El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida: ¿quién me hará temblar? Ellos, mis enemigos y adversarios, tropiezan y caen (Sal 27,1-2).
La Eucaristía es revelación y salvación. Cualquier luminaria, por muy visible que sea y haga visibles las cosas, no puede dar la capacidad de ver a un topo. Dios se nos da a conocer, no simplemente nos comunica cosas sobre Él, la realidad, el sentido de todo,... La revelación es auto-revelación. Pero no es sin más des-velar lo que estaba oculto.
Hay muchas cosas que des-cubrimos, que antes estaban ocultas, ignotas, y ahora podemos conocer; hay secretos de los demás que, en un determinado momento, nos des-cubren. La revelación divina es un darse, no es un des-cubrimiento nuestro, pero ese darse no lo es como nosotros podemos des-velar algo de nosotros a los demás. Cuando abrimos nuestro corazón a alguien no necesitamos capacitarlo para que conozca nuestra intimidad. En la revelación divina, Dios nos capacita para conocer lo que no es creado, lo meta-creatural, nos capacita con la fe para conocer su auto-comunicación. Y así no solamente conocemos la luminaria, sino todo iluminado por ella, también nosotros mismos; todo se encuentra en el ámbito de su luz.
Hay animales, como el topo, que no son exactamente invidentes, porque están en otro orden distinto al ver o no ver, son más bien avidentes. En cambio, hay criaturas que deberían ver, el no ver en ellas es una deficiencia o enfermedad, éstas son propiamente invidentes. No es lo mismo un ciego que un topo, éste no tiene por qué ver. El hombre debería ver y, sin embargo, nace ciego. Dios se nos revela como salvador. Nos da la capacidad de conocerlo a quienes deberíamos tenerla, como la tenía Adán en el Paraíso. Y la contemplación de Dios es divinizadora.
Nos da poder vivir en el ámbito paradisíaco de su luminosidad deificadora. En él, no caminamos en las tinieblas; en la luz, caminamos sin miedo a tropezar, a caer en la fosa imperceptible por la oscuridad, a no ver el ataque enemigo,... Ante la luz, las sombras se desvanecen.
El memorial del misterio pascual, es ámbito de revelación y salvación. En el sacrificio de la cruz, Dios se manifiesta como Amor.
[La antífona de entrada del decimocuarto formulario del tiempo ordinario la tenéis comentada aquí; las de comunión acá y acullá]