Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Muchacho, mira al cielo

por Cardenal Ricardo M. Carles

Benedicto XVI va a visitar España, pero se encontrará con una muchedumbre de jóvenes de todo el mundo. Se habla de hasta dos millones. Los obispos, por supuesto, acudiremos a Madrid. Quiero subrayar la analogía entre la unión de Pedro y los apóstoles con la del Sumo Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos sucesores de los apóstoles. Esa unidad es un consuelo para los obispos y una garantía y aliento para los fieles.

La Iglesia española ha sabido trabajar bajo la guía del Espíritu de Dios y en estrecha comunión con al Santa Sede. El Papa ha insistido, no pocas veces, en proponer una vigorosa pastoral de evangelización, que haga de la hora presente un renacimiento moral y espiritual. Cierto que nos hablará de la renovación de la vida interior de nuestras comunidades eclesiales y de emprender una fuerte acción pastoral.

Por sus largos años al frente de al Congregación de Doctrina de la Fe, no sólo tiene conciencia de la situación de la grave crisis de valores morales, presente especialmente en la familia y en la juventud, y con repercusiones en la gestión de la cosa pública, sino que, por su profunda claridad mental y los encuentros frecuentes con sus más inmediatos colaboradores, ha tenido presentes los medios y las actitudes con que la Iglesia ha de poner remedio a esas situaciones.

¿Qué jóvenes encontrará en España, venidos de acá y de muchas naciones? Cuando tantas veces me han preguntado los jóvenes de grupos militantes qué pensaba de los jóvenes en general, siempre he contestado que un tipo único de jóvenes no ha existido en ninguna época histórica. Pero cada vez son más numerosos los que van siendo contraste, a lo divino, respecto a otras subculturas juveniles.

Ellos suponen miles de jóvenes que navegan por la vida sin marearse. El oleaje no desaparece, pero no les influye. Ello me recuerda la frase de un joven, hijo de un patrón de barco de pesca, que se mareaba siempre, pero que embarcaba porque era el futuro de su vida. Al preguntarle, por qué embarcaba, si se mareaba, me contestó con ese señorío que suelen tener los hombres de la mar: «Señor, no se trata de no navegar, sino de salir a la mar sin marearse».

Los militantes crean su propio ambiente para respirar aires de fe sin dejarse tentar. Pero ello no sería suficiente sin otra mirada. En los antiguos veleros, cuando un grumete inexperto le daba vértigo faenar en lo alto de uno de los mástiles, algún contramaestre solía gritarle: «¡Muchacho, mira al cielo!». Y eso hacen los jóvenes en la oración para tener la cabeza serena y cálido el corazón y animar a otros a que vivan a mayores niveles de dignidad y nobleza.

Otra importante novedad de nuestro tiempo es el elevado número de jóvenes que ingresan en el seminario, viniendo de la universidad, pues se sintieron llamados por el Señor a otra vida. No pocos ya poseían el título universitario. De los 116 que ordené de sacerdotes en mis años de cardenal arzobispo de Barcelona, un alto porcentaje venía de la universidad. Y ello lo he visto también en varios seminarios españoles.
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