La paciencia de Dios es grande. ¿Y nuestra paciencia?
La paciencia de Dios es grande. ¿Y nuestra paciencia?
La virtud del alma llamada paciencia es un don de Dios tan grande que El mismo, al dárnosla, pone de relieve la suya esperando que se corrijan los perversos. Aunque Dios nada puede padecer —y el termino paciencia se deriva de padecer (paciencia vero a patiendo)— no solo creemos con firmeza que Dios es paciente, sino que además así lo confesamos para nuestra salvación. Pero ¿hay quien pueda explicar con palabras la calidad y la grandeza de la paciencia de Dios, que no padece, v sin embargo no permanece impasible, e incluso afirmamos que es pacientisimo? No puede explicarse su paciencia, como tampoco su celo, su ira y otras cosas semejantes. Pero su paciencia, pensando estas cosas a nuestra manera, con toda seguridad no se da en El del mismo modo. Nosotros no sentimos ninguna de estas cosas sin sufrir molestias, y no podemos ni sospechar que Dios, cuya naturaleza es impasible, sufra tribulación alguna. Así, tiene celos sin envidia, ira sin perturbación, se compadece sin sufrir, se arrepiente sin que le sea necesario corregir una maldad propia. De este modo, es paciente sin pasión. Pero ahora voy a exponer, si el Señor me lo concede y la brevedad del presente discurso lo consiente, la naturaleza de la paciencia humana de modo que podamos entenderla y , así, nos mas sea fácil tenerla. (San Agustín, Tratado sobre la paciencia, Cap.I)
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Me gusta pasearme de vez en cuando por el tratado sobre la paciencia de San Agustín. Como toda virtud, la paciencia es un don de Dios que necesita de la colaboración de nuestra voluntad para que pueda desarrollarse día a día. Aquí les traigo el capítulo I que sirve de introducción a este breve texto. Les recomiendo que lean todo el tratado. Es un texto breve, pero lleno de sabiduría práctica.
Se pregunta San Agustín cómo es la paciencia de Dios Evidentemente, su paciencia es de naturaleza diferente a la nuestra. Nuestra paciencia conlleva sufrimiento, la de Dios no. Suelo pensar que la paciencia es la virtud que mejor nos hace sentir el significado del sacrificio. ¿Por qué? Porque el sufrimiento que conlleva no es dolor físico ni ofuscación mental, aunque duela en la médula de nuestro ser. Aceptar este dolor y entenderlo como la voluntad de Dios, es un sacrificio maravilloso. Nos acerca a la naturaleza atemporal y eterna de Dios mismo.
Los impacientes no soportamos esperar que el plan de Dios se desarrolle. Deseamos dar un salto y superar el tiempo y el espacio que nos separan de lo deseado, esperado o necesitado. Se hace evidente que el enemigo encuentra en la impaciencia un terreno abonado para sus planes.
Me vienen a la memoria dos pasajes bíblicos. El primero es la tentación de la serpiente a Adán y Eva. ¿Por qué este pasaje? Porque Dios creó el árbol del que no debían comer y lo puso delante de ellos por algo. Quizás para probar la paciencia asociada a la naturaleza humana de nuestros primeros padres. El tentador supo que el momento era propicio y les dijo que si comían de la fruta serían como Dios. Adán y Eva no fueron capaces de hablar con Dios y esperar a que les dijera la razón existente para que no pudieran comer. Fueron impacientes y eso les hizo desobedecer a Dios.
El segundo pasaje está dentro de la oración del Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo" ¿Somos capaces de esperar a que la voluntad de Dios dé sus frutos? Difícil ¿Queremos los frutos ya mismo? Pero ¿Qué es lo que realmente queremos? Que se cumpla la voluntad de Dios o saciar nuestros deseos.
Cuanta paciencia necesitamos.
Cuanta paciencia necesitamos.
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