Miércoles, 25 de diciembre de 2024

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De la fiesta de la Presentación de la Virgen: una breve reseña histórica

por Luis Antequera

 
            Ayer 21 de noviembre, hemos celebrado la fiesta que se da en llamar de la Presentación de la Virgen María, que algunos pueden confundir con la Candelaria o Presentación del Niño en el Templo que este año hemos celebrado ya, concretamente el 2 de febrero, fiesta que se celebra al cumplirse los cuarenta días del nacimiento de Jesús, de acuerdo con la prescripción judía emanada del Levítico donde dice:
 
            “Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como durante sus reglas. El octavo día será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y tres días más purificándose de su sangre” (Lv. 12, 2-4).
 
            La Presentación de la Virgen que hemos celebrado ayer, sin embargo, ni se refiere a Jesús sino a su madre, ni tiene nada que ver con el precepto del Levítico, sino que se trata de un evento diferente cuya tradición se basa, una vez más y como tantas, en textos apócrifos del cristianismo. En este caso concretamente, en tres de los llamados “evangelios de la infancia”, a saber, el Evangelio del Pseudo-Mateo, el Evangelio de la natividad de María y el Protoevangelio de Santiago.
 
            Según los citados textos, María había venido al mundo por una especial intervención divina en las personas de sus padres, Joaquín y Ana, que tras muchos años de matrimonio no habían podido concebir, tras lo cual, hicieron voto éstos de entregarla al servicio del Templo de Jerusalén cuando la niña alcanzara los tres años de edad.

            El Protoevangelio lo relata así:
 
            “Mientras tanto, iban sucediendo los meses para la niña, y al llegar a los dos años dijo Joaquín a Ana: “llevémosla al Templo de Señor para cumplir la promesa que hicimos, no sea que el señor nos la reclame y nuestra ofrenda resulte ya inaceptable ante sus ojos”. Ana respondió: “Esperemos todavía hasta que cumpla los tres años, no sea que la niña vaya a sentir añoranza de nosotros”. Y Joaquín respondió: “Esperemos”.
            Al llegar los tres años dijo Joaquín: “Llamad a las doncellas hebreas que están sin mancilla y tomen sendas candelas encendidas para que la acompañen, no sea que la niña se vuelva atrás y su corazón sea cautivado por alguna cosa fuera del templo de Dios”. Y así lo hicieron mientras iban subiendo al templo de Dios. Y al recibió el sacerdoter quien después de haberla besado la bendijo y exclamó: “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel.
            Entonces la hizo sentar sobre la tercera grada del altar. El Señor derramó gracias sobre la niña, quien danzó con sus piececitos, haciéndose querer de toda la casa de Israel”.
            Bajaron sus padres llenos de admiración alabando al señor Dios porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el Templo como una palomica, recibiendo alimento de manos de un ángel”.
 
            Las primeras referencias a la conmemoración de la festividad correspondiente al evento tienen lugar en las iglesias orientales. Hacia finales del s. VII encontramos un gran canon (poema litúrgico) griego compuesto por un tal Georgios, y aunque la fiesta no aparece en los menologios de Constantinopla del s. VIII, sí lo hace en cambio en el Calendarium Ostromiranum del s. XI y en el Menologio(1) del Emperador Basilio II (9761025). Una referencia aparece en la constitución de Manuel Comnenos (1166), que la recoge como fiesta tan reconocida, que los tribunales no abrían sus puertas.
 
            En occidente, y aunque la representación del Giotto de c.1302 que puede Vd. ver arriba demuestre que la devoción es anterior, las primeras referencias a la festividad son tardías, no teniéndose constancia de su celebración hasta 1372, en la corte papal de Avignon siendo papa Gregorio XI. Consta su celebración en 1373 en la capilla real en París; en 1418 en Metz; y en 1420 en Colonia. En 1460, el Papa Pío II le concede al Duque de Sajonia celebrar la fiesta con una vigilia; Sixto IV (14711484) la introduce en el Breviario romano; San Pío V (15661572) la extrae de él, precisamente por su origen apócrifo; y Sixto V la reintroduce definitivamente en 1585. Ni que decir tiene que la fecha en la que se celebra es una fecha arbitrariamente elegida, ya que de ningún texto cabe extraer dato alguno que permita situarla en algún día determinado del año.
            Por lo que hace a España, la fiesta la introduce el Cardenal Cisneros, que le asigna como fecha la del 30 de septiembre, cosa que hace en 1500, antes por lo tanto de la definitiva reimplantación por Sixto V.
 
 
               
                (1) Martirologio de los cristianos griegos ordenados por meses.
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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