Las clarisas de Jerusalén
Las clarisas de Jerusalén celebran con el Custodio el VIII centenario de la fundación de la Orden
Clara de Asís tenía alrededor de dieciocho años el 28 de marzo de 1211. La noche que decidió abandonar a escondidas la casa de sus padres para dedicar su vida a Dios, uniéndose a Francisco en la Porciúncula, era la noche del Domingo de Ramos, que marca el comienzo de la Semana Santa. La fuga de la joven señalaba también el comienzo de una historia que dura hasta nuestros días.
La mañana del Lunes Santo las clarisas de Jerusalén han celebrado, junto a los frailes de la Custodia, los ochocientos años transcurridos desde aquel día, inaugurando con una misa presidida por el Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, el VIII centenario de la fundación de la Orden. Abriendo la procesión hacia la iglesia del monasterio --entre las manos de la madre abadesa, sor Cristiana-- estaba la reliquia de la santa, mientras que otras hermanas llevaban flores y un icono con su imagen.
Poco antes, dando la bienvenida a los fieles que se habían congregado en el jardín del monasterio --entre la paz de los altos árboles y la espléndida vista sobre la Ciudad Santa, atenuada por la bruma de la mañana--, sor Leticia ha recalcado en primer lugar la importancia del gesto de la joven de Asís: “Clara se jugó todo aquella noche por seguir a Jesús. Comenzamos nuestra celebración aquí, mirando a Jerusalén, para acentuar la relación con el misterio de la Resurrección”. La abadesa, sin embargo, ha sido la encargada de saludar al final de la misa: “Clara no podía saber lo que surgiría a raíz de su gesto, no podía saber la larga historia que ha durado hasta nosotros hoy. O quizá lo intuía, lo veía, porque con frecuencia bendecía no sólo a las hermanas presentes sino, también, a las que habrían de seguirla. La historia de Dios con el hombre tiene características que se repiten. Uno tiene la iniciativa y otros le siguen. La fecundidad de la fe supera el paso de los siglos”.
También el Custodio en su homilía ha puesto el acento en la elección de Clara: “No es casual sino, más bien, providencial incluso por el momento en que se llevó a cabo. El suyo ha sido un gesto pascual, el paso a una nueva vida en la plenitud de la relación con el Señor.
Estar en Jerusalén es una gracia --ha concluido fray Pierbattista Pizzaballa--. Es como testimoniar cada día nuestra total participación en la vida de Cristo”.
Para las hermanas de santa Clara, estar en Jerusalén significa también haber respondido a una llamada que los mismos franciscanos les dirigieron. De hecho, el monasterio, fundado a finales del siglo IX en este lugar, hace pocos años estuvo a punto de cerrarse, habitado por unas pocas monjas ancianas. La Custodia, de acuerdo con el Patriarcado latino, se empeñó para que esta presencia no desapareciera dirigiéndose a la Federación de la Orden en Umbría que, en 2007, dio nueva vida al monasterio con el envío de seis hermanas, entre ellas la actual abadesa.
No hay mejor augurio para la comunidad de las clarisas que el que se encierra en las palabras de su padre espiritual, fray Frédéric Manns: “Como la casa de Lázaro, que hemos escuchado en el evangelio, toda llena del perfume de nardo mientras María ungía los pies de Jesús, así debe ser Jerusalén en este año que hoy comenzamos, toda llena del perfume de Clara”.
Texto de Serena Picariello
Fotos de Marco Gavasso