Domingo de Ramos en Jerusalén
Jerusalén, 17 de abril de 2011
Por la mañana: Procesión y misa en el Santo Sepulcro
Cantos, música y liturgias entrelazadas, superpuestas; palmas y olivos agitados en lo alto que, bendecidos, pasan de mano en mano.
Espacios estrechos en la Basílica del Santo Sepulcro aunque sólo son las siete de la mañana y los peregrinos se apretujan para participar en las celebraciones del Domingo de Ramos. Hay quien se mueve de acá para allá, curioso, para presenciar los ritos de las distintas comunidades. Este año, como en 2010, la Pascua cae en el mismo día para los latinos y las demás Iglesias.
Los oficios litúrgicos de este domingo se celebran al mismo tiempo, cada uno en una zona distinta de la Basílica. Quien ha optado por asistir a la celebración del altar de la Magdalena, a la misa presidida por el Patriarca de Jerusalén, Mons. Fouad Twal, no puede dejar de oír todos los sonidos que, incesantes, salen de todos los rincones de este lugar sagrado. Pero para todos y cada uno, es el momento de recordar la entrada de Jesús en Jerusalén, al final casi de su camino como hombre y cercano a la hora de la Pasión, cantada en el momento solemne de la lectura del evangelio de san Mateo.
El Domingo de Ramos para los católicos de rito latino comienza, antes de la misa, con la entrada del Patriarca en la Basílica --acompañado e introducido por los frailes de la Custodia-- y la triple procesión en torno al edículo de la Tumba vacía con las palmas bendecidas que se agitan, sumándose así al canto gregoriano.
Por la tarde: Más de 10.000 fieles en la procesión de las Palmas
Generalmente, el Domingo de Ramos en Jerusalén es una fiesta en la que los fieles cristianos locales, procedentes de todo el país --Israel y los territorios palestinos-- se mezclan con los peregrinos de todo el mundo para formar una sola Iglesia. Este año la fiesta ha sido aún más hermosa gracias a la presencia de los cristianos de todas las confesiones que han caminado, codo con codo, cantando y danzando unidos en la misma fe, en la misma alegría. Considerando que la comunidad local no constituye más que el 15% de la población total, ésta se debería llamar la "marcha del orgullo cristiano".
Así, varios miles de peregrinos (alrededor de 10.000, según la policía de Jerusalén) han hecho su ingreso en la ciudad, casi por el mismo camino andado por Cristo.
Una hora larga separaba la cabecera de la procesión, con los fieles de la parroquia latina, del final de la misma, con la representación oficial: los seminaristas del Patriarcado y de la Custodia que precedían al Patriarca, a sus obispos auxiliares, al Custodio, al Nuncio y Delegado Apostólico y a los cónsules generales que han podido participar en esta tarde de fiesta.
Esperando a que llegaran todos los peregrinos a la iglesia de Santa Ana, de los Padres blancos, el grupo Raya’a ("esperanza", en árabe), ha animado musicalmente a los fieles en el jardín.
A su llegada, el Patriarca, Su Beatitud Mons. Fouad Twal, se ha dirigido en árabe a la multitud para felicitarles las fiestas y desearles una buena Semana Santa. En su intervención se ha referido después, no sin humor, al misterio de esta fiesta: la acogida dispensada a Jesús y, después, la negación de los apóstoles. A tal propósito, el Patriarca ha hecho el paralelismo entre las revoluciones actuales de las regiones del mundo árabe y la acogida reservada a los dignatarios, en contraste con las crisis que piden hoy su caída. El paralelismo acaba aquí y terminaba con la necesidad de poner la propia fe en Dios, el Señor del tiempo y de la paz.
Tras la bendición solemne de Dios invocada sobre la multitud, la asamblea se ha dispersado. La mayor parte de los peregrinos se ha retirado mientras que los cristianos de Jerusalén han continuado con la fiesta, esperando el desfile tradicional de los scouts.
Mientras la luna de Pascua surgía en el cielo, la Ciudad Vieja, recobrando su propia calma, entraba en el silencio de la Semana Santa.