El Pontificio Consejo Justicia y Paz está indignado.
El Pontificio Consejo Justicia y Paz está indignado.
Dios nos hizo a su imagen y semejanza, por lo que llevamos en nosotros el reflejo de Dios y la necesidad ir en pos suya. Pero el pecado agrietó nuestra naturaleza primitiva y por ello no es sencillo caminar por el mundo sin buscar soluciones fáciles y provechosas.
El diagnóstico que hace el Consejo de Justicia y Paz se basa en una serie de evidencias, pero olvida muchos aspectos que le llevarían a desconfiar de sus propios consejos. En cuestión dice “el liberalismo económico sin reglas y sin controles, es una de las causas de la actual crisis económica y ha denunciado la existencia de mercados financieros fundamentalmente especulativos, dañinos para la economía real, especialmente para los países débiles".
No es cierto que no existan reglas y controles. Quizás haya incluso demasiados y casi todos inútiles. Estas reglas son aplicadas por autoridades que están implicadas en el propio devenir del sistema. Estas autoridades han dejado aprovecharse del propio sistema a muchas personas. Unos son los especuladores, pero las personas de a pié también hemos sido tentadas de beneficiarnos del sistema. Ciertamente, las autoridades han hecho la vista gorda durante años a especulaciones que sólo podían traernos estos lodos tan amargos, pero tampoco podemos olvidar que se ofreció una riqueza ficticia, basada en el crédito ciego, a muchas personas que no dejaron de aprovechar la ocasión.
Me surgen una serie de preguntas ¿Necesitamos más leyes? ¿Más burocracia? ¿Más reguladores? Todos sabemos que en plena expansión económica existían leyes que no fueron aplicadas o lo hicieron en beneficio particular de algunos. El problema nos es la libertad de un sistema económico, sino que esta libertad es secuestrada fácilmente. Lo que necesitamos son leyes y reguladores responsables y comprometidos con el bien común y no construir más organismos.
Dice el Consejo Pontificio que deberíamos actuar “…por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad pública de competencia universal”
¿Serviría de algo un gobierno mundial o un banco global? No servirían para nada si no funcionan con responsabilidad y ética. Es más, un gobierno mundial o banco global sólo serían un reclamo más atractivo para que los “listos” los utilizaran. ¡Vade retro! ¿Crear un Cesar mundial capaz de regular nuestras vidas en cualquier lugar del globo? No gracias. Ya tenemos bastante lucha para frenar a los cesarillos de cada territorio.
El Consejo Pontificio de Justicia y Paz nos dice que existe “urgencia de poner a las finanzas al servicio del hombre” recordando el Magisterio Pontificio. Cierto. Las finanzas deben trabajar para el ser humano y no al revés. Pero de nuevo el problema está en que las finanzas siempre pueden ser utilizadas por quienes deseen aprovecharse de los demás. El problema somos nosotros, los que utilizamos las finanzas, no las finanzas en si mismas.
Nuestra sociedad global depende de cada uno de nosotros y de cómo utilicemos los bienes que Dios nos ha dado. El problema del mundo es la necesidad conversión y transformación individual. Si quienes tienen poder económico o legislativo se dejan guiar por sus ambiciones personales, ni el mejor sistema de gobierno sería capaz de salvaguardar la justicia. Si cada persona busca la manera en enriquecerse a costa de los demás, cualquier sistema económico se plegará a estos intereses.
Es imposible que el Cesar ofrezca lo mismo que Dios por muchas vueltas que le demos. Por nuestra parte, no podemos ofrecer a Dios lo que es del Cesar y sobretodo, no podemos ofrecer al Cesar lo que es de Dios. Nosotros mismos debemos ser de Dios y no del Cesar.
El posicionamiento del Consejo de Justicia y Paz junto con los “indignados” me da miedo. ¿Por qué? Porque el problema de los indignados es que esperan que otros les saquen las castañas del fuego. Me temo que el Pontificio Consejo de Justicia y Paz también espera del Cesar que reparta la justicia y la paz que sólo pueden provenir de Dios a través de nuestra conversión. Dios nos ayude.