Noche del 8 de agosto, en La Villa de D. Fadrique
Asesinato en dos tiempos
En la prisión lo sometieron a vergonzosas humillaciones, a vejaciones y castigos injustificados, a continuas torturas. Según narran testigos oculares, lo tuvieron encerrado durante tres días en una perrera donde no podía ponerse de pie, y después lo llevaron a las caballerizas junto con otros prisioneros, entre ellos el siervo de Dios Buenaventura Huertas, el sacristán.
Le hacían cargar los carros de estiércol, le echaban el estiércol por la cara, lo obligaban a llevar los sacos más pesados de trigo, lo apaleaban por negarse a blasfemar y le cortaron una oreja, según algunos testigos con la navaja de afeitar; según otros, con una piedra o yesón. Y todos los testigos hacen notar que soportó todo con admirable fortaleza perdonando a sus perseguidores.
Esta es la historia que se repitió en cientos de pueblos, y no sólo contra los sacerdotes: acosos, incitación a la blasfemia, palizas, incluso amputaciones, simulacros de fusilamientos… muerte. Pero hoy, esta es la historia del párroco de La Villa de D. Fadrique, el Beato Francisco López-Gasco, que en la noche de este 8 de agosto, hace setenta y cinco años, trataron de matarlo a él y otros ocho prisioneros con palos, como si fueran bestias en las afueras del pueblo…
Beato Francisco López-Gasco Fernández-Largo
Nació el 4 de octubre de 1888 en Villacañas (Toledo). Ingresó en el Seminario de Toledo en 1901; nueve años después se le envió a estudiar a Roma. Obtuvo el bachillerato, la licenciatura y el doctorado en Teología. Fue ordenado sacerdote y celebró su primera misa el 5 de mayo de 1914, en Roma. Regresó para España el 9 de julio de 1914. Durante los más de veintidós años que ejerció el ministerio trabajó, desde 1914, como profesor del Seminario y capellán de los Hermanos Maristas en Toledo; luego, como coadjutor de la parroquia de Santiago Apóstol de Toledo, en 1918; y en el mismo año se fue a Cuerva de párroco; posteriormente se hizo cargo de la parroquia de Villa de D. Fadrique hasta su muerte martirial.
Los testigos afirman que fue un seminarista fervoroso, aplicado y caritativo con todos. Y que, como sacerdote, fue celosísimo en su cargo parroquial, y muy penitente, edificando a todos con su ejemplo. Cultivó las virtudes sólidas y perfectas, en cuyo ejercicio se fue preparando para la corona del martirio. Trató de infundir estas ansias de perfección a las jóvenes, invitándolas a la vida consagrada.
Fundó un grupo que formaba parte de la “Alianza en Jesús por María”, hoy instituto secular. Cuando estalla la Guerra en 1936 ya en varias ocasiones, se le había escuchado decir: “Mi deber es estar aquí hasta el último momento, defendiendo cuanto pueda la parroquia que se me encomendó”.
En la foto, el día que Miguel Beato (sentado, primero por la derecha)canto misa en La Villa, el 18 de abril de 1936. En el centro, sentado, esta el párroco. Los dos fueron beatificados en Roma en 2007.
Del 18 de julio al 3 de agosto, días durante los cuales estuvo recluido en casa del sacristán de la parroquia, el Siervo de Dios Buenventura Huertas, no trató nunca de esconderse: recibía a los feligreses, los confesaba, les administraba los sacramentos, sin temor a ser denunciado y condenado a muerte, como sucedió. Fueron días de ejercicios espirituales, de preparación al martirio, que veía próximo. Celebraba todos los días una paraliturgia explicando el evangelio del día a los familiares del sacristán, recibía la comunión y la distribuía a todos. Recitaba con devoción el oficio divino, que después explicaba a los demás y todos los días rezaba el rosario. Les enseñaba cómo tenían que comulgar si lo metían en la cárcel.
Murió en la mañana del 9 de agosto
Ya hemos narrado al principio que en la noche del 8 de agosto, los verdugos trataron de matarlo a él y a otros ocho prisioneros con palos, como si fueran bestias. En la mañana del 9 agosto, dando a todos por muertos, los cargaron en una galera para llevarlos a enterrar. Aunque el Siervo de Dios había sobrevivido a los golpes, lo echaron en la galera en medio de los cadáveres. Llegados al término llamado “La Media Luna”, después de mofarse del Siervo de Dios, le rompieron el cráneo con un “macho” de fragua y lo enterraron en una zanja.
“Don Paco, como cariñosamente le llamaban en el pueblo, estaba vivo”. Es el sacerdote don Valentín Ignacio, quien presenció el interrogatorio de algunos de los criminales de guerra durante el juicio penal y tomó nota de algunas declaraciones:
“Los cogimos a los nueve y los cargamos en el carro o galera (no recuerdo en qué fue), algunos iban ya muertos, don Paco iba vivo y cuando llegamos a media Luna (lugar donde los enterraron) cavamos para hacer el hoyo y enterrarlos; y dijo uno: “Paco, échales un responso”, y él se lo echó a todos. Después dijo otro: “Paco, échanos un sermón como los que echabas en la iglesia” y sentado con los pies colgando en el hoyo que iba a servir de sepultura, comenzó a hablarles con estas o parecidas palabras: “Hijos míos: yo viene a este pueblo de cura, para procurar que todos se salvasen, no sé si alguno se habrá salvado; moriría satisfecho, que todos vosotros o alguno se salvaba, que Dios os perdone como yo os perdono”. Y dijo el miliciano declarante… que fue uno por detrás y le dio en la cabeza con el mocho de un azadón o con el de un pico o con un macho de fragua, no sé con qué, y lo matamos, y cayó así en la sepultura".