Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Después de días extraños

por César Uribarri


Han sido días extraños. Y han sucedido demasiadas cosas, tantas, que han acabado pisándose unas a otras casi sin darnos cuenta. Pero necesitaba respirar por encima de lo que pasaba para intentar entender justamente el qué pasaba. Y cada día los sucesos me hacían entender menos.
 
 
Nunca habíamos visto la naturalidad con la que se inmola a dos presidentes. Pues no hicieron falta más que varios días para ver caer al presidente de Grecia y al presidente de Italia. Pero no quedó ahí la cosa, hoy hemos amanecido en España teniendo al actual presidente en funciones, Zapatero, como recuerdo penoso de lo que nunca debió ser pero fue. España ha dado una soberana patada al socialismo destructor y poco parece para el mal causado. Al son de la deuda pública han ido cayendo piezas de un ajedrez europeo, y al son de la deuda publica la semana antes de las elecciones España vio cómo el coste de sus emisiones públicas subían a precios históricos como una advertencia a navegantes. Nada había cambiado a peor respecto de la situación económica, al revés, había en ciernes unas elecciones que tranquilizaban a los mercados antes las expectativas de cambio. Y aún así, la deuda subió a niveles que exigirían la intervención de continuar esa tendencia. El mercado, el anónimo mercado, no podía ser inocente autor de tamaño absurdo. ¿Porqué no subió a esos niveles meses antes, porqué justo lo hizo antes de las elecciones cuando había expectativas de reformas con un cambio de gobierno? Alguien manejaba los hilos y a alguien se le daba una advertencia. No justamente al votante, ajeno a tales tejemanejes, sino quizá al futuro ganador.
 
 
Los poderes económicos se han hecho con el control de dos países europeos –Italia y Grecia- y han dado una advertencia a un tercero –España-. Al mismo tiempo el qué pasará, hacia dónde debe converger Europa y occidente es lo que se está discutiendo ahora. Estamos, lo queramos o no, ante una nueva encrucijada de la que se están empezando a dar respuestas al margen de los pueblos. Convergencia fiscal, laboral, financiera, social. Pero sin trascendencia, sin dignidad. Las decisiones de las naciones no pueden desestabilizar el sistema, porque el sistema está desestabilizado y cualquier sorpresa lo puede derribar. Se ha de controlar hasta la última medida económica, afecte a las sociedades o las hunda. Ahora se trata de salvar el sistema. Y quizá todo ello choca con la tolerancia con que occidente permite que esa primavera árabe grabe a golpe de disparos el establecimiento del radicalismo islámico. Esas violencias religiosas no concuerdan con el establecimiento de un control económico férreo, salvo que sean una pieza de un ajedrez que se pretende mover en un futuro no lejano.

 
¿Porqué todo parece tan natural cuando todo está soportado en una tensión pronta a romperse? Quizá porque el transcurrir de noticias acaba pareciendo natural movimiento de las cosas, como si todo debiera ser así, como si todo hubiera ocurrido porque no podía ser de otro modo, porque era lógico y previsible que así sucediera. Y lo que ayer asombraba hoy se mira con hastío, aburrimiento. Y es el aburrimiento el primer arma de la manipulación. Ante el aburrimiento uno se desarme fácilmente, no ofrece resistencia, se entrega pasivo porque no tiene nada que perder ni que ganar. Y ese aburrimiento se logra bombardeando con exclusivas de última hora. Paradójicamente, porque al final se busca “la siguiente novedad”, no importando tanto el qué pasa, sino el qué se nos ofrecerá después. De tal modo que la construcción desde arriba es posible incluso a la luz de los focos del conocimiento público justo porque se está más interesado en la novedad que vendrá que en lo que se está quedando. Y lo que se está quedando no augura nada bueno.
 
 
Estamos asistiendo a la toma de una decisión histórica: el modelo socio-económico que sustituirá al actual. El crecimiento perpetuo a base de deuda ha finalizado. Se mantiene en respiración asistida hasta que los grandes lleguen a un acuerdo. Y eso se discute: el nuevo modelo. Pero al margen de los pueblos, porque caerán los presidentes que hayan de caer si no se avienen a lo definido. Y esto lo hemos visto días atrás. Ya no se trata de conspiraciones sino de evidencias en las que Grecia hizo de experimento e Italia de amenaza cumplida. Porque desgraciadamente, además, los pueblos asisten pasivos y ciegos a tan burda evidencia. No hay que alejarse mucho de tan cruda realidad: ayer los catalanes decidieron dar su mayoritario apoyo a un partido que ha cerrado quirófanos dos días a la semana por ausencia de dinero, pero en cambio sigue manteniendo el despilfarro de las televisiones públicas o de las embajadas catalanas en el extranjero -y todo ello sin olvidar que es público y notorio su enriquecimiento a base de las contrataciones públicas-. Unos pueblos que transigen con tamaño absurdo transigirán con cualquier otra medida. Y eso lo saben quienes están decidiendo el camino a seguir.
 
 
¿Cuál es ese camino? ¿Hacía donde parece dirigirse? En este terreno pisamos tierras movedizas: los miedos, las sospechas, las contradicciones, pueden hacer vislumbrar gigantes que no son sino molinos. Pero hay algo evidente: la economía está antes que el hombre. Y la economía no como ciencia al servicio del hombre, sino como ciencia al servicio de los bancos y los partidos. Y eso es preocupante. Porque perdido el peso de toda balanza -el valor sagrado de la vida humana, su trascendencia y su carácter de fin en toda decisión- las medidas que se adopten responderán a criterios utilitaristas que no humanos. Dicho de otro modo, cuando por ejemplo el coste social por mantener a la tercera edad ponga en riesgo el sistema, no es de extrañar que se adopten medidas para acabar con tal despilfarro como la eutanasia. O si es necesario reducir la mano de obra para abaratar el proceso productivo, a sabiendas de la condena a paros perpetuos, no se plantearán alternativas posibles que reduzcan los beneficios, justo porque además se está viendo el punto hasta que las sociedades son manejables en situaciones tan angustiosas.
 
 
El hombre está perdiendo la batalla. Y en este escenario se está haciendo evidente que la única defensa que le queda a la persona humana es la Iglesia. ¿Supondrá eso procurar silenciar su voz cuando ponga en riesgo la asunción parsimoniosa de las sociedades de medidas crueles? Algo es claro, independientemente de lo que pueda deparar el mañana es esta la hora en la que la Iglesia debe alzarse en la defensa del ser humano, de su dignidad, proponiendo medidas y soluciones desde esa perspectiva. Si desde la fe transigimos en que sea la “productividad” el criterio válido y mejor, estaremos permitiendo que a medida que la situación económica sea peor, las medidas que se adopten sean más inhumanas. Hoy la defensa del bien de la familia, del matrimonio, de los hijos, de los enfermos, de los débiles, de los ancianos es termómetro apto para percibir el verdadero camino emprendido más allá de las palabras: si se opta por el hombre o por el sistema.

 
Las perspectivas sobre cuál está siendo la elección tomada en Europa no son buenas. España tiene la oportunidad de romper esa penosa tendencia a pesar de la advertencia que se le hizo a Rajoy –en el lenguaje de la prima de riesgo- días antes de las elecciones. Y espero que la rompa, pues mucha parte del voto al partido Popular es voto católico desesperado con la persecución del gobierno Zapatero.
 
 
No obstante, estos días, ante la que está cayendo no podía por menos de acordarme de aquella desconcertante profecía del padre Findelen que la prensa bávara dio a conocer el 1 de noviembre de 1946 y que rescató Sánchez de Toca: “al mundo se le han dado ochenta años más de vida”. No sería gran cosa si el padre Findelen no hubiera vaticinado con acierto la guerra civil española, la segunda guerra mundial, o la bomba atómica. No, no sería gran cosa si no estuviéramos en una encrucijada. Pero es justo cuando se está en una encrucijada cuando la voces disonantes del optimismo oficial pueden ayudar a exigir que las acciones de quienes gobiernan no sean el propio bien, o el sistema, sino el bien del hombre como sujeto innegociable de una dignidad sagrada. Porque si se elige el sistema veremos como el padre Findelen no profetizó en vano.
 

 
 
x   cesaruribarri@gmail.com


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