Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - IV

por Alfonso G. Nuño

 

Y si al resonar la llamada en tu interior te haces un amén, entonces «Dios te dice». El maestro-padre no ha escrito en la Regla «Dios dice». No son unas palabra dirigidas «a los que la presente vieren y entendieren», sino a un , que, por medio de su afirmación a la palabra recibida, se ha hecho tal. Mientras estamos en la invitación, no somos del todo un tú ante Dios, pues sólo lo somos en cuanto estamos en la pasividad de estar siendo llamados. Esto parece quedar subrayado, en este prólogo de la Regla, unas líneas antes cuando la pregunta queda en una cierta impersonalidad: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?».

 

Pero, al responder «yo» ante Dios, ese yo se dilata, por quedar convertido en tú de conversación celestial, al entrar con determinación en el diálogo divino al que estaba invitado. Entonces, siendo para Dios , con sorpresa se descubre que Él quería también hacerse para mí un . Y, con mayor sobrecogimiento, cuando se considera que, para que ese mutuo tuteo no quedara eternamente frustrado, se ha hecho hombre el eterno Hijo del Padre y ha muerto en Cruz para resucitar como primicia.

 

Y todo siempre resulta afirmación de esa, si se me permite el bruto vocablo, tuidad. Entrar en el diálogo divino, no solamente no es derelicción de la propia libertad, sino su máxima posibilidad y acrecentamiento. Dios no hace sino darle mayor firmeza: «Si quieres tener vida verdadera y perpetua, aparta tu lengua del mal y no hablen tus labios el engaño; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela» (Sal 34(33), 1415). Siempre si se quiere.

 

El lector-oyente no puede por menos que recordar tantos pasos evangélicos en los que, lejos de enfrentarse a la coacción, el interlocutor queda enfrentado por Jesús a la libertad; la responsabilidad, el tener que responder no desaparece nunca. En el ámbito de gracia, decidimos permanecer en él, continuar como Adán podría haberlo hecho en el Edén en que fue creado, o bien salir de él por la negación, en la forma que sea, de Dios.

 

[La fotografía es gentileza de una contertulia del blog]

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