Jueves, 21 de noviembre de 2024

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De la bíblica piscina de Siloé, descubierta en 2005

por Luis Antequera


            Si recuerdan Vds., el Evangelio del pasado domingo versó sobre el ciego de Siloé, por cierto, el primer excomulgado del cristianismo, pues como sinónimo de excomunión ha de interpretarse la locución de Juan "y le echaron fuera" (Jn. 9, 34) con la que termina el relato. Y es que la excomunión es sólo uno más de los muchos ritos e instituciones que forman parte del legado judío del cristianismo.

            Recordarán Vds., asimismo, que Jesús le curó la ceguera con barro que hizo de su propia saliva y que le conminó a lavarse en la piscina de Siloé, tras lo cual, el joven ciego recuperó la visión. Pues bien, me he preguntado por la piscina de Siloé, que perdonen Vds. la broma, no era, en modo alguno, la piscina sita en la casa de un tal Siloé que sería tan rico como para tener en esa época una piscina en su casa, dentro de un glamouroso y elitista barrio residencial. No, para nada.
 
            Para empezar, "siloé", según aclara el propio Evangelio de Juan, único en el que encontramos el episodio, no es el nombre de ningún personaje, sino que significa “el enviado”. Es decir, significa en hebreo o en arameo, lo mismo que “apóstol” en griego, y que “rasul”, título que se le otorga a Mahoma, en el árabe en el que está escrito el Corán.
 
            Pues bien, la famosa piscina de Siloé, citada por cierto también en el Antiguo Testamento, como veremos, no sólo existe, sino que, según informó en su día el diario Los Angeles Times, fue descubierta en el año 2005 en Jerusalén a 400-600 metros de “la otra” piscina de Siloé, la que construyera en el s. V la Emperatriz Eudocia de Bizancio.
 
            La piscina de Siloé era un estanque al que iba a parar el agua que se obtenía del manantial de Gihón, en el valle del Cedrón, en la parte norte de la ciudad de David, desde donde en el s. VIII a.C., el rey judío Ezequías, ante la expectativa más que probable de que el asirio Senaquerib sitiara Jerusalén, decidió construir un túnel para llevar sus aguas a la parte sur de la ciudad y almacenarlas ahí.

            El túnel, según informa la revista Biblical Archeology Revew, fue iniciado al mismo tiempo desde cada uno de sus extremos, consiguiendo sus constructores encontrarse en un punto intermedio mediante un sistema que nos es desconocido. Un encuentro que quedó inmortalizado mediante una placa conmemorativa que todavía hoy se puede ver en el Museo de Estambul.

            Destruida la primitiva piscina de Siloé, posteriormente, por Nabucodonosor, cuando éste tomó definitivamente la ciudad dando inicio al conocido como exilio de Babilonia, habría sido reconstruida sobre el s. I a.C, es decir, poco antes del nacimiento de Jesús.
 
            No es por ello, tampoco, casual, que sea justamente el profeta Isaías, que lo fue en tiempos del Rey Ezequias, el que recoja esta alusión veterotestamentaria a las aguas de Siloé, donde dice:
 
            “Porque ha rehusado ese pueblo las aguas de Siloé que fluyen mansamente y se ha desmoralizado ante Rasón y el hijo de Romelías, por lo mismo, he aquí que el Señor hace subir contra ellos las aguas del río embravecidas y copiosas” (Is. 8, 5-6).
 
 
 
 
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