Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Última hora del mediodía del 27 de agosto, en Tartareu

por Jorge López Teulón

La cruda realidad de los hechos habla también de auténtica persecución en el caso de los Hermanos Maristas de San Marcelino Champagnat. De las cerca de cien casas que el Instituto tenía en España, en 44 de ellas hubo víctimas, 11 fueron incendiadas, muchas docenas fueron saqueadas y las profanaciones de capillas y objetos sagrados son innumerables. Si fueron 172 los Hermanos asesinados, los que conocieron las cárceles, las torturas y las persecuciones fueron varios centenares.
 
En este día es asesinado el Hno. Crisanto que da su nombre a una causa que cuenta con 66 hermanos y 2 laicos mártires. La ‘positio’ fue entregada a la Congregación de las causas de los Santos el 7 de diciembre de 2001. Ciertamente éste es el grupo más numeroso y representativo de los mártires Maristas en España. Muestra cómo la persecución hacía estragos en toda la zona dominada por los republicanos: las comunidades maristas de grandes capitales como Barcelona, Madrid, Toledo, Málaga, Valencia o Badajoz, así como las de poblaciones más pequeñas: Les Avellanes, Vic, Torrelaguna, Chinchón, Barruelo, Cabezón de la Sal, Denia, Arceniega, todas ellas cuentan con mártires.
 
 

Este hermoso cuadro es toda una catequesis martirial. Cristo Rey envía a sus ángeles que coronan a los mártires. La Virgen María y San Marcelino Champagnat acogen a sus hijos, que acaban de entregar sus vidas. A la derecha, se ve a los milicianos fusilando en las tapias de algún cementerio, a algunos de ellos. En el centro, una bola del mundo que nos muestra el mapa de España. Y al pie de la pintura, la leyenda: "Germans Maristes. Moriren per Deu". 
 
Los mártires de Les Avellanes
 
En 1936, el Monasterio de Les Avellanes es un centro marista de los más importante. Cuenta con 210 Hermanos y jóvenes formandos. En la casa, reside el juniorado, el postulantado, el noviciado y el escolasticado con sus correspondientes hermanos formadores. También cuenta con la enfermería provincial y una comunidad dedicada a diferentes servicios: administración, granja y finca, albañilería, arreglos y reformas.

Es muy interesante la historia del monasterio de Santa María de Bellpuig de les Avellanes [sobre estas líneas, una foto de 1918, de la portada principal], antigua abadía de canónigos regida por la Orden de San Agustín. En 1910 se instaló en Bellpuig una comunidad de hermanos maristas. Se encuentra dentro del término municipal de Os de Balaguer en la comarca catalana de la Noguera (España). Fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931.
 
 
El Hno. Crisanto, encargado de los juniores, el Hno. Aquilino, submaestro de novicios, y tres Hermanos enfermos (Fabián, Félix Lorenzo y Ligorio Pérez) serán martirizados en el mismo recinto o en los alrededores cercanos.
 
            Así sucedieron los acontecimientos:
 
El 18 de julio de 1936, primer día de la insurrección de Barcelona, por la tarde, el alcalde de Balaguer, don Verdaguer, que es también el médico de la casa, viene a visitar a la comunidad. Enviado por el Comité Revolucionario, quiere saber si los Hermanos están dispuestos a ceder la casa para transformarla en hospital, porque si no, la van a confiscar. Los Hermanos aceptan la cesión y se alojan en los pueblos y caseríos vecinos. No obstante, se permite a los enfermos permanecer en la casa, así como al enfermero y al director.
 
El 23 de julio se da una nueva orden: todos han de abandonar la casa. El 24 por la tarde, el presidente del Comité Revolucionario de Balaguer y el de Os, con sus milicianos, vienen a dar la orden de desalojar toda la casa para el día siguiente: “No debe quedar absolutamente nadie. Antes de las ocho, mandaremos un camión para transportar a los enfermos al hospital de Balaguer”. El 25 de julio, domingo, de madrugada los Hermanos asisten a misa; para algunos será la última antes del martirio.
 
El 30 de julio, el Comité Revolucionario manda un bando a todos los pueblecitos alrededor de Les Avellanes para que devuelvan los bienes del convento: víveres, ropa, mantas, colchones... Los Hermanos se lo habían llevado a las familias para que pudieran acoger y mantener a los jóvenes en formación. Los propios Hermanos tuvieron que transportar todo eso. Desde aquel día, tuvieron que dormir en el suelo. Lo hicieron gozosos sabiendo que sufrían por Cristo.
 
El 5 de agosto, un grupo de milicianos foráneos se apodera de Les Avellanes. El Comité Revolucionario de Balaguer ha divulgado el rumor de que hay armas escondidas en el Convento. Guiados por el Hno. Hipólito, la inspección de los lugares no da ningún resultado. Pero los milicianos tienen un segundo cometido: inventariar los sótanos y escondites de la casa, y tomar el nombre de los enfermos que se encontraban en el hospital de Balaguer, así como el nombre de los novicios.
 
El 23 de agosto, un grupo de comunistas desde Os llega para averiguar si todos los bienes del convento han sido restituidos. Encuentran algo de ropa en una casa y obligan a su dueño a pagar una fuerte multa.
 
El Hno. Crisanto se refugió en el pequeño pueblo de Tartareu [bajo estas líneas]. Allí, el Comité Revolucionario era de lo más moderado e incluso estaba compuesto por cristianos practicantes. El día 6 de agosto, todo el pueblo estaba en la plaza para recibir al Hno. Crisanto y a sus 25 aspirantes. Éstos fueron distribuidos en las familias y en los hogares y ayudaban en los quehaceres del campo.
 
 
Pero el Comité Revolucionario no pierde de vista al Hno. Crisanto; le deja en aparente libertad, pues debe presentarse dos veces al día en el Ayuntamiento, a las ocho de la mañana y a las seis de la tarde, dejando constancia de ello con su firma. Es lo que hace con sencillez y exactitud: “He dado mi palabra, he prometido presentarme todos los días ante el Comité, y así lo haré. No huiré, aunque vengan para matarme”.
 
Durante los diez primeros días de agosto, gracias a su Comité Revolucionario moderado, el pueblo de Tartareu no padece destrucciones ni muertes. Pero pronto llega un grupo de comunistas venidos de otra región. Obligan a las familias a amontonar en la plaza del pueblo todos sus objetos religiosos, libros y símbolos de la fe; pegan fuego y dejan consternada a toda la población. Cuatro miembros del Comité Revolucionario de Tartareu son destituidos y remplazados por otros más convencidos en los ideales revolucionarios.
 
El día 27 de agosto de 1936, hacia mediodía, el grupo de milicianos foráneos entra en Tartareu (Lleida). La gente del lugar adivina las intenciones de los milicianos y avisan al Hno. Cristanto que había encontrado refugio entre la población, para que se escondiese. Responde que no puede separarse de los jóvenes aspirantes que tiene bajo su custodia. De inmediato acude al puesto de policía donde los milicianos del comité lo estaban esperando. Estos actúan como déspotas, obligando a los milicianos del pueblo a retirarse:
 
Al saber que yo tenía una camioneta me ordenaron que la pusiese a su disposición... Poco después, el Hno. Crisanto, regresó acompañado por milicianos anarquistas y por tres miembros del comité local. El hermano, sonriente y tranquilo, decía adiós a las personas más cercanas. El pueblo estaba afligido pensando que el hermano había caído en manos de semejantes salvajes. El jefe de los milicianos extranjeros, dándose cuenta de ello, amenazó a la población con su fusil y dio orden de manera brutal a toda la población de volver a sus casas.
 
Llegados a una distancia de trescientos metros más allá del Mas del Pastor, los milicianos condujeron al Hno. Crisanto hacia un barranco y luego invitaron a los tres miembros del Comité de Tartareu a que disparasen. Estos rehusaron, diciendo que no tenían valor para matar a uno de los suyos. Inmediatamente, se oyeron unos disparos, mientras nosotros volvíamos la espalda para no presenciar el asesinato... Cuando regresaron, los asesinos nos enseñaron los objetos que habían tomado al Servidor de Dios, un reloj, una pluma y algunas monedas”.
 
Los milicianos obligaron a los labradores del lugar a enterrar el cadáver, amenazándoles con el mismo castigo si no lo hacían. Estos labradores observaron que la mano derecha del H. Crisanto apretaba un trocito de madera que con los dedos tenía forma de cruz. Asesinado al final de la mañana, el Hno. Crisanto es enterrado en el pueblo por la tarde.
El cadáver será exhumado por primera vez, cuatro años más tarde, el 4 de mayo de 1940, en presencia de un centenar de testigos. El cuerpo estaba en descomposición; sin embargo, la mano derecha que seguía manteniendo todavía el trocito de madera, estaba incorrupta. Una segunda exhumación tendrá lugar treinta y un año más tarde, el 15 de agosto de 1967. En esta ocasión, igualmente, la mano derecha que sujetaba todavía entre los dedos un trocito de madera en forma de cruz, seguía intacta, cubierta de piel y de pelo. Con motivo de esta segunda exhumación, los restos mortales del Hno. Crisanto y de otros hermanos martirizados en aquel momento, entre los cuales se encuentran los 45 hermanos del grupo del Hno. Laurentino, son depositados en la gran capilla de Les Avellanes, que se ha convertido hoy en día en un lugar de peregrinación.

En esta otra foto, del interior de la iglesia, se ven los sepulcros de los mártires, iluminados.


 
El Hermano Crisanto (Casimiro González García)
 
He pasado los primeros años de mi infancia en Torrelaguna (Madrid), tranquilo y lejos del mundo, escuchando solamente las oraciones que mi madre me hacía rezar. ¡Qué hogar más apacible! Iba creciendo como una florecilla delicada protegida del viento y me entretenía adornando un altarcito en honor de la Santísima Virgen. Ante este altar, me he arrodillado muchas veces junto a mi madre para rezar el rosario, hacer el mes de María y cantarle ese dulce himno que es el Ave Maris Stella”. Este testimonio nos introduce en la infancia y en el ambiente familiar del Hno. Crisanto.
 
Nació el 4 de marzo de 1897; tres días más tarde, en el bautismo recibe el nombre de Casimiro. En 1914, ingresa en la congregación de los Hermanos Maristas, y desde el comienzo manifiesta una gran disponibilidad: “Aquí estoy, haced de mí lo que queráis; sólo quiero obedecer”.
 
Toma el hábito el 2 de febrero de 1915. Ese día escribe: Madre mía, ampárame bajo tu manto. Dios quiera que este día nunca se me borre de la memoria y que al final coronemos nuestra vida con la muerte característica de un Hermano marista, cantando: «Ave Maris Stella». Ya te llegó el día, Hermano, de unirte a Dios y de ofrecerle para siempre, sin reserva, tu corazón”.
 
A partir de 1916, trabaja en varias escuelas maristas. Los superiores van descubriendo sus cualidades y en 1935 le confían la importante responsabilidad de la formación de los aspirantes en Les Avellanes. Período difícil durante el cual cumple su misión con un corazón y una responsabilidad paternos y con la determinación del que sabe que el martirio le puede llegar un día.
 
En agosto de 1936, el Comité revolucionario de Balaguer había puesto a los juniores en residencia vigilada y los había colocado en familias y en granjas de Tartareu, pueblo cercano a Les Avellanes; el Hermano Crisanto tenía que presentarse en el Ayuntamiento y firmar dos veces al día. Los habitantes de Tartareu, profundamente cristianos, los acogieron con simpatía y generosidad. Uno de aquellos aspirantes, recordando los días en que vivían en las familias de Tartareu, nos dice: “En las conversaciones nos decía: -Me van a matar”, y llorando nos abrazaba. “Rezad mucho por mí; ya han firmado mi sentencia de muerte”. Notábamos que cada día que pasaba las manifestaciones de cariño para con nosotros eran más fuertes”.
 
 
 
La fotografía pertenece a una panorámica de la parroquia de Tartareu. Un mozo del pueblo le propone un escondite seguro, pero el Hermano le responde: Te lo agradezco; si es necesario, entregaré gozosamente mi vida para salvar a mis niños”.
 
El 25 de agosto, dos días antes del martirio, el H. Crisanto va a visitar a los Hermanos y éstos le invitan a esconderse y a huir: “He dado mi palabra, he prometido presentarme todos los días ante el Comité, y así lo haré. No huiré, aunque vengan para matarme. Tengo la obligación de acompañar a estos jóvenes que los superiores me han confiado. Por otra parte, no quiero comprometer a esta gente que nos ha acogido tan generosamente. Si me matan será por el único motivo de ser religioso marista y por cumplir con mi deber. ¡Si así acontece me considero feliz! ¡Cómo voy a abandonar a mis queridos aspirantes! Mientras viva, y con la ayuda de Dios y de la Santísima Virgen, cuidaré de todos ellos”.
 
Incluso, en el momento del asesinato manifiesta su preocupación por el futuro de sus jóvenes: “Por el amor de Dios, imploraba, no me matéis, dejadme estar al cuidado de mis jóvenes”.
 
Una descarga de siete a ocho disparos acribilló el pecho del Hermano, luego un segundo disparo: “-¡Para que no se nos escape!”, dijeron los asesinos.
 
Sus jóvenes aspirantes, así como los novicios, los escolásticos pasarán la frontera francesa, el día 5 de octubre de 1936, conducidos por el Hno. Moisés Félix, que era el colaborador más cercano del Hno. Crisanto en Les Avellanes. La última oración del Hno. Crisanto había sido atendida.
 
Verdaderamente mártir
 
En el caso de los mártires de Les Avellanes, no se trata de un disparo de fusil fortuito, sino de un ensañamiento: los sacerdotes y los religiosos fueron literalmente perseguidos y acorralados.
 
El Hno. Hipólito, a la sazón superior de la casa de Les Avellanes, escribe:
 
En Cataluña, ya no queda un solo sacerdote libre, ni una sola iglesia que no haya sido incendiada o profanada, tanto en las ciudades como en los pueblos. Nuestro Señor ha sido expulsado de toda esta región que ha quedado en una situación de desolación y de muerte”.
 
Y los propios milicianos van a ser muy claros con él: “-Procura, tú y tus amigos, desaparecer de aquí lo antes posible; si no, vais a encontrar desgracias; y es que no queremos ni religión ni religiosos. Nuestra religión es la humanidad”.
 
En general, donde mandan los miembros de la C.N.T.-F.A.I., todos los esfuerzos están encaminados en hacer desaparecer todo aquello que signifique fe y religión: se queman iglesias, los sacerdotes, religiosos y cristianos practicantes están sometidos a continuas vejaciones o son asesinados sin que se les pueda imputar ninguna actividad política.
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