diego Pérez de Valdivia (15251589), compañero de fatigas de S. Juan de Avila, -como se sabe, próximo doctor de la Iglesia-, que fue catedrático de teología de Baeza y de Barcelona, y es autor del “Tratado de la Inmaculada Concepción”, probablemente el primer tratado estructurado sobre el tema en lengua castellana, en el que emplea muchos de los argumentos utilizados luego por Pío IX en su bula.
 
            Desde el ámbito jesuítico hay que destacar la aportación de al menos tres grandes autores: Ambrosio de Peñalosa, Juan Eusebio Nieremberg y Juan Antonio Velázquez.
 
            Ambrosio de Peñalosa (15881656), catedrático de la Universidad de Viena y censor de libros para el Indice de libros prohibidos, es autor de “Vindiciae Deiparae Virginis de peccato originali, et debito illius contrahendi” fechado en 1650.
 
            Juan Eusebio Nieremberg (15951658), (retrato a la izquierda), hijo de un tirolés y de una bávara que vienen a España en el séquito de María de Austria, hermana de Felipe II, defendió en numerosos opúsculos la Inmaculada Concepción, formando parte, de hecho, de la junta promovida por el Rey Felipe IV para promover su definición dogmática.
 
            Juan Antonio Velázquez (15851669) por último, fue provincial de la orden y consultor de la congregación para la defensa de la Inmaculada Concepción.
 
            Desde el ámbito franciscano cabe destacar las aportaciones de Luis Miranda, autor de “De Virgo Inmaculata” o de Pedro Alva y Astorga, natural de Carvajales y fallecido en Bélgica en 1667, autor de varios títulos que engrosaron el temido Indice, quien por lo que a la Inmaculada se refiere escribe el “Armentarium Seraphicum pro tuendo Immaculatae Conceptionis titulo”, publicado en Madrid en 1648.
 
            Otros autores vinculados a la empresa son Gonzalo Sánchez de Lucero, autor de “La Virgen santissima no pecó en Adán ni quedó deudora en él al pecado original”; Diego Granado (15711632) autor de “De Immaculata B. V. Dei Genitricis M. Conceptione sive De singulari illius immunitate ab originali peccato, per Iesu Christi filii eius cumulatisimam Redemptionem” (1617); Fernando Quirino de Salazar (n.1576) autor del “Defensio pro Inmaculata Deiparae Virginis Conceptione” (1625); Antonio Calderón (m. 1654) autor del “Pro titulo Inmaculatae Conceptionis Beatissimae Virginis Mariae, aduersus duos Anonymi libellos”.
 
            Mención especial ha de hacerse de Luis Crespi y Borja (16071663), (retrato a la derecha) catedrático de teología en la Universidad de Valencia, obispo de Orihuela y de Plasencia, objeto de una de esas “conversiones súbitas” tan frecuentes en su época tras una reyerta de juventud, y activo participante en el Concilio de Trento. Nombrado embajador de Felipe IV ante la Santa Sede en 1658 con la expresa misión de conseguir la abolición de un decreto anti-inmaculista emitido en 1644 por Urbano VIII –tal era la implicación de la política exterior española en el tema- cumplió tan bien su misión que no sólo lo consiguió, sino que fue probablemente el protagonista en la sombra de la emisión del importante breve papal de 1661, en el que el Papa Alejandro VII declaraba “que la Virgen María, Madre de Dios, fue preservada de la mancha del pecado original en el primer instante de su concepción”, uno de los grandes antecedentes de la Ineffabilis Deus que luego firmará Pío IX el 8 de diciembre de 1854 declarando el dogma de la Inmaculada Concepción.
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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