Necesidad de darse
Los objetos que nos rodean tiene el sello de los artesanos que los han realizado o de las máquinas que los han producido. En unos se trasparenta el buen gusto, en otros la exactitud, en otros el perfecto acabado.
Lo que trasparenta Dios en todas sus obras es su existencia en el amor, hacia dentro de Él –Trinidad- y hacia fuera –creación y redención.
Por eso hay unas personas más atrayentes que otras. Son quienes aman con naturalidad y perseverancia. De estos decimos que “se hacen de querer”.
Poner el bien ajeno por encima del propio es una ley que alcanza hasta quienes carecen de una voluntad libre, pero son inclinados a defender los suyos por el instinto que Dios puso en ellos.
En uno de sus preciosos poemas en prosa, Iván Turgueniev relata un inolvidable retorno en un día de caza. Cruzaba bajo el túnel de árboles que conducía a su casa, acompañado de su perro. Este se lanzó en dirección a un gurriato que había caído del nido. Al momento un gorrión se lanzó en medio del camino piando desesperadamente mientras se interponía entre su cría y el perro. El pobre gorrión estaba aterrorizado, pero no dejaba de hacer frente al perro, que se detuvo desconcertado. Turgueniev se adelantó a coger del collar a su perro y pasar junto al gorrión “mirándolo con un profundo respeto porque el instinto maternal lo había transformado”.
El mundo no funciona al margen o en contar de las leyes físicas o biológicas con que Dios lo ha ordenado.
Las personas no funcionamos con alegría y paz si nos empeñamos en marginar esa ley –gozosa- que Dios ha sembrado en nosotros, que es la inclinación a amar.
El espíritu del hombre halla su felicidad en el amar y en el ser amado.. Querer ser el centro del concreto mundo en el que uno se mueve – ser amado de todos, sin pensar demasiado en el amor a ellos – es signo de inmadurez afectiva que coloca a quien así se comporta en una situación de búsqueda afanosa de la felicidad sin lograr alcanzarla. Tan cierto es que el centro de la felicidad no está en lograr el bien propio sino el ajeno.
La afirmación de Jesús: “ El que pierda su vida por mí, la hallara” tiene mucho que ver con la experiencia arriba indicada.
No en balde la vida del hombre auténtico, Jesucristo, es “un retorno hacia el Padre desde el despojo por los hermanos” y “una interioridad que se expresa entregándose”.
Lo que trasparenta Dios en todas sus obras es su existencia en el amor, hacia dentro de Él –Trinidad- y hacia fuera –creación y redención.
Por eso hay unas personas más atrayentes que otras. Son quienes aman con naturalidad y perseverancia. De estos decimos que “se hacen de querer”.
Poner el bien ajeno por encima del propio es una ley que alcanza hasta quienes carecen de una voluntad libre, pero son inclinados a defender los suyos por el instinto que Dios puso en ellos.
En uno de sus preciosos poemas en prosa, Iván Turgueniev relata un inolvidable retorno en un día de caza. Cruzaba bajo el túnel de árboles que conducía a su casa, acompañado de su perro. Este se lanzó en dirección a un gurriato que había caído del nido. Al momento un gorrión se lanzó en medio del camino piando desesperadamente mientras se interponía entre su cría y el perro. El pobre gorrión estaba aterrorizado, pero no dejaba de hacer frente al perro, que se detuvo desconcertado. Turgueniev se adelantó a coger del collar a su perro y pasar junto al gorrión “mirándolo con un profundo respeto porque el instinto maternal lo había transformado”.
El mundo no funciona al margen o en contar de las leyes físicas o biológicas con que Dios lo ha ordenado.
Las personas no funcionamos con alegría y paz si nos empeñamos en marginar esa ley –gozosa- que Dios ha sembrado en nosotros, que es la inclinación a amar.
El espíritu del hombre halla su felicidad en el amar y en el ser amado.. Querer ser el centro del concreto mundo en el que uno se mueve – ser amado de todos, sin pensar demasiado en el amor a ellos – es signo de inmadurez afectiva que coloca a quien así se comporta en una situación de búsqueda afanosa de la felicidad sin lograr alcanzarla. Tan cierto es que el centro de la felicidad no está en lograr el bien propio sino el ajeno.
La afirmación de Jesús: “ El que pierda su vida por mí, la hallara” tiene mucho que ver con la experiencia arriba indicada.
No en balde la vida del hombre auténtico, Jesucristo, es “un retorno hacia el Padre desde el despojo por los hermanos” y “una interioridad que se expresa entregándose”.
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