Camino de humildad (RB Pról. 4-7) – III
por Alfonso G. Nuño
En ese paraíso de contemplación, donde todo es uno y cada realidad es más ella misma, toda acción, bien sea de contemplación caritativa o de caridad contemplativa, sin dejar de estar en la inevitable sucesión del tiempo en que somos, se encuentra embebida de eternidad. Pero el principiante, que ha sido ya incluido en el número de los hijos, en sus comienzos torpemente, como quien aprende a caminar, no puede por menos de vacilar, de orar tambaleándose; su insistencia en la humilde petición es balbuciente.
Esta debilidad, este palpable fraccionamiento de su obrar en todos los aspectos, discernidamente sentido con la ayuda del buen maestro espiritual, se convierte en fuente de acción ascética, en tierra/humus sobre el que apoyar el pie para poder dar el siguiente paso en un caminar agraciado.
Un andar por un camino cuyo trazado, como cuerda de violín bien templada, está fijado por la tensión entre la elección y el juicio, entre la debilidad de haber sido elegido por gracia y el estar convocado al juicio sobre la respuesta a esa llamada. Es un peregrinar en gozosa penumbra, en estar saliendo de la negra noche y estar ya palpando la luz de un Sol cuyo cenit en su amanecer anuncia. Por ello, vivimos ya en las últimas realidades.
Y ese camino lo recorremos y nos lleva. Como río que porta las naves a su destino, es Cristo quien lleva a término nuestra jornada, mas con su gracia la recorremos. Y siendo ya hijos, no dejamos de ser siervos. Siendo nada, lo tenemos todo. No teniendo con qué merecer, recibimos gracia para hacerlo. Es un camino de humildad.