Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - II
por Alfonso G. Nuño
Pero la llamada es de verificación en un doble sentido. Al que está presente en la llamada –porque la vocación divina no es simplemente un enunciado que se oiga, sino que es atracción y mistérico ámbito de actualidad–, al que está siendo en ella, la verificación es un cobrar una actualidad nueva en la actualidad en que está. La verdad de su respuesta es a-firmada.
Y quien no estaba siendo en la autenticidad de la respuesta es con-firmado en otra actualidad, en la ajena al llamamiento de Dios. Y así el que se sabe lejos puede entender como llamada lo que ahora lee en la Regla. Es ocasión para responder afirmativamente o bien para continuar en una lectura curiosa, informativa, meramente cultural, etc.
Es llamativo que buscando a su obrero, operarium suum, nos diga S. Benito que Dios haga esa pregunta: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?» . ¿Era ya su jornalero o no lo era? Es más, ¿se trata de un obrero o de un hijo?
¿Dónde está la vida para el hombre, dónde los días de felicidad? El hombre ha sido creado para la divinización, para participar de la vida divina, esto es lo único que lo plenifica, es ahí únicamente donde es feliz. Y ese es el deseo más profundo que hay en el hombre. Pero siendo lo único necesario, para él es imposible alcanzarlo.
Toda nuestra vida, todas las decisiones que tomamos giran en torno a ese apetito, a esa sed de vida eterna. Lo único es que algunos tratan de hacerlo con diversos sucedáneos que momentáneamente parecen matar el gusanillo y otros, rendidos y desorientados, intentan aturdirse para no sentir esa acuciante voracidad que les duele por insaciada y creen imposible se pueda colmar.
Ahí, a lo más radical va la llamada. Pero el vocado a ser hijo es criatura y, por tanto, es siervo, es su servidor; como todas las demás criaturas, no tiene que hacer nada para llegar a serlo. La diferencia está en que el hombre, al igual que lo han hecho algunos ángeles, puede desobedecer, en cambio, los seres materiales no, siguen sin vacilación ni libertad las leyes de la creación.
Adán, tras el pecado, salió de la comunión con Dios, del Edén, pero no dejo de ser servidor, aunque perdiera los dones de gracia en que había sido creado. Con sus obras de mero jornalero el hombre no puede comprar el ser hijo. Con su esfuerzo no puede volver a la comunión divina, sin la gracia ni puede vivir como hijo ni sus obras dan frutos de vida eterna.
Dios busca a su obrero para que vuelva a ser hijo y, como tal, sirva como el Hijo. Y si ya es hijo por el bautismo, para que viva filialmente, que es vivir cumpliendo la voluntad del Padre. Sólo en esa comunión de vida se puede obedecer, ya que no es otro nuestro servicio que obrar divinamente, que llevar a cabo graciosamente la tarea que se nos encomiende.
[La foto es cortesía de una lectora del blog]