Dios al fondo
“Nadie me quiere. Nadie me necesita. Mirar a mi alrededor es tanto como mirar a un vacío que me hiela el corazón". Fueron las palabras –las he escuchado muchas veces – de un hombre muy inteligente, muy bueno, pero muy anciano y muy solo.
Mas tenía una seguridad en el hondón de su alma, que le libraba de la desesperación. Era profundamente creyente y se sabía mirado y amado de Dios. Sabía que él, a Dios, sí le importaba.
La mirada de Dios sobre nosotros. No solamente cuando pensamos en él o le hablamos –no podemos pensar que al Padre Dios le sean indiferentes ambas cosas- sino siempre, Dios nos mira con amor.
La vida entera es como un inmenso paisaje, con Dios al fondo; todo a lo ancho del horizonte.
Una experiencia repetida para algunos es que, aunque estemos de espaldas, cuando alguien nos está mirando fijamente, nos damos cuenta y nos volvemos para ver quién nos mira. Pues bien, démonos cuenta de que Dios nos está mirando siempre.
Hemos de devolver esta mirada a Dios. Existe esta mirada, porque toda vida viene de Dios.
Ninguna vida escapa a la mirada de Dios. Ninguna vida existe sin que Dios la haya mirado antes.
Alguno se preguntará: ¿Cómo se llama el amor que Dios me tiene? Te respondo: se llama vida, esposa, esposo, hijo, hija, novio, salud, trabajo, amistad, tiempo… Tiene el nombre de los que te aman y de los que amas.
Es importante que cada día identifiquemos en nuestras vidas los signos del amor de Dios, para que ello nos facilite un comportamiento de hijos.
No comencemos la segunda mitad del año con el sentimiento de que somos indiferentes a Dios.
Comencémoslo ilusionados de poder realizar –para Dios nada hay imposible- lo que Dios espera de nosotros. En lo cual entra la preocupación por la realización humana y cristiana de los demás. En especial por.los que son “nuestros” por algún motivo, y en algo dependen de nosotros.
En uno de sus libros André Frossard habla de la pregunta de tantos hombres: “¿Para qué vivir?”. Y afirma que nadie se plantea esa pregunta a nos ser que crea que ha sido creado para él mismo. Y que, por eso mismo, antes de preguntarse “¿Por qué o para qué vivir?” Se formulan la pregunta. “¿Para quién vivir?” Sea de ello lo que fuere, lo bien cierto es que es la segunda, que no la primera pregunta, la más generosa y sin duda la auténticamente cristiana.
¿Para quién vivir? Para Dios y para el prójimo. Para dar gloria a Dios ayudando a los hermanos. Lo que da gloria a Dios, da paz a los hombres. Lo que brinda paz a los hombres, glorifica a Dios. Y no olvidemos que nuestro tiempo necesita ser reevangelizado.
¡Ah, y que nadie permita que ningún corazón cercano a él se hiele por la impresión de no ser amado!
Mas tenía una seguridad en el hondón de su alma, que le libraba de la desesperación. Era profundamente creyente y se sabía mirado y amado de Dios. Sabía que él, a Dios, sí le importaba.
La mirada de Dios sobre nosotros. No solamente cuando pensamos en él o le hablamos –no podemos pensar que al Padre Dios le sean indiferentes ambas cosas- sino siempre, Dios nos mira con amor.
La vida entera es como un inmenso paisaje, con Dios al fondo; todo a lo ancho del horizonte.
Una experiencia repetida para algunos es que, aunque estemos de espaldas, cuando alguien nos está mirando fijamente, nos damos cuenta y nos volvemos para ver quién nos mira. Pues bien, démonos cuenta de que Dios nos está mirando siempre.
Hemos de devolver esta mirada a Dios. Existe esta mirada, porque toda vida viene de Dios.
Ninguna vida escapa a la mirada de Dios. Ninguna vida existe sin que Dios la haya mirado antes.
Alguno se preguntará: ¿Cómo se llama el amor que Dios me tiene? Te respondo: se llama vida, esposa, esposo, hijo, hija, novio, salud, trabajo, amistad, tiempo… Tiene el nombre de los que te aman y de los que amas.
Es importante que cada día identifiquemos en nuestras vidas los signos del amor de Dios, para que ello nos facilite un comportamiento de hijos.
No comencemos la segunda mitad del año con el sentimiento de que somos indiferentes a Dios.
Comencémoslo ilusionados de poder realizar –para Dios nada hay imposible- lo que Dios espera de nosotros. En lo cual entra la preocupación por la realización humana y cristiana de los demás. En especial por.los que son “nuestros” por algún motivo, y en algo dependen de nosotros.
En uno de sus libros André Frossard habla de la pregunta de tantos hombres: “¿Para qué vivir?”. Y afirma que nadie se plantea esa pregunta a nos ser que crea que ha sido creado para él mismo. Y que, por eso mismo, antes de preguntarse “¿Por qué o para qué vivir?” Se formulan la pregunta. “¿Para quién vivir?” Sea de ello lo que fuere, lo bien cierto es que es la segunda, que no la primera pregunta, la más generosa y sin duda la auténticamente cristiana.
¿Para quién vivir? Para Dios y para el prójimo. Para dar gloria a Dios ayudando a los hermanos. Lo que da gloria a Dios, da paz a los hombres. Lo que brinda paz a los hombres, glorifica a Dios. Y no olvidemos que nuestro tiempo necesita ser reevangelizado.
¡Ah, y que nadie permita que ningún corazón cercano a él se hiele por la impresión de no ser amado!
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