A la puerta de la catedral
por Sólo Dios basta
El pasado viernes asisto al solemne pregón de la Semana Santa de Calahorra que pronuncia Valeriano Antoñanzas, diácono permanente de mi diócesis de Calahorra, es en la iglesia de Santiago. Lo hace muy bien de verdad, nos mete de lleno en las escenas de la Pasión de Nuestro Señor a la par que recorre los diversos y variados actos que tienen lugar en Calahorra para recordar esos momentos tan importantes de la vida de Cristo y de todo aquel que le sigue, de todo cristiano. Antes me había confesado en la iglesia de San Andrés y orado ante el Cristo de la Santa Vera Cruz, sobre el que he disertado en las charlas cuaresmales tenidas también en la iglesia de Santiago de Calahorra sobre las tres heridas de este Cristo que tanto me dice cada vez que me pongo ante él y dejo que me hable. Las heridas de los pies llevan al acompañamiento espiritual, la del costado a la confesión y las de las manos a la eucaristía. Antes de todo esto paso por la catedral para hacer una visita a los Santos Mártires Emeterio y Celedonio y aquí acontece un hecho en apariencia sin importancia pero que luego me ha hecho reflexionar y ponerlo por escrito.
Me encuentro en la puerta a dos niños, pienso que serían hermanos, chico y chica. Cuatro o cinco años el pequeño y dos más tendría la mayor. Están indecisos a entrar. Me preguntan si trae mala suerte entrar a esta iglesia y les digo que no, que todo lo contrario, que entrar en la casa de Jesús es lo mejor que se puede hacer. Él está dentro y nos espera siempre. Se quedan más tranquilos, los dejo en la puerta y paso hacia dentro. Voy por la nave lateral y antes de llegar a la nave central oigo que entran y me llaman: “¡Señor! ¡Señor!”. Me vuelvo y me alegro de verlos dentro. Se han decidido. Me dicen: “¿Eres cura?”. Les digo: “Sí, cura y también fraile”. No habrán visto muchos frailes con hábito en su vida y eso les cuestionaría. Y sigue el diálogo. Los dos preguntan sin ningún miedo, son sinceros, inocentes, directos, curiosos, quieren saber algo más de ese Jesús del que les hablaba a la entrada. Saben que se acerca la Semana Santa, estamos junto al Cristo de la Agonía y me preguntan “¿Por qué mataron a Jesús? ¿Eran malos los que lo mataron?”. ¡Vaya pregunta! Así son los niños. “A Jesús lo mataron porque había discusiones entre los que vivieron con Él”, les digo. “Y los problemas crecían y al final lo matan”, añado. Se quedan tranquilos. “Pero eso fue hace mucho tiempo”, añaden. “Sí, hace dos mil años”, les aclaro. Esto les provoca otra pregunta muy interesante: “Entonces ¿cuántos años tiene Dios, muchos?”. Mira por dónde, que sin decirles que Jesús es Dios lo saben y lo manifiestan con esa inquietud por saber propia de los niños. Les comento lo siguiente: “Jesús murió cuando tenía unos 30 años y ahora sigue vivo. Murió pero resucitó y está con nosotros”. No hace falta explicarles más. Se quedan satisfechos. Así sin más se despiden y se marchan. Se van felices, con una aventura que contar a sus amigos y familiares y quizá también a los compañeros de clase. Han visto a un fraile, les ha dicho que entrar en la iglesia es muy bueno porque está ahí Jesús, saben por qué muere Jesús, y que el Jesús que matan hace dos mil años ahora está vivo y puedes hablar con Él y te ayuda en todo lo que quieras.
Eso queda ahí, cuando salgo no los veo. Ya no están ni siquiera jugando por la plaza de la catedral. He rezado ante los Mártires, me subo a confesarme a San Andrés y luego a Santiago al pregón. Una tarde completa. Al día siguiente en la oración la luz del Espíritu Santo me hace ver el sentido de todo lo vivido con esos niños. Esa entrada en la catedral con ellos diciendo que entren ellos es entrar en la Pasión, en la Semana Santa, como nos recordaba Valeriano en el pregón. Eso es entrar en la Semana Santa, entrar a una iglesia para vivir el encuentro con Jesucristo. El confesarme es preguntarme por qué está Cristo en la Cruz sino por mí y por todos, por nuestros pecados, para perdonar el pecado, por eso muere, entrega su Cuerpo y derrama su Sangre. Y por último, el saber los años que tiene Dios es para decir que Cristo es Dios y está vivo, no es un Dios muerto, sino vivo y que quiere verte en su casa, es decir en un iglesia, en tu parroquia o en aquella iglesia que tengas como lugar de celebración de tu vida cristiana.
¿Y para qué? Para acompañarle en su Pasión, para reconocer tus pecados y pedirle perdón y para que le dejes que te hable al corazón en estos días tan llenos de Pasión de amor y todos los días de tu vida; cualquier día como por ejemplo el pasado viernes cuando me encuentro a esos niños a la puerta de la catedral.