Miércoles, 25 de diciembre de 2024

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A vueltas con el beneficio empresarial. Ahora es Rubalcaba

por Luis Antequera

 
            En declaraciones realizadas anteayer, el Sr. Rubalcaba se dirige a los agentes económicos, obreros y empresarios, tratando de colocarse entre ellos como el hombre bueno y ecuánime que es, para pedirles a los primeros moderación en los salarios, y a los segundos “moderación en los beneficios”.
 
            En la primera parte del aserto no puedo estar más de acuerdo: en tiempos como los que corren, no queda más remedio que apretarse el cinturón. La tarta a repartir se ha reducido, y son muchos los agentes económicos que ya están sirviéndose menos: así, los funcionarios, que han visto reducidos sus emolumentos; así, los pensionistas, con las pensiones para las que cotizaron tantos años congeladas; así, los parados, cinco millones ya; así, tantos miles de hogares españoles en los que no entra una renta de ningún tipo; así, los autónomos, esos pobres desgraciados de los que nadie habla, que han visto reducidos sus ingresos en algunos casos a la mitad, cuando no, directamente, han perdido a sus clientes y se han quedado literalmente sin trabajo (y éstos sin ni siquiera paro).
 
            Sin embargo, ¿qué significa “la moderación en los beneficios”? De momento, una cosa: que no se tiene ni idea de lo que es “el beneficio”.

            Primero de todo, el beneficio no es, por el contrario que los salarios, algo que se pueda pactar: el beneficio es un resultado imprevisible, a veces veleidoso y simplemente sujeto a la venta de un 2%-3% más o menos, y dependiente de tantas circunstancias que nadie puede determinar a ciencia cierta, y menos en un ambiente como el actual: el entorno económico, lo afortunado de la idea empresarial, lo oportuno del producto, lo acertado de la gestión, la fluidez del crédito... la moderación salarial, también la moderación salarial...
 
            En segundo lugar, el beneficio, aunque en nuestras reducidas mentes humanas sea obligado transformarlo a unidades monetarias para medirlo y aún para visualizarlo, es una realidad abstracta previa a la economía, sin cuya presencia ninguna actividad, económica o no económica, vale la pena: nadie trabaja para algo que sólo produce destrucción y no, por el contrario, beneficio.
 
            Y en tercer lugar, está el concepto estrictamente económico del beneficio, es decir lo que queda en la empresa después de restar a los ingresos de su actividad económica, los gastos de esa misma actividad. Algunos se creen que esa diferencia es una cosa opaca, del color morado de los billetes de quinientos, que pasa directamente a engrosar el bolsillo de un tío orondo y ordinario, con chaqueta y corbata mal llevados, que sólo fuma puros gordos, y que se ríe groseramente asomando los dientes de oro cuando ve a un niño proletario muerto de frío en la calle.
 
            Pues bien, nada más lejos de la realidad. Lo primero a lo que nutre dicho beneficio, a través del impuesto sobre beneficios al que va a parar más de la tercera parte del mismo, es a las necesidades del estado, convertido, de este modo, en su gran destinatario y en el primero de sus beneficiarios. Y está bien que sea así, porque de esos fondos provenientes de los beneficios de las empresas, proceden tantas infrastructuras del país, hospitales, carreteras, defensa, justicia, ayudas a sectores en dificultades... y cuando el Gobierno es un gobierno serio y riguroso, como es el caso del de ZP, hasta las importantísimas e imprescindibles subvenciones otorgadas desde él, como por ejemplo, las destinadas a abrir fosas cerradas desde hace tres cuartos de siglo, o las dirigidas a los trabajos de investigación sobre la enervabilidad del clítoris por los que tantos años llevamos clamando hombres y mujeres de este país.
 
            Lo segundo a lo que surte dicho beneficio, a través de las amortizaciones, es a la propia supervivencia de la empresa, que necesita reponer maquinaria, mantener instalaciones...
 
            Lo tercero a lo que nutre el beneficio es al crecimiento de la empresa. O incluso a la creación de nuevas empresas con nuevas actividades. Un crecimiento, unas inversiones, que a nadie deben asustar, porque se traducen en nuevos puestos de trabajo y en subidas salariales, y contribuyen a través de ellas, a la tranquilidad y al bienestar sociales.
 
            Y en cuarto lugar, pero sólo en cuarto lugar, atiende a ese concepto que le anda mosquiteando al Sr. Rubalcaba por la cabeza, de manera tan obsesiva como a tantos compañeros suyos de pesoísmo, al que ni darle nombre saben, que es, propiamente hablando, “el reparto de dividendos”. Un reparto de dividendos que goza de muy mala fama, y en el que reaparece, en la obsesiva mentalidad pesoíta, el tío orondo y ordinario, con chaqueta y corbata mal llevados, que sólo fuma puros gordos, y se ríe groseramente asomando dientes de oro cuando ve a un niño proletario muerto de frío en la calle. Pero que en realidad, más allá de ser la última cosa a la que atiende el beneficio, es el justo premio a quien ha arriesgado sus ahorros, su capital, en la realización de una inversión empresarial, y sin el cual, nunca lo habría hecho. Como nadie hace nada que no espere que sea rentable. De idéntica manera a como el trabajador trabaja para que le sea remunerado su trabajo. Dándose, además, la circunstancia, de que en esta bendita sociedad de clases medias que hemos conseguido alcanzar en Europa y en España, ese reparto de dividendos recae muy a menudo en el propio trabajador de la empresa, que es el primero que posee, cuando se trata de una gran empresa que cotiza en bolsa, sus acciones, porque ha colocado sus ahorros en ellas, -o en otra en la que confía más-; o que es el primero que, cuando se trata de las pequeñas empresas que producen beneficios (tan pocas hoy, por desgracia), se beneficia de los aguinaldos y los premios tan frecuentes en ellas.
 
            El abuso es posible, claro que es posible. Pero si el empresario no gestiona bien el beneficio, el primero en lamentarlo será él. Primero porque generará mal ambiente en su empresa. Pero segundo y sobre todo, porque perderá infinitas posibilidades de inversión y de enriquecerla, y a través de ella, también a sus trabajadores o a los nuevos trabajadores que contrate. Por eso es tan importante formar bien y mimar a los empresarios, en lugar de estar, como estamos continuamente en esta España de nuestros dolores, vejándolos, difamándolos, vilipendiándolos, vituperándolos.
 
            Como quiera que sea, hora es de que vayamos llamando a las cosas por su nombre y, sobre todo, que dejemos de demonizar un concepto, el del beneficio, que es imprescindible a la actividad económica, y que hasta el más comunista de los estados, Cuba, China, la Unión Soviética, el que Vds. quieran, desea para sus empresas. Hasta el punto de que fue precisamente esa incapacidad de éstas de generar beneficios la que, salvo en el caso de China que se inventó eso que da en llamar “comunismo de mercado”, implicó finalmente la ruina del sistema y la caída del Telón de Acero.
 
            “Moderación de beneficios, moderación de beneficios”... ¡A quién se le pasa por la cabeza! Una ocurrencia más del que desde hace seis años tiene la receta para salir de la crisis pero no se la ha dicho ni a los que tenía de compañeros en el Consejo de Ministros.

            Ojalá que nuestras empresas dejen pronto de tener beneficios “moderados” como los que pide Rubalcaba, (las pocas que siquiera eso tienen), y vuelvan a los altos beneficios, altísimos si posible fuera... Aunque sólo sea porque lo primero que significarán esos altos beneficios es que habremos salido ya de esta crisis de mierda que nos atenaza a todos.
 
 
 
 
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