La paupérrima formación de laicos y curas
Estoy leyendo el libro “Evangelizar”, de Mons. Fernando Sebastián Aguilar, el cual explica cómo en 1991 propuso ante la asamblea especial del Sínodo de los Obispos dedicada a Europa, la puesta en marcha de Centros de formación para seglares donde los jóvenes puedan prepararse para ser testigos de Jesucristo.
Me resulta muy llamativo constatar que la Iglesia siempre ha sabido diagnosticar la situación de increencia actual e incluso se ha aventurado a prescribir recetas contra la misma, las cuales por desgracia muy pocos han tomado en serio.
A los hechos me remito; a la hora de examinar la Iglesia de hoy en día y compararla con la Iglesia de 1991 en la que Mons. Sebastián hizo esa declaración, es difícil apreciar grandes cambios en la pastoral mientras que el declive en el número de fieles es una constatación dolorosa.
De esta manera la Iglesia vive una auténtica disociación entre lo que desde el Magisterio se predica y lo que en la práctica se hace.
Por mucho que Juan Pablo II hiciera de la Nueva Evangelización un eje central de su pontificado, y por más certeros análisis que como Ecclesia in Europa hayan salido de los sínodos de los Obispos, la realidad es que en general se sigue viviendo como si nada hubiera cambiado.
Un ejemplo perfecto es el tema de la formación, tanto la que se da en los seminarios como la que en general reciben los laicos, la cual me atrevo a calificar de paupérrima en lo que a evangelización se refiere, porque obviamente no está dando los frutos deseados y esperables.
Ante una sociedad postmoderna y descristianizada, una cosa es enseñar el diagnóstico y la receta que prescribe el Magisterio, lo cual se hace en las facultades de Teología, y otra muy distinta es ponerse a enseñar a la gente cómo llevar esto a la práctica.
Si la Iglesia está llamando a una Nueva Evangelización, nada más lógico y consecuente que empezar por capacitar a los agentes de pastoral, sacerdotes y religiosos para llevar a cabo la misma.
¿En qué se ha de traducir todo esto? Lo decía Mons. Sebastián en su discurso sinodal: en escuelas de evangelización que den la formación adecuada para la realidad con la que tenemos que lidiar hoy en día.
En mi periplo por el mundo de la evangelización he conocido escuelas de este tipo en Londres (con los Cursos Alpha), en Santo Domingo (la Escuela de Evangelización Juan Pablo II) e indirectamente en México y otros lugares con la Escuela de Evangelización San Andrés de Pepe Prado.
Ninguna de las cosas que he podido aprender las he aprendido en España, ni siquiera en lugares tan de primera línea de evangelización como la Renovación Carismática, donde se evangeliza pero sin dedicar un esfuerzo sistemático de formación de los protagonistas de la misma.
No digo que no existan iniciativas -seguro que los lectores me pueden ilustrar con algunas- sino que las que hay no son suficientes porque no llegan a la gran masa, por lo que se las puede calificar de marginales.
El hecho es que faltan muchas cosas para que podamos tener una formación adecuada para la evangelización.
La primera de todas es que los propios agentes involucrados en la misma, descubran y vivan lo esencial del cristianismo, su corazón, que no es otro que el Kerigma.
Mientras no se viva el Kerigma- la experiencia personal de Jesucristo que me salva del pecado dándome vida eterna- pretender evangelizar es pedir peras al olmo, pues nadie da lo que no tiene, y se cae en una evangelización catequizante y moralista, que predica la práctica cristiana, no a Cristo mismo.
Es por eso por lo que hoy en día abundan los maestros y escasean los testigos.
La segunda cosa que hace falta son modelos palpables, experiencias constatables, caminos ya recorridos por otros de los que podamos aprender.
El modelo más básico está en nuestra tradición; es el de la iglesia primitiva y a mi entender pasa por volver a separar tres cosas: conversión, catecumenado y práctica cristiana sacramental. Hoy en día estas tres cosas son un totum revolutum en la mente y corazón de los agentes de pastoral, y el problema es que no son la misma cosa, sino etapas del camino de todo cristiano.
Por lo demás, modelos hay unos cuantos; lo único importante es no ponernos a la defensiva absolutizando un solo modelo que perfectamente puede estar ya más que pasado por haber nacido con fecha de caducidad.
La tercera cosa que hace falta es una gran dosis de humildad y curiosidad. Son pocos los que teniendo el “chiringuito” de su grupo, comunidad o parroquia montado se atreven a pensar que tiene que haber algo más, y se ponen a preguntar y a explorar en experiencias de otros cristianos que puedan arrojar un poco de luz a la pastoral actual.
Seguro que hay muchas más recetas que se pueden dar, sirvan estas de aperitivo, y de paso espero satisfacer las peticiones que muchos me hacen de aterrizar los análisis que hago en soluciones concretas.
Si en un post anterior hablé de la necesidad de re-evangelizar a la propia Iglesia, mediante la vuelta al kerigma como primer paso, éste sería un segundo paso, la necesidad de formar a la Iglesia en la Nueva Evangelización.
Para emprender esta formación primero hace falta un análisis crítico de lo que ha sido la formación católica hasta ahora. Por buena, correcta y sana que ésta haya sido, a juzgar por los resultados no ha servido para enseñarnos a evangelizar, ni a curas, ni a religiosos ni a laicos.
Ojalá la creación del dicasterio para la Nueva Evangelización anime a muchos en la Iglesia a caer en la cuenta de la urgencia de la situación, y posibilite una reflexión y una praxis que sea relevante para las necesidades de conversión de la sociedad actual.