¿Trabajan poco los profesores de la enseñanza pública?
por Alejandro Campoy
El problema es otro muy diferente, y tiene que ver con la naturaleza de la carga de trabajo que pesa sobre los docentes de la enseñanza pública, y este hecho no ha sido denunciado en los veinte años largos que arrastra la reforma educativa que tuvo lugar con la LOGSE. De lo que se trata es de que el profesorado de la escuela pública ha visto incrementarse exponencialmente su carga laboral en tareas y labores de tipo funcionarial estériles y por completo improductivas. Así, el trabajo del profesorado se puede clasificar en dos tipos: trabajo docente productivo con alumnos y trabajo estéril de tipo funcionarial.
Donde con el sistema educativo emanado de la reforma Villar Palasí, el de la EGB y el BUP, el profesor era ante todo un especialista en su materia y su autoridad emanaba directamente de esta condición de especialista, con el sistema LOGSE el profesor pasa a ser considerado un funcionario público obligado a la prestación de unos determinados servicios a la comunidad. Y la naturaleza de estos servicios se ha ido diversificando y sobreacumulando sobre las espaldas del profesorado que, todo hay que decirlo, no ha hecho NADA en estos veinte años por denunciar esta situación y el progresivo deterioro de la dignidad de la profesión docente.
La primera perversión que tiene lugar con la LOGSE que el profesorado se tragó con mucha complacencia fue el cambio de su estatus como especialista en una materia dada a “educador”: con este cambio conceptual, el profesor debía asumir complementariamente el rol que de forma natural y obligada correspondía a los padres, el de primeros educadores de sus hijos, de tal forma que los profesores, de forma inconsciente al principio, iban asumiendo sobre sí una tarea que no les correspondía, mientras los poderes públicos potenciaban la asunción de ese rol de educadores con finalidades no explicitadas aún en aquellos momentos. Y quedaban obligados por ley a dar cuenta a los padres de su tarea como educadores de los hijos periódicamente y por escrito. Pero nadie protestó entonces.
En segundo lugar, el profesor se fue convirtiendo también en un auxiliar administrativo, toda vez que la carga de documentación por completo estéril que estaba obligado a cumplimentar iba aumentando a medida que se sucedían unas sobre otras las resoluciones ministeriales, órdenes, decretos y todo tipo de leyes que les obligababn a registrar por escrito hasta la menor incidencia que tuviera lugar en las aulas, así como hasta la última coma de su tarea docente, con la obligación añadida de tener a punto toda esa documentación para cuando le fuera requerida por los agentes fiscalizadores de su trabajo, por un lado las administraciones educativas y por otro lado los padres y las familias de los alumnos. Pero nadie protestó entonces.
En tercer lugar, el profesor se fue convirtiendo también en guardia de seguridad, al asumir progresivamente tareas de guarda y custodia de alumnado del más diverso pelaje, desde aquellos que permanecían obligados en los centros educativos repitiendo uno tras otro el número máximo de cursos que la ley les permitía y reventando sistemáticamente la convivencia y funcionamiento de los centros hasta aquellos que necesitaban de algún tipo de refuezo y apoyo, pasando por esas famosas horas de NADA que se pusieron como alternativa a la religión, en las que los profesores debían tragarse una hora más de guardia intentando mantener en silencio a todo un grupo de alumnos del que no podían conseguir que realizaran la menor tarea productiva. Pero nadie protestó entonces.
En cuarto lugar, los profesores se convirtieron en monitores de ocio y tiempo libre, obligados a proporcionar a los alumnos un variado elenco de actividades lúdicas y expansivas para su mejor solaz y entretenimiento, con el agravante de que en ningún caso esas actividades podían suponer una carga para papá y mamá, antes al contrario, de lo que se trataba era de liberar a ambos lo más posible para que pudieran seguir haciendo uso de su sacrosanto tiempo sin necesidad de tener que atender a los nenes. Y todo gratis y voluntario. Pero nadie protestó entonces.
En quinto lugar, los profesores se conviertieron en bibliotecarios, libreros y mozos de almacén, al tener que ocuparse de custodiar y repartir los libros y materiales que los nenes debían utilizar cada curso escolar, que ya tampoco correrían por cuenta de sus papás. Pero nadie protestó entonces.
El resultado de este proceso es que el profesorado a lo último que se dedicaba era a dar clase de matemáticas, lengua o historia, y cuando podía hacerlo era en unas condiciones tan precarias que los resultados en términos de fracaso escolar dejan en evidencia la completa disfuncionalidad de este sistema de “servicios a la comunidad” emanado de la LOGSE.
Por lo tanto, afirmar como hacen los vividores sindicales que el aumento en dos horas de la carga lectiva es contrario a la “calidad” de la enseñanza no es más que la enésima falsedad procedente del entorno de los que realmente y de pleno derecho NO QUIEREN TRABAJAR. Lo que es contrario a la calidad de la enseñanza es la sobreacumulación en las espaldas del profesorado de un sinfín de tareas ajenas por completo a su verdadera profesión y vocación como docentes, y lo que urge es liberar de forma inmediata a todo un cuerpo de profesionales maltratados por todas las administraciones incompetentes en la materia de esa carga estéril e improductiva.
Y liberados de ella, los profesionales de la enseñanza no sólo pueden aumentar su carga de horas lectivas hasta 20, sino hasta 25 como sus compañeros de la concertada. Y para todos esos otros servicios a la comunidad, contrátese personal con dedicación exclusiva a los mismos y déjese al profesorado en paz de una vez. Pero nunca se ha oído reivindicar semejante cosa.