De Benedicto XVI, de ateos y de agnósticos

            Alguien se creyó que éste sería un papado de transición y que era poco lo que cabía esperar de un Papa, por cierto, tildado de reaccionario, que accedía al papado a los 78 años de edad. Su papado ha durado ya seis años y actualmente tiene ochenta y cuatro. Pero eso es lo de menos: los mensajes del Papa “viejo” Benedicto XVI están resultando demoledores, y lo que es más importante: contrariamente a lo que algunos habrían esperado de un pontífice de su edad, absolutamente renovados e innovadores. Sus palabras en Alemania explicando la parábola de los dos hermanos enviados por su padre a trabajar en la viña (Mt 21, 29-32) son una nueva buena muestra de ello, cuando al transponerla a nuestra sociedad actual, ha afirmado que “los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; las personas que sufren a causa de nuestros pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cercanos al Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ya solamente ven en la Iglesia el boato, sin que su corazón quede tocado por la fe”.

 

            La apuesta de Benedicto XVI por un ecumenismo que alcanza incluso a ateos y agnósticos de buena voluntad es ya recurrente y, posiblemente, uno de las señas que dejará marcado su pontificado. En el haber del Papa alemán hay que añadir otras iniciativas orientadas en similar dirección, como por ejemplo el espacio de diálogo con los ateos que dio en llamar el Patio de los Gentiles, en alusión a esa parte del Templo de Jerusalén hasta la que les era dado llegar a los gentiles o no judíos, y más allá de la cual no podían cruzar, la cual ocupaba en superficie bastante más de la mitad de toda la explanada del Templo, probablemente hasta el 70-80% de la misma.

 

            Personalmente, creo que no se equivoca el Papa alemán cuando interpreta la gran batalla del s. XXI no es la que sostienen bautizados contra no bautizados, o cristianos contra no cristianos, ni siquiera creyentes contra no creyentes; sino la que sostienen las personas que creen en los inmutables principios y valores del derecho natural (y que uno ve perfectamente recogidos en cada línea de los Evangelios) y que aceptan que la verdad es una y sólo una y que los seres humanos no pueden hacer otra cosa que afanarse en buscarla, aunque muchos de los que lo hacen mantengan severas dudas sobre la existencia de Dios o puedan hasta creer estar en la certeza de que Dios no existe; frente a los que se allanan al relativismo y aceptan que todos los valores, que todos los principios, que todas las verdades caben en la sociedad humana, con tal de que un número significativo de personas llegue al acuerdo de convivir en torno a ellas como si fueran auténticas, en aras siempre al "buen rollito", tantos de los cuales, demasiados por desgracia, desde una posición nominalmente cristiana.

 

            Una vez más, B16, el Papa “viejo”, pero a pesar de todo, o bien al contrario, “precisamente por ello”, el Papa pedagogo, el Papa de la palabra, el Papa al que se oye más que se ve, da en el clavo. Es mucho lo que ya hemos oído decir a este Papa. Es mucho sin duda, lo que aún nos queda por oírle. Porque contrariamente a lo que sostiene algún ignorante -el sí- por ahí, no sólo es un gran teólogo y un gran filósofo, sino que tiene la rara habilidad de hacerse entender cuando habla de filosofía y hasta cuando lo hace de teología, ¡ahí es nada!