Ante las elecciones generales

Estamos cerca de las elecciones generales y no estaría de más algún artículo en el que fuésemos aclarando algunas concepciones que no están muy claras en el ambiente. Vamos a hacerlo en forma de diálogo:

-Amigo: En primer lugar, me parece, Monseñor, que las elecciones son cuestión de la sociedad y no de la Iglesia.

-Monseñor: Efectivamente, como se dice, la Iglesia no debe meterse en política. Y es verdad. Pero una cosa es meterse en política de partidos, y otra muy distinta es hablar con toda claridad sobre valores humanos y morales fundamentales que son conculcados por algunos partidos.

-Amigo: Bien, pero eso que lo digan en la iglesia, que no lo publiquen en los periódicos ni lo digan en la radio o en la televisión. Y la Iglesia no debe meterse en cuestiones en las que no es competente, por ejemplo, si tomase partido en una cuestión concreta como puede ser optar en casos de crisis, si es mejor dar el tijeretazo (es palabra puesta de moda) en reducción del número de cargos en las administraciones públicas, en educación, en sanidad, en deportes, en patrimonio… ¡qué sé yo! Estas son cuestiones políticas, y de políticas de partido en las cuales no debe entrar la Iglesia como tal. Y si quiere intervenir, que funde un partido, pero que no se aproveche del prestigio que pueda tener ante la gente.

-Monseñor: Aquí habría que distinguir dos cosas. La primera, que es verdad lo que dices, porque los obispos y sacerdotes no debemos entrar en cuestiones puramente civiles y que atañen a la sociedad. Y cuando se votan las leyes son los parlamentarios quienes las votan.

Otro sería el caso de si la Iglesia puede o no, cuando están en juego cuestiones morales y religiosas, cuando están en juego los derechos naturales y cuando está en juego la dignidad de la persona humana. En estos casos los obispos y los sacerdotes no podemos callarnos cuando se atropellan esos derechos, sobre todo en el campo de la legislación.

-Amigo: Pero eso es coartar la libertad de los votantes.

-Monseñor: Es cierto que nadie puede ser coaccionado a la hora de sus actuaciones; pero, al hablar los obispos, no coartan la libertad de los ciudadanos, ni coaccionan a nadie, sino que recuerdan a los católicos que, si quieren actuar de acuerdo con su fe cristiana, deben aceptar la doctrina y la moral que enseña la Iglesia. Y aquí es donde entra en juego la libertad junto con la responsabilidad.

Amigo: No me acaba de convencer. No sé si me podría poner un ejemplo.

-Monseñor: Te lo pongo. No se trata de un ejemplo teórico, si no muy real y actual. Estamos próximos a unas elecciones generales. Ante un partido que aprueba y fomenta unas leyes en las que suprimir una vida humana e inocente se considera como un derecho, ¿puede un obispo o un sacerdote guardar silencio? ¿puede callarse también ante la concesión a los padres del derecho de suprimir la vida de un hijo todavía no nacido pero ya engendrado? Y no sólo los sacerdotes y los obispos pueden y deben, sino cualquier cristiano o grupo de cristianos pueden y deben hacerlo. ¿Es que cualquier miembro de la Iglesia puede callarse cuando un Estado se arroga la facultad de disponer de una vida inocente e indefensa? Y menos, cuando da a los padres la facultad de suprimir la vida de un hijo (¿o no lo es?) aunque todavía no haya nacido.

Amigo: es verdad. Pero ¿a usted le parece bien que un Obispo o un sacerdote digan o escriban que no se vote a un partido concreto? ¿No se están metiendo en política?

-Monseñor: ¿Es meterse en política defender la dignidad de todo hombre? ¿lo es decir y defender que todos los hombres tenemos la misma dignidad? ¿lo es repetir por activa y por pasiva, la doctrina de la Iglesia que afirma que el asesinato de un niño inocente e indefenso nunca puede justificarse? Y si no podemos decir esto, ¿qué es lo que podemos decir para que los católicos sepan a qué atenerse en cuestiones de doctrina y de moral?

¿Te parece bien que sigamos dialogando sobre estas cuestiones?

Amigo: Me parece muy bien.

Monseñor: Pues continuaremos.

José Gea