Miércoles, 27 de noviembre de 2024

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Mañana del 28 de agosto, junto al Cristo de la Vega

por Jorge López Teulón

Hoy presentamos el caso de Ernesto Bonelli Rubio. No hay certeza absoluta de que el móvil principal de su asesinato fuera por odio a la fe. Yo, particularmente, sí lo creo. Su vida y su muerte son decisivos en una de las conversiones más sonadas de la primera mitad del siglo XX en España: la del filósofo Manuel García Morente. Ernesto Bonelli era miembro de la Adoración Nocturna y hoy ha sido fusilado. Esta es su apasionante historia.
 
Manuel García Morente
Es una de las figuras más destacadas de la vida universitaria e intelectual de la primera mitad del siglo XX. Nacido en 1886 en Arjonilla (Jaén), fue publicista, traductor de destacadas obras del pensamiento europeo, filósofo de cuño original y extraordinario profesor. Gracias a su magisterio oral y escrito, se iniciaron en la filosofía multitud de promociones universitarias españolas. En 1912 obtiene la cátedra de Ética de la Universidad de Madrid. Es nombrado Decano de la Facultad de Filosofía y Letras en 1931, y se convierte en el artífice de la nueva facultad en los terrenos de la Ciudad Universitaria. Durante estos años cristalizan las producciones más originales de su mente.
La noche del 29 al 30 de abril de 1937 le sucedió en París, después de haber oído “La infancia de Jesús”, de Berlioz, lo que luego denominó el “Hecho Extraordinario” y que motivó su conversión profunda al catolicismo. Ordenado sacerdote en 1940, murió en Madrid el 7 de diciembre de 1942.
 
Hecho Extraordinario
En el enlace siguiente os invito a leer este documento autobiográfico de excepcional interés. Se trata de una carta que García Morente dirigió, en septiembre de 1940, al doctor José María García Lahiguera, y que se hizo pública después de la muerte del autor. La carta es muy extensa y en ella describe una experiencia personal que cambió el rumbo de su vida. Es el pensamiento de un filósofo que recobra la fe en uno de los momentos de más plena madurez de su razón.
 
Ernesto Bonelli Rubio
“Ocurrió en la noche del 29 al 30 de abril de 1.937, aproximadamente a las dos de la madrugada. Permítame usted que a su narración circunstanciada anteponga algunos pormenores, cuyo previo conocimiento me parece necesario o al menos muy conveniente.
El 28 de agosto de 1.936 fue asesinado mi yerno en Toledo. Yo sentía por mi yerno un gran cariño, mezclado con algo así como respeto y admiración. Era un joven de veintinueve años, digno de amor por todos conceptos. Su conducta moral había sido siempre ejemplar. No creo equivocarme al afirmar que había llegado al matrimonio en perfecto estado de pureza. Su vida personal también había sido siempre de acendrada religiosidad. Pertenecía a la Adoración Nocturna. Acaso esta circunstancia no haya sido totalmente ajena a su desgraciada muerte. Con eso, su carácter era alegre, jovial optimista, muy juvenil y aun aniñado en ciertas cosas. Amaba las matemáticas -en las que era realmente muy versado- y el deporte. Su presencia física era más que medianamente agradable. Era lo que se dice guapo. Y en su carrera de ingeniero de montes y luego de ingeniero geógrafo, iba caminando hacia un porvenir muy halagüeño. Sin duda alguna habría llegado a hacerse una excelente posición. Yo estaba realmente encantado con él. Ya me había dado una nietecita monísima, y poco antes -dos meses- de su muerte nació el nieto.


Recibí la noticia de su muerte estando yo en la Universidad, en el acto de entregar el decanato -del que fui destituido por el Gobierno rojo- a mi sucesor, señor Besteiro. De mi casa, por teléfono, me comunicaron el fallecimiento de mi yerno. Yo comprendí en seguida que había sido asesinado. Y la impresión que la noticia me produjo fue tal, que caí desvanecido al suelo. Cuando volví en mí, pedí al señor Besteiro que interpusiera toda su influencia para lograr el rápido y seguro traslado de mi hija y nietos de Toledo a Madrid. En efecto, el señor Besteiro, muy noblemente, consiguió que un auto oficial, con escolta de dos guardias, fuera a recoger a mi hija y nietos.
Dos días después, a las once de la noche, llegaban estos a Madrid. Nosotros, en casa, esperábamos desde las ocho su llegada. Fueron tres horas de angustias mortales. Por mi imaginación desfilaba ya toda suerte de cuadros trágicos; veía a mi hija también asesinada, a mis nietos arrebatados por manos hostiles o indiferentes, conducidos a sabe Dios qué campamentos o asilos infantiles, perdidos en vida para siempre. La angustia de la espera me oprimía y nos agarrotaba a todos en casa. Por fin, a las once de la noche, llegó el auto y en él mi hija, mis nietos y dos sirvientas, todos en buena salud.
 
La persecución vivida en las familias
Si le refiero a usted estos nimios detalles, es porque me parecen útiles para el conocimiento del estado de espíritu que se iba apoderando de mí. Mi sensibilidad, que de suyo es sutil y excitable, se exacerbaba por momentos. La tragedia de mi pobre hija, viuda a los veintidós años, con dos hijitos, a los dos años de matrimonio, trastornó por completo mi pensamiento, mi sentimiento, mi vida entera. Sobre mis hombros caía de nuevo el montón de las preocupaciones propias de un padre. ¡Y en qué momentos! Cuando la vida, la hacienda, la honra, indefensas, hallábanse a la merced de cualquier malvado o malintencionado que quisiera pisotearlas. En mi casa reinaba el silencio trágico de la angustia y el terror. Yo no salía en absoluto a la calle. Nadie de casa salía, sino lo indispensable para las necesidades de la vida.
Un día, los milicianos vinieron a llevarse al hijo mayor de nuestros vecinos de piso. El pobre muchacho fue a la cárcel, y más tarde lo asesinaron en Paracuellos. Otro día, sistemáticamente, quemamos en la caldera de la calefacción toda la documentación y correspondencia que yo guardaba del año en que desempeñé la Subsecretaría de Instrucción pública en el Gobierno del general Berenguer. Al día siguiente -fue providencial- vinieron a registrar mi casa.
El día entero nos lo pasábamos atisbando, detrás de las persianas echadas, todos los coches que se detenían en la puerta de la casa. Con el corazón encogido contábamos los escalones que subían los asesinos, y cuando habían pasado nuestro piso lanzábamos un suspiro de satisfacción. ¡La muerte iba a otra casa!
Mis hijas, mi cuñada, mi tía, y la antigua sirvienta que tenemos desde hace veintiséis años, reuníanse en un rincón de la casa y se estaban horas y horas rezando. Yo entonces no podía, y acaso no sabía, rezar y agradecer a aquella tierna y sumisa fe de las buenas mujeres. En esta situación, el 26 de septiembre, al mes escaso del asesinato de mi yerno, recibí por la mañana temprano el aviso confidencialísimo de que urgía me ausentara de casa y, si era posible, de España, pues se había acordado por ciertos elementos descontentos de mi gestión en el decanato de la Facultad de Filosofía y Letras darme muerte, como era usual entonces. Obedecí prudentemente el aviso y consejo. Pude obtener un salvoconducto por medio de un ministro que era amigo mío, y con el pasaporte, aún válido, que me había servido para ir a Poitiers a primeros de julio, salí para Barcelona y Francia. En Barcelona pasé un susto enorme. Estuve a punto de ser detenido, habiéndoseme confundido con otra persona. Por fin salí de España y llegué a París el 2 de octubre…
Luego vendría la conversión.
 
Asesinado en el Cristo de la Vega
            Si en el escrito anterior Morente no ahorra adjetivos calificativos para hablar de su yerno, en las Obras completas (1906-1942) pt. 1-2 (1937-1942) podemos leer en la página 502:
            “Más tarde, el 28 de agosto, fue villana y cobardemente asesinado mi yerno, don Ernesto Bonelli Rubio, ingeniero geógrafo, que prestaba sus servicios en la Estación sismológica de Buenavista, a 4 kilómetros de Toledo. Mi yerno, el señor Bonelli, fue arrebatado a sus trabajos y a su familia, conducido violentamente a Toledo, y antes de llegar a esa ciudad, asesinado en el campo, junto a las tapias del Cristo de la Vega, dejando viuda a mi hija de veintidós años (María Josefa García Morente y García del Cid), con dos niños huérfanos de dieciséis y dos meses respectivamente (el 13 de junio de 1936 había nacido Emilio José Bonelli García Morente)”.




Este hecho resulto decisivo
            En la página web de la Sociedad Geográfica española, Miguel Alonso Baquer en “Exploradores españoles olvidados del siglo XIX” (SGE, 2001) nos habla de su padre: Emilio Bonelli Hernando (1855-1926). En su necrológica puede leerse que fue un español notable, militar y patriota ejemplar, geógrafo, comerciante, políglota, negociador, habilísimo diplomático, hombre íntegro y de inequívoco espíritu cristiano”. El 4 de julio de 1886 contrajo matrimonio con María Rubio Isern y cuando se nos narra los hijos que tuvieron se puede leer sobre el último de ellos: “Ernesto, (1906-1936) optó por ser Ingeniero de Montes para integrarse también en la plantilla de los Ingenieros Geógrafos. Muere fusilado en las tapias del santuario del Cristo de la Vega de Toledo, siendo el Director del Observatorio Astronómico y dejando viuda a la hija del Profesor y Catedrático de Filosofía D. Manuel García Morente. Este hecho resultó decisivo para la conversión y el sacerdocio de Morente”.
 
Manuel García Morente. Vida y pensamiento
Escribía José Francisco Serrano en Alfa y Omega, comentando el libro publicado en 2010 “Manuel García Morente. Vida y pensamiento” del sacerdote José María de Montiu de Nuix que:
En la página 63 de esta más que interesante y erudita tesis doctoral sobre el filósofo español y sacerdote Manuel García Morente, el autor de este concienzudo trabajo transcribe el testimonio de la promesa que García Morente hace a su hermana Guadalupe, en su lecho de muerte: “Mi hermana, pocas horas antes de morir, me llamó a un lado a solas, y en términos de profunda exaltación, me habló con la ternura de una madre y me hizo prometer que si algún día la Gracia de Nuestro Señor venía a visitarme, no le haría resistencia. Yo se lo prometí, en efecto, y desde ese día quedé impresionado y preocupado. Nunca olvidé la escena”.
            Os recomiendo vivamente su lectura.






Junto al Cristo de la Vega, el Cardenal Segura mandó construir un monumento al Corazón de Jesús. Al poco de estallar la guerra fue destruido completamente.
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