Domingo XXV T.O. y pincelada martirial (C)
Jesús conoce el corazón humano. Sabe que los bienes materiales, si se procuran y utilizan como medios e instrumentos para el bien, nos sirven de ayuda. Pero jamás deben ocupar el primer lugar en el corazón del hombre, y menos del joven, llamado a volar alto, hacia ideales más nobles. Así nos lo explica monseñor Braulio Rodríguez [Una parábola de hoy en Alfa y Omega (20 de septiembre de 2001)] comentando el Evangelio que acabamos de escuchar:
Lucas 16 tiene, en consecuencia, como finalidad decirnos que es malo reemplazar en el corazón a Dios por otras cosas. Quiero entender así esta parábola del administrador infiel; de lo contrario, ¿cómo pensar que Jesús alabara a un hombre que obra a su antojo con los bienes de su amo y que, al ser despedido, hace trampas en los documentos para ganarse el favor de los acreedores a costa, una vez más, de su amo? ¿Por qué habría de ser loable su astucia?
Parece claro que, en el sistema social judío del siglo I, esta conducta del administrador puede entenderse a la luz de la prohibición de la usura en las leyes hebreas y que los acreedores no recibieron en realidad ni cien barriles de aceite, sino cincuenta, ni cien fanegas de trigo, sino ochenta. Ése es el favor que hace el que va a ser despedido. Pero de nuevo hemos de centrarnos en Jesús y recordar cómo una buena parte de sus parábolas están al servicio del tema central de su predicación: el Reino de Dios, que hay que acoger... El administrador es alabado no por infiel, sino por inteligente. Está en momento crítico y debe presentar las cuentas rápidamente. Lo que alaba Jesús es esto: la prontitud para reaccionar, que contrasta con la atonía que encuentra su predicación en parte de sus oyentes. ¿No es una buena parábola para cristianos parados y sin vigor en su fe?
Porque precisamente en estos días podemos preguntarnos: ¿Cómo es nuestro amor a la Iglesia? ¿Cómo descubro yo lo que realmente la Iglesia está haciendo a favor de los necesitados? Lo hemos escuchado en el Salmo que hemos repetido de forma cadencial, para alabar, para ensalzar a Dios: Alabad al Señor, que ensalza al pobre. Sí, el Señor lo ensalza y lo defiende. Y en el Magnificat así lo escuchamos. Pero... ¿y yo? ¿Qué es lo que hago yo en defensa del pobre? En primer lugar puedo preguntarme: ¿Cómo conozco yo lo que hace la Iglesia en defensa del pobre? Porque dejamos llenar nuestro corazón y sobre todo nuestra cabeza, o, por mejor decir, dejamos embotar nuestra cabeza con todo lo que los medios de comunicación nos dicen.
Pero... y yo, ¿qué hago? Porque por lo menos puedo tener la delicadeza, porque la Iglesia es mi Madre, de contrastar lo que se me dice. Vamos a dejar aparte que pueda darse el que haya administradores infieles -de hecho es lo que denuncia el Señor-, que pueda darse dentro de la Iglesia el que haya administradores infieles; digo que pueda darse.
Pero eso que a nosotros se nos queda muy lejos tiene que contrastar con lo que yo tengo que hacer, con lo que yo tengo que descubrir.
¿Qué he hecho yo para conocer cómo obra la Iglesia? Sabéis lo que cuesta llevar la economía particular de un domicilio, de una familia. Podéis imaginaros lo que cuesta sacar adelante esas instituciones... La preocupación, la exigencia, el trabajo que lleva andar pidiendo subvenciones, el tener que contar hasta la última peseta para sacar adelante esos Centros.
¿Por ejemplo, en Madrid? ¿Quién se ha acercado, por poner un ejemplo, a la Casa que tienen las Misioneras de la Caridad, las religiosas de Madre Teresa de Calcuta, en donde acogen a los enfermos de SIDA? La Iglesia Católica, que ha sido la primera que se ha preocupado de los enfermos de SIDA en el mundo…
¿Y en Barcelona? ¿Quién conoce los Comedores que llevan también las Misioneras de la Caridad en Las Ramblas, en la parroquia de San Agustín?
Y así podíamos estarnos todo el domingo citando Centros que rige la Iglesia. Y no por querer quedar por encima de nadie, sino porque son nuestros Centros, son los que lleva la Iglesia, son de los que nos tenemos que preocupar, son las respuestas que nosotros, con caridad, con humildad y con amor, tenemos que tener en nuestros labios para saber tener una palabra -repito, de caridad- para aquellos que no entienden o que, como dice el Evangelio, viendo no quieren ver, y sabiendo que hay otras respuestas, otras actitudes, no quieren oír. Y no estoy hablando de uno ni de dos, sino de muchísimos Centros.
La respuesta del Señor es clara: No podemos servir a Dios y al dinero, porque o bien nos vamos a preocupar en exceso de cultivar nuestras economías y vamos a dejar al Señor, o solamente -y esta es nuestra respuesta- tenemos que llenar el corazón de Dios; y este es el camino que tenemos que buscar.
En estos días tengo que preguntarme:
¿Verdaderamente cumplo el primer mandamiento? ¿Tengo a Dios como lo primero en mi vida? ¿Amo a Dios por encima de todas las cosas? Y de ahí sale todo lo demás. Y, repito, en lugar de dejarnos llevar por las críticas, amemos a la Iglesia. Porque en tantos sitios la gente que formamos la Iglesia está dando su vida. Y además está sufriendo las críticas. De eso no hay que tener mucho problema, porque Jesús nos lo ha repetido en el Evangelio: que vamos a ser perseguidos.
¡Qué ejemplo más claro nos ofrecía la liturgia de la fiesta de San Mateo!
Así se expresa San Beda cuando nos habla de ese momento en que Jesucristo se encuentra con Mateo. Jesús ve a un hombre que se llama Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, metido en lo suyo, metido en su dinero, en sus robos. Le mira y le dice: “Sígueme”. Jesús ve al publicano y porque le ama lo elige. Sabe de su debilidad, pero lo elige. Y le dice: “Sígueme”. Sígueme, que quiere decir: imítame. Le dice “sígueme” más que con sus pasos con su modo de amar. “Porque quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió Él”.
Nosotros hemos optado por Cristo, y desde esa opción vamos formando la conciencia, según el Evangelio, según lo que Cristo nos pide. Esa conciencia en la cual resuena de fondo la voz de Dios, al que hemos de ser fieles para ser honrados.
También nosotros tenemos nuestras cosas en nuestras manos. Y también hemos de ser administradores fieles. Es costoso a veces. Pero no olvidemos que es Dios el que viene a socorrernos, el que viene a ayudar a nuestra debilidad.
En la segunda lectura hay algo que nos encarga San Pablo y que tendríamos que hacer más constantemente, que es rezar por nuestros gobernantes, sobre todo para tenerlos, sobre todo para que se tomen en serio su oficio, su vocación. Le pedimos hoy a Dios Todopoderoso, por medio de su Madre, Madre de la Iglesia, Madre del corazón de cada uno de los hombres, para que seamos conscientes de cuidar aquello que Dios nos da, de cuidar a los pobres, que los tenemos siempre con nosotros, y de promover todo lo que haga más digna a la persona humana.
PINCELADAS MARTIRIALES
Sor Vicenta Ivars Torres murió asesinada durante la persecución religiosa en el término de Alcázar de San Juan, provincia de Ciudad Real. La guerra civil en España, como hemos narrado muchas veces, azotó fuertemente a las Congregaciones religiosas; casas incautadas y casi trescientas religiosas mártires que murieron a causa de los muchos sufrimientos y vejaciones, y que fueron coronadas con la palma del martirio.
Entre ellas Sor Vicenta Ivars Torres que ofrendó de manera cruenta su vida, aquel 23 de septiembre de 1936. Murió en la madurez de una vida entregada al Señor, a los 68 años de edad y 44 de vida Religiosa en la Congregación de Hermanas Franciscanas de la Purísima Concepción, fundada por Madre Paula de Jesús Gil Cano.
Su martirio, testimonio de fidelidad a Dios y de amor al prójimo, es aliento de nuestra fe y estímulo a vivir como testigos de Cristo y del Evangelio.
El 17 de junio de 2017 se colocó un memorial en el lugar de su martirio, en la carretera de Alcázar de San Juan, en una propiedad privada al lado de la carretera.