Un calendario sin ventolera
No hace muchos días en la prensa se aireaba otra vez más la cuestión de los “puentes”: una fiesta que cae en martes, detrás de un fin de semana; o en un jueves que va como aperitivo de tres días siguientes en holganza. Las carreteras se prevén saturadas; la operación salida o la operación retorno tiene una hora fija; se calculan hasta los posibles atascos en carretera y hasta los posibles accidentes de esos cuatro o cinco días, en razón de los puntos negros o de las estadísticas del año pasado en esa misma movilización de la gasolina.
Más utilitariamente se calculan las horas de improductividad, por esa ausencia del fichaje a la entrada de la jornada laboral. Al paro forzoso y doloroso, se une este paro festivo y de escape. Es un ‘deporte’ de avanzadilla, ya en los meses finales del año, señalar las fechas de ‘puente’ para calcular las guardias o los turnos de trabajo del año siguiente. Las fiestas locales, las autonómicas, las del lugar a quo y las del lugar ad quem… son elementos a introducir en la búsqueda de solución conjugando también el precio del hotel y los camas vacantes en la casa solariega, según el número de viajeros. El internet y las calculadoras pueden ayudar en ese cálculo casi infinitesimal. De vez en cuando se oye una voz que clama por un “arreglo” del almanaque.
Era 1962, cuando ya era tema de preocupación desde tantos ángulos como la cuestión plantea. Lolo, Manuel Lozano Garrido, se hizo eco del tema en aquellas ya lejanas fechas.
UN CALENDARIO SIN VENTOLERA
Manuel Lozano Garrido
Vida Nueva, nº 345, 8 diciembre 1962
Sobre el tapete de la ONU descansa un calendario, que no es precisamente el zaragozano. Desde 1930, a expertos de todo el mundo le vienen preocupando las irregularidades de un canon oficial del tiempo. De entonces a esta parte, las observaciones y las iniciativas han ido cuajando en el molde concreto de una nueva reforma del ya de por sí bien recosido almanaque.
Si se tiene en cuenta la baraja de valores económicos, políticos, sociales y religiosos que confluyen en la arquitectura de un calendario, iremos entrando en razones de por qué el proyecto ideal de los entendidos se acuesta desmayadamente sobre la mesa de los debates. Mas, inesperadamente, al finalizar la V Reunión Preparatoria del Concilio se vino a difundir un comunicado en el que se anunciaba que la Iglesia incluiría el examen de esa propuesta entre los temas de la magna reunión y que lo haría con la máxima consideración y entendimiento. He aquí por dónde las esperanzas renacen.
LO VIEJO DEL ALMANAQUE
LO VIEJO DEL ALMANAQUE
Desde que el hombre es hombre se nota la necesidad de ir ajustando el ritmo del tiempo. Naturalmente que para la formación de un primitivo calendario lo primero que entra por los ojos es el recorrido del Sol y la evidencia de las estaciones lunares. Los egipcios contaban ya en el año 4000 a. de J.C., con un calendario muy inteligente, y dos mil años más tarde, el de los babilónicos se integraba de un año con doce lunas y veintiocho días solares. Las jornadas correspondientes a la 7ª, 14ª, 21ª y 28ª tenían una conmemoración especial, lo que, de hecho, supone la instauración de la semana. El sábado es de origen babilónico. Por el nombre de sabattu designaban al día 15º, que corresponde al de la luna llena.
El mes de los hebreos fluctuaba entre los veintinueve y treinta días.
EL CARNET DE LOS MESES
EL CARNET DE LOS MESES
En realidad, el nombre de los meses y los días que utilizamos es de origen netamente romano, y, por consecuencia, esencialmente mitológico. Marzo que fue en principio el mes inicial, viene de Marte, dios de la guerra, como abril, mayo y junio proceden de Aprilis -el mito que abre las puertas de la Naturaleza-; la leve y sutil Maya- uno de los siete luceros que forman la constelación de las Pléyades-; y la furibunda Juno- ensoberbecida esposa de Júpiter-. El calificativo de los meses estivales se los reservaron los respectivos emperadores Julio César y Augusto, que por algo podían hacer de su capa un sayo con el manojillo de las semanas. De septiembre en adelante los nombres tienen una simple procedencia numérica de orden (séptimo, octavo, etc.) Al anteponer dos meses, se les dio el sambenito de Januarius -el dios, puerta o de dos caras que mira al principio y al fin-, y Februarius (por la diosa de las purificaciones).
La semana procede, de lunes a viernes, de los planetas o satélites Luna, Marte, Mercurio, Júpiter y Venus. El sábado, bien puede hacerlo de Saturno o del Sabattu babilónico. Eso sí, el domingo, domínico o Día del Señor, es radical y profundamente cristiano.
EL ESFUERZO DE UN CÉSAR
Con el Descubrimiento, los españoles encontraron en América continental un doble calendario que usaban los aztecas para las conmemoraciones civiles y religiosas.
Los gérmenes de la actual división del tiempo se encuentran en el rey de Numa, de los romanos. Hasta él, el año tenía una división de sólo diez meses, cuatro de treinta y un días, y el resto de treinta, que se empezaban a contar desde primero de marzo; en resumen: trescientos cuatro días. Numa empezó por introducir y anteponer los meses de Januarius y Februarius, podando en uno los meses de treinta. Como sólo arrojaban trescientas cincuenta y cinco fechas, dispuso que se intercalara un ciclo de diez días en la ocasión a fijar por el Pontífice.
Como el traje de los años, con todo, no venía a la medida, Julio César llamó a un hombre muy talentudo, el sabio griego Sosígenes, y entre los dos le dieron un nuevo zurcido a las cuentas. La reata de diecisiete días las zanjó el emperador de un plumazo. Luego, el buen hombre, se decidió por el año de trescientos sesenta y cinco días y seis horas, y para ser más pulcro, inventó lo de los bisiestos por espacio de quince años.
LA DIANA DE LO GREGORIANO
Así andaban las cosas cuando nos plantamos ante Gregorio XIII, en 1582. La cosa se cuajó al alimón con los obispos en el Concilio de Trento.
Gregorio XIII maduró a las criaturas de su tiempo en diez días, que eran los que le habían cargado de excedente, y se sacó de la manga esa llave maestra del cálculo de los bisiestos por divisibilidad.
EL ROMPECABEZAS DE HOY
Y ya, de un salto, nos plantamos entre los calendarios que anuncian las escopetas o las máquinas de escribir.
EL ROMPECABEZAS DE HOY
Y ya, de un salto, nos plantamos entre los calendarios que anuncian las escopetas o las máquinas de escribir.
El calendario adoleció siempre de la difícil armonía de sus motivos lunares, solares y religiosos. Los desplazamientos lunares no encajan matemáticamente en el periplo anual del sol.
Por si fuera poco, las celebraciones religiosas, en especial las hebreas y, más las cristianas, fundamentan su ciclo anual en un punto de partida que tiene como base el variable factor de una luna llena. Las fiestas se corren así arbitrariamente a lo largo de la semana, trenzándose con la marcha de la economía y el trabajo. En los tiempos en que ha cobrado tanta importancia la productividad, preocupan y tienen trascendencia esas anomalías laborales. Apoyando este mismo sentido de utilidad, últimamente la Iglesia viene centrando en las conmemoraciones dominicales cualquier solemnidad de paro festivo, e incluso ha probado hacer transferencias y supresiones. Su prudencia, en cambio, le aconseja caminar con pies de plomo hacia reformas de unas solemnidades que tiene el venerable y milenario peso de una gran tradición. Su “sí” ha de ir más allá de la despreocupación de unos técnicos que no manipulan con toda la mole de la Historia sobre las espaldas.
EL NUDO GORDIANO
Los inconvenientes fundamentales del actual calendario se centran en la movilidad o “baile” de los días; en la complicación de los cálculos para cómputo de fechas intermedias y de años bisiestos y en la atadura de las fechas lunares. Desde que se fundó la Asociación Internacional para la Reforma del Calendario, todos los esfuerzos han ido confluyendo hacia una fórmula que diera como resultado la fijación y coincidencia del número del mes con el día de la semana. Después de examinar varios proyectos, los afanes se canalizaron hacia un estudio formulado por la India, que posteriormente ha sido retocado y superado hasta llegar al modo actual.
EL ¡EUREKA!
Lo que la citada asociación propone es la división del año en cuatro trimestres de noventa y un días, con el mes inicial de treinta y uno y el resto de treinta. Como la cifra de noventa y uno que suma es divisible por siete, cada trimestre empezaría a coincidir de nuevo el número y día de la semana. Así sabríamos de una vez que los primeros de enero, abril, julio y octubre caerían, indefectiblemente, en domingo. Como noventa y uno por cuatro son trescientos sesenta y cuatro, el día que falta se agregaría al final, como sábado doble, intercalándolo entre el 30 de diciembre y el 1 de enero, y en él se celebraría una fiesta de confraternización universal. De este modo, Año Nuevo sería siempre domingo. En los años bisiestos habría que hacerse lo propio entre el 30 de junio y 1 de julio; en resumidas cuentas: otro sábado doble disponible para jarana del universo.
Las dificultades se erizan en torno a determinadas fiestas religiosas. Por ejemplo: el lugar de la Navidad sería un lunes, de menos importancia que el domingo. Sin embargo, la cumbre de los obstáculos se centra en la fijación de los días de Semana Santa, que llevan consigo todo el volumen del año litúrgico. Como se sabe, el Domingo de Resurrección tiene una directa relación con la plenitud de la luna. Se la fija en el domingo inmediato al plenilunio que sigue al equinoccio de primavera. Las anomalías del ciclo lunar dan a la fecha unas posibilidades de danza que van desde el 22 de marzo al 25 de abril. A la vista del calendario se ha elegido para la Pascua una fecha de tipo medio, el 8 de abril. De este modo, el Viernes Santo quedaría para siempre en la fecha del 6. Las opiniones más generalizadas abogan por el 7, como día más concreto de la Pasión. Monseñor Bergonzoni-Duca ha venido a redondear las hipótesis con sus largas y concienzudas averiguaciones. Es así que apenas si cabría entonces una diferencia de veinticuatro horas.
De este modo es como anda la cuestión. Si a usted le gusta su calendario de anuncio de escopetas y quiere conservarlo de por vida, ¡hala!, a hacer conquistas para el futuro almanaque, que no varía. Si, por el contrario, le atosiga tanto descaro de la propaganda, ¡ea!, a encargar el viejo taco y a deletrear por la mañana el buen minuto de su filosofía.
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