Venerable José María García Lahiguera
García Lahiguera, Vicario General en el Madrid rojo
El VENERABLE JOSÉ MARÍA GARCÍA LAHIGUERA nació en Fitero (Navarra) el 9 de marzo de 1903, ingresó en el seminario menor de Tudela en 1913. Se trasladó a Madrid en 1915, continuando sus estudios en el seminario menor de esta diócesis. Ordenado sacerdote en 1926 por Leopoldo Eijo y Garay. Obtuvo, en 1928, el grado de Doctor en Derecho canónico en la Universidad Pontificia de Toledo. Desde entonces desempeñó diversos puestos en el seminario de Madrid (profesor, prefecto de externos, director espiritual). Durante la Guerra Civil española, fundó la Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote, en colaboración con María del Carmen Hidalgo de Caviedes.
Fue obispo auxiliar de Madrid-Alcalá entre 1950 y 1964. Bajo estas líneas, el 4 de diciembre de 1963, en la bendición del recién estrenado túnel de Guadarrama de la carretera de A Coruña (ahora la AP-6).
En el mismo año 1950, la Santa Sede aprobó la creación de la Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote. Participó en el Concilio Vaticano II. El 7 de julio de 1964 fue nombrado obispo de Huelva, puesto que ocupó hasta el 1 de julio de 1969, cuando fue nombrado arzobispo de Valencia.
El 14 de febrero de 1974 sufrió una trombosis cerebral. Se recuperó de ella, pero su salud quedó muy afectada. Presentó su renuncia al cumplir los 75 años, el 9 de marzo de 1978, la cual le fue aceptada pocos meses después.
Tras su retiro, pasó a la archidiócesis de Madrid-Alcalá, donde dio a menudo conferencias y retiros. Falleció el 14 de julio de 1989. Fue enterrado, a petición suya, en el presbiterio de la Casa Madre de las Hermanas Oblatas.
En 1995, el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, ordenó la apertura de su proceso de beatificación. Dicho proceso fue admitido por la Congregación para las Causas de los Santos el año 2002, habiendo aprobado sus virtudes heroicas el papa Benedicto XVI mediante decreto de fecha 27 de junio de 2011.
APÓSTOL EN EL MADRID ROJO
En julio de 1936, al estallar la guerra civil española, don José María se encontraba en Madrid con su familia. Desde el balcón de su casa presenció horrorizado el asalto del Cuartel de la Montaña, y rezó los primeros responsos por el eterno descanso de los caídos. El estado de miedo y angustia que en un principio le atenazó por estos hechos, pronto se trocó en intrepidez, cuando le avisaron que una buena mujer, a punto de morir, solicitaba los auxilios espirituales.
-Me llaman para ejercer mi ministerio, y no me puedo negar, aunque me cueste la vida.
De hecho, varias veces estuvo a punto de perderla a lo largo de aquellos años de violenta persecución religiosa. Durante un registro en su casa familiar, los milicianos, que buscaban a su hermano Jesús, vieron un retrato de don José María vestido de sacerdote. Él les dijo:
-Sí, ese soy yo.
Esta vez no ocurrió nada, pero ante el peligro que amenazaba, ambos hermanos se refugiaron en la embajada de Finlandia. No obstante, en diciembre de 1936 las turbas asaltaron la Legación, sin respetar la inmunidad diplomática, y al encontrar en una sala ornamentos sacerdotales y objetos de culto, preguntaron quién era el cura. Don José María se adelantó a confesar que era él, aunque también había allí otros sacerdotes refugiados. Fue encarcelado y condenado a muerte “sólo por ser sacerdote”.
[Sobre estas líneas, cárcel de San Antón, instalada en el antiguo Colegio de los Escolapios, donde estuvo recluido por un tiempo el venerable José María García Lahiguera].
Se salvó gracias a la diligencia de su hermana Asunción y a las instancias de su hermano Antonio, a la sazón secretario del Embajador de la República española en Washington. Una vez puesto en libertad, obtuvo un carnet laboral de corredor de libros, con el que circulaba por Madrid en busca de sacerdotes y seminaristas necesitados de ayuda: algunos se hallaban escondidos, padeciendo toda clase de penurias; otros iban y venían de los frentes de batalla. Don José Mª, junto con un equipo de intrépidos colaboradores, procuraba -por medios muy ingeniosos y frecuentemente privándose él mismo y su familia- lo más básico para cada uno: alimentos, medicinas, alojamiento, documentación, formas y vino para celebrar, estipendios y otros auxilios. Pero, sobre todo, mediante un contacto personal y directo, les proporcionaba el aliento espiritual que tanto necesitaban aquellos sacerdotes perseguidos, muchos de los cuales iban a sufrir el martirio.
En diversos lugares de la capital, y siempre clandestinamente, celebraba con asiduidad la santa Misa, organizaba reuniones y retiros espirituales, atendía y confesaba a innumerables fieles, sacerdotes y seminaristas, dedicando un particular cuidado a los que venían desde el frente de guerra: les entregaba, además, la Sagrada Comunión para que ellos la llevasen a sus compañeros que permanecían en primera línea o en los cuarteles. Para los seminaristas más jóvenes que aún no habían sido movilizados llegó a coordinar unas clases de latín y filosofía impartidas por profesores competentes, que les ayudaran a perseverar en la vocación. También estableció un servicio permanente de atención espiritual de urgencia, en especial para enfermos y moribundos.
En mayo de 1938, el Obispo de la diócesis monseñor Leopoldo Eijo Garay, que se encontraba en zona nacional, prácticamente incomunicado con sus fieles de la otra zona, nombró a don José María Vicario General en el Madrid rojo. Su actuación abnegada y valiente, junto con la de otros heroicos sacerdotes, y su constante solicitud por aquel clero de catacumbas contribuyó eficazmente a mantener alta la moral (clave de la resistencia) de aquella comunidad eclesial tan atribulada, y a que el presbiterio madrileño escribiera una página gloriosa de fidelidad y martirio.
Así lo narra Salvador Muñoz Iglesias en su libro José María García Lahiguera. Un carisma - una vida (página 39-52), publicado en 1991.