Tiempos graves y hombres mediocres: la hora del cristianismo
por César Uribarri
Mientras algunos se empeñan en hacer befa de lo católico como el bien pagado Wyoming -al que dicen humorista español-, y otros en hundir no en catacumbas, sino en el exterminio, a todo lo católico -como demandaba públicamente el otrora cristianísimo Peces Barba-, constatamos día a día como culturalmente occidente no sólo ha perdido el alma sino que se empeña en combatir crudamente lo católico. Porque ambas cosas van de la mano: primero se pierde el sentido del bien y del mal, y luego se combate a quien sólidamente ofrece un bien y denuncia un mal. Pero la sima en la que yace occidente es más profunda de lo que aparenta. Y es que quien podría iluminar el alma perdida, devolver el sentido de lo bueno y lo malo, tampoco se encuentra en posición de fuerza: los males en la Iglesia son manifiestos. Hoy, institucionalmente, la Iglesia tampoco es una fuerza regeneradora. Y las almas se encuentran, tantas veces, sin pastores. Y las sociedades sin guías.
No hay luz suficiente para iluminar un norte perdido, pero el camino por el que transita nuestra modernidad se halla, a día de hoy, en una encrucijada desconcertante, inesperada. El corazón de occidente se desmorona, entendiendo por corazón el lugar de los tesoros, de las motivaciones e ilusiones: bienestar, riqueza, placer. Quisimos abandonar a Dios por las riquezas, ahora, sin riquezas, hemos perdido nuestro dios y las sociedades económicamente colapsadas, empezarán a manifestar su colapso moral. ¿En qué sentido? En el siguiente:
La imposibilidad de acceder al paraíso terrenal metódicamente publicitado (riqueza, bienestar, placer) lleva a la búsqueda de soluciones inmediatas en lo que sería un refugio a la desilusión. Y a ese refugio se accede fácilmente por tres puertas: sexo, droga, desesperanza. Pero las tres son destructivas. Y las tres engendran violencias. A veces las violencias son familiares y en cierto modo no traspasan la frontera de lo íntimo sino a nivel estadístico: muertes por violencia doméstica, delitos sexuales, abusos en el ámbito familiar… Pero cuando la situación social no permite un salida evidente de ese refugio, porque no puede ofrecer alternativas, los más fuertes, los menos sensibles, aprovecharán los malestares reales u orquestados, para dar rienda suelta a su desilusión.
Más claro: occidente se ofreció en holocausto al dios consumo. Hoy la diabólica divinidad pide su víctima: el colapso del sistema económico es algo superior a las malas artes de patéticos gobernantes. Otros hubieran amortiguado el golpe, pero el golpe acabará cayendo. Quisimos crecer exponencialmente, todo a base de acceso al crédito. Abandonamos familia, natalidad, humanidad, Dios, por más horas, más rendimiento, más dinero. Pero crecer a base de deudas se ha demostrado crecimiento de suma cero: llega un momento en que todo termina bruscamente. La pirámide cede en algún punto y todo se viene abajo. El acceso al mercado de trabajo colapsa y con él millones de personas quedan al margen de la sociedad. Se deja de generar el flujo económico necesario para mantener el sistema y los países con un nivel de gasto extraordinario son los primeros en caer: Grecia ha colapsado; ha colapsado Islandia; Irlanda más de lo mismo; Portugal tiembla ante su futuro; España juega a engañar a los suyos; Italia se esconde tras toneladas de basura en Nápoles; Francia se agarra a la deuda pública en feroz crecimiento; Estados Unidos mantiene 44 millones de cartillas de alimentos y mira con horror el 2 de agosto porque ya no tiene fondos con los que mantener su gasto…
Este es el panorama. La cruda realidad. En lo que se vaticinan años calientes. ¿Qué hay en juego? Humanidad o sistema. Y se ha optado por sistema. Y cuando se opta por un sistema a costa de la misma realidad, la realidad despreciada se acaba sometiendo a un sistema que se vuelve cada vez más inhumano.
En este escenario de incertidumbre económica, de ausencia de salidas razonables, ¿cómo se gestiona una población sin resortes morales, individualista y desesperanzada? A medida que la situación se agrava, el acceso al sistema se dificulta, van surgiendo movimientos al margen del sistema, impulsados por un liderazgo evidente, y esos liderazgos son impredecibles. En algunos casos la gestión de la insatisfacción será reconducible por fuerzas políticas experimentadas (como el movimiento 15M español, hijo bastardo de la izquierda más radical, que ha sabido explotar la indignación causada por sus mismas políticas). En otros casos generarán liderazgos políticos desconocidos a los que se irán sumando los que quedaron al margen de un sistema que ni comprendían ni querían. Y no ha de extrañar: tanto el consumismo como el comunismo son inhumanos, pero el primero apela a la molicie desilusionando poco a poco y volviéndose odioso cuando no puede ofrecer más, mientras que el segundo apelando a la justicia, puede dar ilusiones cuando el odio ha entrado en el alma.
Y esa es la bestia que asoma de nuevo: el estatalismo anticristiano, que de suyo e históricamente, tiende a la globalidad. Y este es el nuevo enfrentamiento que se percibe: o el mantenimiento del sistema a cualquier coste (lo que exige disminuciones masivas de la población, para que los menos ingresos, los menos recursos, puedan mantener en el mismo estándar de calidad a quienes los gocen), o el cambio del sistema por un estatalismo anticristiano.
En ambos casos el odio a los principios morales es evidente. Entonces, ¿dónde queda el pensamiento cristiano, la intelectualidad cristiana, que antaño reordenara el mundo? ¿No se hace necesario replantear la situación? ¿No se hace necesario volver a ofrecer salidas a esta encrucijada? Es la hora de que la inteligencia católica vuelva a despertar del letargo, de la entrega al consumismo, del mantenimiento de una tecnocracia que ha favorecido la muerte del alma. Por todo ello han dicho muchos pensadores que o Europa o será cristiana o no será. Pero cabe el no será. Y si no se aportan soluciones valientes, de grandes hombres, no habrá humanamente una alternativa a las dos fuerzas que ya amenazan los tiempos venideros. Lo cierto es que mirando lo que hoy hay en la Iglesia, en sus hijos, no se percibe una fuerza regeneradora capaz, tal es el estado de la Iglesia.
Ahora bien de nuevo el futuro revelado puede elevar los ánimos esperanzándonos de nuevo: y es que nos ha sido prometido el triunfo de María. ¿Cómo habrá de ser esto? Eso es tema que merece ser desarrollado.
x cesaruribarri@gmail.com
Comentarios