3h del 30 de noviembre, en el Arroyo de San José de Paracuellos
Son veintiuno los hermanos de San Juan de Dios del Sanatorio de San José de Ciempozuelos (Madrid) que están sepultados en el Cementerio de Paracuellos del Jarama (Madrid): quince en las dos sacas del 28 de noviembre y seis más que salen en este día, a las tres de la mañana, en la tercera saca que se dirige a Paracuellos. Otro hermano más, Fray Nicéforo, destinado al Hospital de San Rafael, es asesinado en esta misma saca. Los siete religiosos fueron beatificados el 25 de octubre de 1992 dentro de un grupo de 71 Hermanos de san Juan de Dios.
Beato Nicéforo Salvador del Río
Nació en Villamorco (Palencia) el 9 de febrero de 1913. Era hijo de Casto Salvador Camino y Anastasia del Río Peral, matrimonio muy cristiano, dedicado a las faenas del campo; fue bautizado tres días después de nacer. Se educó en el hogar paterno, frecuentando asiduamente la escuela del pueblo y asistiendo con verdadero interés a la catequesis parroquial.
Con 14 años ingresó a la Escuela Apostólica de los Hermanos de San Juan de Dios de Ciempozuelos, siguiendo el estudio de lengua y humanidades durante tres años. Durante este tiempo dio señales de virtud y buen temperamento para seguir la vocación religioso‐hospitalaria. Al tomar el hábito se quedó con el nombre de Fray Nicéforo, iniciando el noviciado en Carabanchel Alto el 6 de marzo de 1930. Un año después, el 7 de marzo, emitió la profesión de los votos temporales.
Trasladado al Sanatorio Psiquiátrico de Santa Águeda, siguiendo el período de su formación, dando siempre señales de ser un buen hospitalario poniendo al servicio de su trabajo de enfermero su viva inteligencia y su prudencia.
Tres años después, en 1934, fue trasladado a Ciempozuelos para hacer el servicio militar como sanitario en la Clínica Psiquiátrica para enfermos militares, ejerciendo la dirección de la enfermería, que desempeñó con mucho acierto y entrega. Terminada esta primera etapa, en enero de 1936, pasó al Hospital San Rafael de Madrid, haciendo de enfermero en una de las salas de niños enfermos y saliendo también a pedir limosna para cubrir las necesidades del centro hospitalario.
Era el beato Nicéforo un hospitalario de excelente espíritu, piadoso, servicial, con gran amor a su vocación y a la Orden Hospitalaria, unido a un carácter bueno y jovial, que sabía guardar equilibrio entre responsabilidad y buen humor.
Algunos días después del levantamiento militar la quinta del beato Nicéforo fue llamada y movilizada y tuvo que incorporarse el 26 de julio a la Primera Comandancia de Sanidad, en Madrid. Para evitar a los milicianos se alistó, con los otros dos Hermanos, como voluntario en una expedición de montaña. Hicieron tranquilos las acampadas hasta llegar a El Escorial. El ambiente se sentía enrarecido y hostil para los religiosos, y parece que el presentimiento del martirio lo llevaba el beato muy dentro de sí; por eso en las conversaciones con los compañeros comentaba: “-¡Qué prueba tan grande para los religiosos nos manda Dios! Quiera Dios nuestro Señor que, si nos llega el momento del martirio, tengamos fuerza, no sólo para sufrir los tormentos, sino para confundir a nuestros contrarios”.
Una vez en el Escorial fueron formados y detuvieron a varios que habían sido denunciados, entre ellos a nuestro beato Nicéforo y otro de los Hermanos, Fr. Artemio Utande; tras una breve declaración, custodiados por cuatro milicianos, fueron conducidos a la Dirección de Seguridad, y de allí a la cárcel de san Antón de Madrid; ingresando la tarde del 7 de agosto.
Los dos Hospitalarios fueron metidos en la misma sala donde estaba ya un grupo de Hermanos de las Escuelas Cristianas. Y dos días después fueron llevados a la misma cárcel, pero colocados en distinta sala, la comunidad de Hermanos de Ciempozuelos, en número de 54. Por la mañana los dos Hospitalarios se presentaron a saludar a los Hermanos de Ciempozuelos y el beato Nicéforo les estimulaba después de la primera noche tan incómoda: “No hay que apurarse; está la cárcel llena de gente buena; nos han encarcelado y nos persiguen por religiosos; es un honor y gloria que nos hace el Señor al hallarnos dignos de padecer tribulación por el nombre de Jesucristo”; así pasaron un rato entretenidos comunicándose los incidentes de su detención.
El 30 de noviembre de 1936, sobre las tres de la madrugada, se formó una nueva saca de la muerte; en ella fue incluido el beato Nicéforo Salvador, al igual que otros 6 Hospitalarios más. El sobresalto fue acogido con fe y esperanza. Al despedirse del hermano Saturnino de las Escuelas Cristianas, el beato Nicéforo le entregó un brazalete usado en sanidad, mientras le dijo: “-Entrégueselo a algún amigo, o conocido mío”, y también el vaso de aluminio que usaba en la cárcel. Iba muy animoso y contento en derramar su sangre por Jesucristo.
Al morir mártir, el beato Nicéforo Salvador tenía 23 años de edad y 5 de profesión religiosa.
Beato Arturo Donoso Murillo
Natural de Puebla de Alcocer (Badajoz) nació el 31 de marzo de 1917. Sus padres se llamaban Vicente Donoso Mora y Josefa Murillo Sánchez. Sus padres tuvieron especial cuidado por su formación intelectual y educación cristiana: muy interesados por su hijo en el hogar familiar, asistió a la escuela dirigida por el celoso y venerado maestro don Emiliano Sanz de la Cruz; de los 12 a los 17 años, también frecuentó un colegio de los Padres Salesianos. Pertenecía y frecuentaba a los actos de la Asociación del sagrado Corazón de Jesús y Apostolado de la Oración de la parroquia, practicando asiduamente los sacramentos. Todo ello hizo del beato Arturo un joven educado, formado y de conducta ejemplar, que se unía además a su carácter y temperamento bondadoso y cercano a la gente.
Ya sentía en su interior deseos de ser religioso, cuando estimulado por el ejemplo de su paisano y amigo hospitalario, el Beato Juan de la Cruz Delgado, pidió el ingreso en la Orden Hospitalaria, a pesar del momento difícil que se vivía en España, muy convencido de que su vida encontraría su centro consagrándose a la asistencia a los enfermos. Tras varios meses de experiencia hospitalaria, en que encontró lo que esperaba y llenó su espíritu de gozo y sentido, el día 7 de diciembre de 1934 tomó el hábito hospitalario dando inicio al noviciado con el nombre de Fr. Arturo.
El tiempo propio de preparación para la profesión lo vivió muy consciente de aquello que deseaba y convencido de que su consagración estaba, sin temores, por delante de la situación política y social que estaba imponiéndose en España.
Los santos ideales y espíritu que animaba al beato Arturo durante este tiempo dan prueba dos cartas suyas que se conservan, dirigidas a sus padres. En la primera (21.12.1935) hace referencia a la enfermedad de un hermano suyo:
“Contesto a la vuestra en que me comunicáis la enfermedad de José, alegrándome que se encuentre mejor, si es la voluntad de Dios y ha de ser para su bien; pero si ha de ser luego, cuando sea mayor, un perdido, más vale que se lo lleve Dios y así estaremos seguros de que tenemos un ángel en el cielo que rogará a Dios por nosotros”.
En la segunda (21.02.1936) anuncia su profesión religiosa y estimula a su hermano Manuel a seguirle:
“Le decís a Manolo que no se desanime, que venga pronto; que no se desanime porque hayan ganado las izquierdas. No pasará nada, y, además, no podrán hacer nada más que lo que Dios permita”.
La profesión de sus votos temporales la emitió el 8 de marzo de 1936. A pesar del momento delicado que socialmente se estaba viviendo, el beato Arturo iniciaba muy ilusionado y fervoroso sus estudios técnicos en preparación a la asistencia hospitalaria. Las devociones a los Corazones de Jesús y de María, con san José y san Juan de Dios eran las más sensibles.
El beato Arturo fue apresado y encarcelado el 7 de agosto de 1936 con los demás miembros de la comunidad del sanatorio psiquiátrico de Ciempozuelos. Su actitud y disposición, en cuanto joven, fervoroso y hospitalario, durante los casi cuatro meses pasados en la cárcel de san Antón, se hallaba abierto a Dios, recibiendo de su maestro el beato Juan Jesús Adradas continua orientación espiritual: sobrellevaba con el mejor ánimo las muchas impertinencias que le tocaba pasar, siendo admirable por su jovialidad y buen ejemplo buscando ratos de retiro para orar; y en un eminente compromiso hospitalario ponía todas sus cualidades al servicio de los demás prisioneros de la cárcel, en especial en ayuda de los Hermanos mayores y también de otros necesitados.
Los frecuentes grupos ‐sacas‐ que salieron para la muerte el 28 de noviembre impresionaron a todos, pero les disponía a ellos para tener el espíritu pronto. Así, el día 30 le tocó la vez y gozoso se dejó amarrar las manos y murió mártir de su fe y de su vocación hospitalaria en Paracuellos del Jarama.
El beato Arturo Donoso al morir como mártir tenía 19 años de edad y apenas unos meses de profeso como Hermano de san Juan de Dios.
Beato Diego de Cádiz García Molina
Manchego de Moral de Calatrava (Ciudad Real), nació el 14 de diciembre de 1892, recibiendo el bautismo el mismo día, con el nombre de Santiago. A los 18 años ingresó en la Orden Hospitalaria en Ciempozuelos (Madrid) e hizo el noviciado en Carabanchel Alto (Madrid), emitiendo los votos religiosos el 28 de septiembre de 1913. Formó parte de las Comunidades de Barcelona, San Rafael (Madrid), Jerez de la Frontera (Cádiz); del año 1920 al 1928 estuvo en Colombia, tres años como superior; al volver estuvo de nuevo en Madrid, Jerez de la Frontera y Ciempozuelos, donde en 1936 ocupaba el cargo de consejero y secretario provincial.
Apresado el 7 de agosto de 1936, pasó cuatro meses en la cárcel de San Antón con los demás miembros de la comunidad. “Siempre se le veía alegre, dispuesto a dar la vida por la fe” y “el último día de su vida, antes de ser llevado a la muerte, con ánimo esforzado y tranquilidad que pasmaba, dio la profesión religiosa in artículo mortis a varios novicios, compañeros de cárcel”. Al despedirse, sus últimas palabras fueron: “¡Hasta pronto!, ¡Hasta el Cielo!”. El 30 de noviembre de 1936, con las manos atadas a la espalda, fue conducido a Paracuellos de Jarama, recibiendo la aureola del martirio. Tenía 43 años.
Beato Román Touceda Fernández
Nacido en la calle Leganitos de Madrid el 22 de enero de 1904 y bautizado el 31 del mismo mes en la parroquia de San Miguel con el nombre de Rafael, frecuentó el colegio de las Hermanas de la Caridad y tuvo por confesor a San José María Rubio. Ingresó en la Orden Hospitalaria a los 23 años y emitió los votos el 3 de junio de 1929, con el nombre de Fr. Román. Residió casi siempre en Ciempozuelos (Madrid), ocupando diversos puestos; en 1936 era el vicesuperior. Admirado por su espíritu de oración y entrega hospitalaria, especial con los moribundos, su lema era: “seré hermano de la caridad, y mejor, madre de la caridad”.
Al ser arrestados los religiosos el 7 de agosto de 1936, fue requerido para que se quedara en el Hospital; se negó alegando que quería ir con todos. Apelaron a las pistolas, pero firme dijo: “muerto me quedaré, pero vivo, me iré con mis Hermanos”. En la cárcel corregía sin respeto humano a los blasfemos y por eso “sufrió muchas vejaciones, y varias veces le encañonaron con los fusiles”. Al salir al martirio, “era consolador ver lo contento que iba”, muriendo mártir el 30 de noviembre, en Paracuellos de Jarama, en testimonio de la religión. Tenía 32 años.
Beato Miguel Rueda Mejías
Nació en Motril (Granada) el 19 de enero de 1902, siendo bautizado el 2 de febrero, con el nombre de Miguel Francisco. Con una especial educación familiar, frecuentó el colegio de Sto. Domingo del lugar. Ingresó en los Hermanos de San Juan de Dios a los 20 años, emitiendo los votos religiosos el 8 de diciembre de 1924. Como hospitalario, formó parte de las comunidades de Ciempozuelos (Madrid), Carabanchel Alto (Madrid), Palencia, Sant Boi de Llobregat (Barcelona), Málaga y Madrid, siendo muy solícito en proporcionar a los enfermos alivio y solaz.
Formaba parte de la comunidad de Ciempozuelos en 1936, siendo el 7 de agosto detenido y llevado a la cárcel de San Antón. Pasó los casi cuatro meses de la prisión con especial ánimo, sobrellevando las penalidades consecuentes. El 30 de noviembre ofrendó su vida en Paracuellos de Jarama, dando testimonio de fe y amor a su vocación. Se despidió con ánimo entero: “diríase que iba a algún acto de comunidad a juzgar por su contento”. Tenía 34 años.
Beato Jesús Gesta de Piquer
De familia de alta graduación militar, nació en Madrid el 19 de enero de 1915, recibiendo al ser bautizado los nombres de Jesús María, José Antonio y Canuto. Educado en el hogar familiar, hizo los estudios con los Hnos. Maristas. De carácter jovial, amaba la paz, tratando de apaciguar las discusiones entre los compañeros. En 1934 preparó su ingreso en la Orden Hospitalaria: visitaba el Hospital San Rafael, de Madrid, y el de Ciempozuelos, siguiendo los consejos de su director espiritual don José María Vegas. En noviembre ingresó en Ciempozuelos y consideraba su vocación “como una merced que Dios le había hecho”. Emitió los votos el 8 de marzo de 1936.
Apresado y encarcelado con los demás religiosos en San Antón, fue visitado por el embajador de Chile, oponiéndose a toda gestión por su liberación, pues “nunca se separaría de sus hermanos encarcelados”. “Compuso un ejercicio piadoso: rezo de un Padrenuestro y 5 jaculatorias al Corazón de Jesús, como reparación y para alcanzar la conversión de los milicianos”. Impelido a blasfemar, frente a un muro de la cárcel, con los Beatos Llop y Plazaola, siendo amenazados de ser fusilados, los carceleros no lograron más que admirar su valor y entereza. Al fin, a los cuatro meses, llevado a Paracuellos de Jarama el día 30 de noviembre, murió mártir mientras gritaba “¡Viva Cristo Rey!”, dejándonos el testimonio de su fe y amor hospitalario. Tenía 21 años.
Beato Antonio Martínez Gil-Leonis
Nació el 2 de noviembre de 1916 en Montellano (Sevilla), siendo bautizado el día 4 del mismo mes. A los 11 años pasó con sus padres a Morón de la Frontera (Sevilla), frecuentando el colegio de los Padres Salesianos. Durante una grave enfermedad de apendicitis, derivada en peritonitis, prometió hacerse religioso si curaba. Repuesto, ingresó, en julio de 1935, en Ciempozuelos (Madrid). Meses después, siendo novicio, fue visitado por su madre, ante la inseguridad existente, para llevarle a casa; él, sin embargo, se opuso totalmente; tenía que ser fiel a su promesa.
Arrestado con la comunidad el 7 de agosto y encarcelado en San Antón, siempre manifestó una actitud de plena aceptación y fidelidad a su vocación, mostrándose animoso y alegre. Una noche le levantaron los milicianos, amenazándole con matarle, incitándole a proferir blasfemias; él, impertérrito, con gracejo sevillano, les dijo: “aunque me hagáis mijitas así de grandes, no las digo”. Por recomendación del superior, al ser llevado al martirio el 28 de noviembre, emitió la profesión “in articulo mortis”, en manos del secretario provincial. Dos días después, fue conducido con él y con otros cuatro compañeros a Paracuellos de Jarama (Madrid). Ahí ofrendaron su vida y derramaron su sangre en testimonio de su fe y vocación, muriendo mártires de Jesucristo. Un compañero, que se salvó, contó: al despedirse, “me dio un abrazo y me dijo: ¡Hasta el Cielo!”. Tenía 20 años.
Arrestado con la comunidad el 7 de agosto y encarcelado en San Antón, siempre manifestó una actitud de plena aceptación y fidelidad a su vocación, mostrándose animoso y alegre. Una noche le levantaron los milicianos, amenazándole con matarle, incitándole a proferir blasfemias; él, impertérrito, con gracejo sevillano, les dijo: “aunque me hagáis mijitas así de grandes, no las digo”. Por recomendación del superior, al ser llevado al martirio el 28 de noviembre, emitió la profesión “in articulo mortis”, en manos del secretario provincial. Dos días después, fue conducido con él y con otros cuatro compañeros a Paracuellos de Jarama (Madrid). Ahí ofrendaron su vida y derramaron su sangre en testimonio de su fe y vocación, muriendo mártires de Jesucristo. Un compañero, que se salvó, contó: al despedirse, “me dio un abrazo y me dijo: ¡Hasta el Cielo!”. Tenía 20 años.
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