¿Pero no iba a ser el verano más cálido del siglo?
por Luis Antequera
Hace menos de un mes, con la prepotencia que caracteriza al ser humano del s. XXI, sobre todo si forma parte de la autoproclamada progresía, se nos anunciaba que el que entonces empezaba iba a ser el verano más caluroso en no sé cuantos años, siglos o milenios, con lo que los profetas del calentamiento global empezaron a frotarse las manos sin haber visto aún ni un solo grado de los muchos que esperaban ver.
La noticia ayer, más allá del fresco general que reina en toda España, se resumía en los curiosísimos datos provenientes del País Vasco, donde se han batido todos los récords conocidos de pluviosidad; donde ha llovido veinte de los veintisiete días que llevamos de julio; donde se ha recogido el mayor número de litros por metro cuadrado caídos jamás durante el veraniego mes; y donde la temperatura media es la más baja nunca registrada en él.
¿Y éstos que no son capaces de decirnos lo que va a pasar mañana, son los que tienen que decirnos lo que va a pasar de aquí en un siglo? ¿Se imagina a Vd. mismo pronosticando lo que van a hacer sus tataranietos, cuando su propio hijo se va mañana de botellón y Vd. ni se entera?
¿Un pequeño resbalón? Tal vez sea el momento de reconocer que la de la meteorología es una ciencia que avanza a pasitos chiquititos (que nada hay de malo en ello); que, en consecuencia, no sabemos tanto del clima como creemos o como nos gustaría, pequeños diosecillos; y que incluso a los más progresistas científicos, se les escapan todavía algunos pequeños detalles del Plan de creación.
Existen mil razones para cuidar y proteger la tierra. Porque como bien decía el autor del Principito, Antoine de Saint Exupery, “no la heredamos de nuestros padres cuanto la tomamos prestada de nuestros hijos”. Con que el cambio climático no fuera una de ellas, aún nos quedarían novecientas noventa y nueve. Pero lo que no es de recibo es que para proteger el planeta, se haga necesario que los mismos científicos que presumen de no estar para tragarse un dogma, sean ahora los que impongan los nuevos dogmas del s. XXI.
Cuando sean capaces de demostrar que la acción de los seres humanos alcanza a producir nada menos que el cambio del clima terráqueo, y cuando exista acuerdo sobre ello en toda la comunidad científica, un acuerdo que nada tiene que ver con el que existe ya en la desprestigiada comunidad política y en el corrompido entorno de la ONU, seré el primero en aceptar que así es. Algo me dice, sin embargo, que para que alguien pueda predecir lo que va a ocurrir dentro de diez años, de cien, de mil, primero tendrá que saber lo que va a ocurrir mañana. ¿No es de sentido común? Y desde luego, a estas alturas de 2011, ni nuestros científicos ni los de cualquier otro lugar del planeta, están aún capacitados para ello. ¡Qué se le va a hacer!
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