Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Del trozo del Evangelio de San Marcos aparecido en el Qumram

por Luis Antequera

 
            Al hablar el otro día del Papiro Rylands (pinche aquí si le interesa el tema) dos informados comentaristas, Mercedes de Soto y Fernando, trajeron a colación la posibilidad tantas veces explorada de que entre los famosos Documentos del Mar Muerto descubiertos en 1947 pertenecientes a una comunida esenia contemporánea de Jesús, figurara un pequeño fragmento de un Evangelio de San Marcos. ¿De qué hablaban? Pues bien, hablaban, y con todo conocimiento por cierto, del conocido como 7Q5, quinto fragmento de la cueva 7, un pequeñísimo fragmento papiráceo de 3’9x2’7 cms., para que se hagan Vds. una idea, 10,5 cms2, que comparado con el ya de por si pequeño P52, representa, en términos de superficie, menos de la quinta parte, pues P52 tiene 53,4 cms2..
 
            El fragmento del que hablamos, 7Q5, está escrito por una cara nada más y contiene apenas ocho letras griegas, separadas en cinco renglones y distribuídas de la siguiente manera: una en el más alto, tres en el segundo (la tercera de ellas, de conflictiva identificación), dos en el tercero, una en el cuarto y una en el más bajo. Con esas ocho letras que nada dicen per se, un papirólogo, español por más señas, Josep O’Callaghan Martínez(1), jesuita, profesor del Instituto Pontificio Bíblico de Roma y director del Seminario Papirológico de Sant Cugat de Barcelona, fallecido en 2001, publicó en 1972 una hipótesis en virtud de la cual, esas ocho letras eran parte de un episodio del Evangelio de Marcos, el que se recoge en Mc. 6, 52-53 y dice:
 
            “[…] pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada. Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron […]”
 
            Pueden Vds. comprobar el encaje de las letras en el texto en esta simplicísima pero no por ello menos clara composición realizada por Aciprensa (ver arriba en tamaño real).
 
            La investigación fue muy atacada, y O’Callaghan fue condenado a la dagnatio memoriae por parte de la comunidad científica no tanto, por cierto, entre sus colegas papirólogos, como entre los biblistas, tendremos ocasión de ver por qué.
 
            Lo cierto es que de todos los textos griegos antiguos conocidos, y siempre aceptando la tesis de O’Callaghan de que la tercera letra del segundo renglón es una eta y no una alfa como sostienen otros, no existe ninguna otra hipótesis planteada hasta la fecha distinta de la del español. Lo que, sin embargo, no obsta para que a esa combinación de letras no se pudieran acomodar otros textos distintos de Mc. 6, 52-53, bien se trate de textos con los que no se haya probado (la innovación de O’Callaghan consistió precisamente en probar con unos textos con los que nadie había probado o querido probar, el Nuevo Testamento), bien se trate, como es aún más plausible, de textos con los que sea imposible probar por la sencilla razón de que no los conocemos. Por lo que se puede sostener que la hipótesis de O’Callaghan, siendo hasta la fecha la más plausible presentada, quizás la única, no goza sin embargo de una garantía del 100%
 
            No es mi objetivo aquí debatir sobre las pruebas a las que ha sido sometido 7Q5 que demuestran o atacan su verosimilitud. Sí quiero, sin embargo, hacer un pequeño ejercicio de historia ficción basado en la hipótesis de que un día se acepta que la propuesta de O’Callaghan es auténtica e irrefutable. ¿Qué implicaciones tendría ello? Pues bien, no pocas.
 
            Para empezar, no poco importante, se demostraría la precocidad de la investigación evangélica, remontable a tiempos tan tempranos como… ¡¡¡el año 50!!!, y aún antes, que es cuando se datan los hallazgos de Qumram. ¿Se dan Vds. cuenta? ¡Un Evangelio antes de haber transcurrido ni veinte años de la crucifixión de Jesús!
 
            Una tempranísima investigación evangélica que pondría en entredicho a muchos exégetas que ha tiempo ya que vienen defendiendo el tardío comienzo de la actividad evangélica(2). Y que basándose en lo tardío de la investigación evangélica, defienden que evangelios y evangelistas habían hecho una lectura ventajista de la historia, acercando a su presentación de Jesús cuantos hechos posteriores a su muerte eran propicios a su mensaje, no tanto al que efectivamente había sostenido Jesús, al fin y al cabo inocente de la posterior utilización de su persona con “fines fraudulentos”, como al de los propios evangelistas en su intento de “trucar” el personaje.
 
            Existe un punto en particular en el que la “tesis del evangelismo tardío” de tantos autores quedaría en particular evidencia: se trata de la cuestión de la profecía de la destrucción del Templo realizada por Jesús y recogida por los tres sinópticos, Mateo (Mt. 24, 2), Lucas (Lc. 21, 6) y Marcos, cuyo testimonio, ya que de su Evangelio hablamos, reproducimos:
 
            “Al salir del Templo, le dice uno de sus discípulos: «Maestro, mira qué piedras y qué construcciones.» Jesús le dijo: «¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.»” (Mc. 13, 1).
 
            Según esos autores “escépticos”, Jesús no habría profetizado nunca la destrucción del Templo, sino que su oportuno acontecimiento, cuarenta años después de su crucifixión, habría proporcionado golosa ocasión a sus tardíos hagiógrafos de presentar la destrucción como profetizada, con un doble propósito: 1º) presentar dicha fraudulenta manifestación como un ejemplo más de las fraudulentas habilidades taumatúrgicas del personaje; 2º) encajarlo con gran éxito en el apartado apocalíptico de su mensaje.
 
            Evidentemente, un Marcos anterior a la destrucción del Templo, producida en el año 70, -y el de 7Q5 de Qumran, si se acepta la hipótesis de O’Callaghan, lo es- demostraría que Jesús efectivamente había profetizado la destrucción del Templo, y que, además, había acertado de pleno. Lo que en palabras utilizadas por mi muy informado comentarista Fernando, que a su vez las pone en boca de un seguidor de uno de los grandes autores del Jesús histórico, Bultmann, no haría otra cosa que tirar “décadas de erudición germánica por el desague”. Razón que, probablemente, sea la que ha llevado a la tesis de O’Callaghan a ser recibida con tanta hostilidad por la comunidad científica internacional, y no por casualidad, no tanto entre los papiristas que son los que con más criterio podrían haber cuestionado su trabajo, como entre los biblistas, muchos de los cuales, los más perjudicados por sus hallazgos.
 
 
                (1) De Wikipedia extraigo el CV de Josep O’Callaghan, que me ha parecido de lo más oportuno aportar:
                “Nació en Tortosa, provincia de Tarragona, España en 1922 y se unió a los jesuitas el 29 de octubre de 1940. Fue ordenado el 31 de mayo de 1952. Licenciado en teología por la universidad de San Cugat del Vallés, provincia de Barcelona en 1953. Doctor en filosofía y letras por la Universidad de Madrid en 1959, doctor en Letras Clásicas por la Università di Milano en 1960. Fue profesor en la Facultad de Teología de San Cugat del Vallés (1961 - 1971), Barcelona, en donde fundó el Seminario de Papirología. En 1971 se encuentra en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma (1971-1992). En 1980 regresa a Barcelona como profesor de crítica textual junto al profesor R.P. Pierre Proulx. Fue decano de la Facultad Bíblica (1983-1986). Fundó la revista Studia Papirologica. Murió en Barcelona el 15 de diciembre de 2001”.
                Como están Vds. viendo, no estamos hablando de alguien que acabe de llegar.
 
                (2) Ya hemos visto como el P52, datable hacia el año 120, había puesto en entredicho a cuantos sostenían que el Evangelio de Juan era de finales, del s. II y demostraba que la tradición cristiana - que siempre había sostenido que el cuarto Evangelio debía datar de un momento muy próximo al final del s.I- era mucho más acertada que tan sesudas investigaciones.

 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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