Los Barcelona Dragons... veinte años después
por Rafa Cervera
Sin lugar a dudas, mi libro favorito de pequeño fue Los Tres Mosqueteros.
Mi abuelo materno se formó en la Academia Ojanguren de Oviedo. Me lo imagino un ser extremadamente tímido, que encontró como refugio la biblioteca de dicha academia y allí se bebió uno tras otro todos los libros que encontró a su disposición. Así, ya de mayor, tenía su propia biblioteca y en ella una colección de los clásicos de los cuales su escritor predilecto era Alejandro Dumas. Él me dio el primer libro de Los Tres Mosqueteros, una edición que todavía conservo en casa, y me animó a leerlo.
La verdad, me encantó. Me vi transportado al París del Siglo XVII, devorando las aventuras de aquel mozalbete llamado D’Artagnan que con sólo veinte años llegó a la capital francesa soñando hacerse mosquetero, arte en el que fue introducido por otros jóvenes que todavía no llegaban a los treinta: Athos, Porthos y Aramis.
Con uno de mis primeros ahorros me compré la continuación, Veinte Años Después. Mi abuelo ya me había hablado de esta segunda parte, pero no la tenía en su biblioteca particular. Recuerdo que leí dicho libro en 1980, durante un verano en Estados Unidos. ¡Y también me encantó!
Los mosqueteros ya no se batían con los guardias del Cardenal Richelieu. Habían cambiado la vehemencia por la madurez. Pero su historia, intentando salvar al rey Carlos I de Inglaterra, era igual de interesante e intensa. Debo confesar que, especialmente en un principio, me sorprendió pensar en cuarentones corriendo semejantes aventuras… Y no era para menos, habían pasado veinte años. Para mí, en aquel entonces, una eternidad.
Ayer se cumplieron veinte años del primer partido de la historia de los Barcelona Dragons.
Para quienes desconozcan el tema, simplemente explicar, sin entrar en grandes detalles, que los Dragons fueron el primer y único equipo de fútbol americano profesional que ha existido en España. En 1991, la liga de los Estados Unidos, NFL, buscando una promoción internacional, creó una competición que se jugaba a caballo entre los continentes americano y europeo. Eligió tres ciudades en Europa y una, debido a la cercanía de los Juegos Olímpicos, fue Barcelona. Yo, como había crecido en México y pasé varios veranos trabajando en Estados Unidos, tuve la oportunidad de ser jefe de prensa de aquel equipo y, como D’Artagnan, comencé una aventura impresionante, viajando por todo el mundo para disputar la competición y conociendo estadios que únicamente había visto por televisión: Wembley (Londres), Giants Stadium (Nueva York), Legion Field (Birmingham, Alabama)…
La viabilidad económica de la liga era complicadísima. Dos años después de su creación, cerró momentáneamente para reorientarse sólo a Europa. Volvimos a las andadas, pero nunca con la fuerza del inicio. Los Dragons cerraron en 2003 y cuatro años más tarde la liga canceló sus operaciones definitivamente.
Hace 20 años, en concreto un 24 de marzo, era domingo. Llovía a cántaros, como nunca, en diagonal… y todo se mojaba, se empapaba. Me desperté temprano y mi padre me acompañó a recoger el coche que la noche anterior se me había quedado sin gasolina (por cierto, también cumplo 20 años de no quedarme sin gasolina, aunque haya estado muy cerca varias veces), justo a la entrada de la gasolinera –¡qué mala suerte!- donde me bajé a llamar por teléfono a casa (no había móviles) y casi me muerde un perro.
Veinte años que llegué a Montjuïc vestido con una chaqueta color oro que todavía uso. Empapado. El viento, arriba en la Montaña Mágica, soplaba de tal manera que tuvimos que subir a las gradas para recoger las modernas vallas de publicidad estática, hechas con hule espuma, que no habían aguantado las inclemencias del viento.
Veinte años que Jack Teele –vaya ejemplo me dio siempre-, director general del equipo, había llamado a la liga pidiéndole la suspensión del partido. No habíamos vendido muchas entradas y con la lluvia que se mantendría durante todo el día no vendría nadie a vernos. Pero el otro equipo había hecho el viaje desde Nueva York, el duelo era el primero que iba a retransmitirse por televisión de costa a costa de los Estados Unidos… Suspenderlo, era imposible.
Veinte años que tuvimos que mover, como pudimos, la tribuna de prensa a unos improvisados pasillos. Estaba techada, pero, como os decía, llovía en diagonal y todo se había mojado. Así, de pie, tuvieron que presenciar el encuentro, aunque el espectáculo del mismo les hizo olvidarse de las incomodidades, los periodistas de La Vanguardia, El Mundo Deportivo, Sport, ABC (se desplazaron desde Madrid), pero también del New York Times, el Philadelphia Inquirer o la prestigiosa revista Sport Illustrated.
Veinte años que instalamos la mesa de estadísticas detrás de un puesto de bocadillos de butifarra y Frankfurts, donde tuve que escribir lo que iba ocurriendo el partido en una máquina de escribir (los portátiles comenzaban) y, después de cada jugada, metía las manos dentro de los bolsillos de la americana color oro, porque con el aire helado y la lluvia casi no sentía los dedos.
Veinte años de tres touchdowns de carrera anotados por los Dragons ante el delirio de los más de 19.000 espectadores –¡sí, más de 19.000!- que no dudaron en desafiar al clima para asistir a su primer partido de fútbol americano profesional. Lydell Carr anotó el primero en un esfuerzo de una yarda. Veinte años de once sacks (placajes al quarterback rival) conseguidos por una feroz defensa encabezada por Eric Naposki. De una victoria épica, 19-7, de un kilométrico pase de Scott Erney a Gene Taylor, de una afición entregada que hacía la ola y entonaba el “Campeones, campeones oe, oe, oe, oe”, que los jugadores hicieron suya cantando después de cada victoria “Oe, oe, oe, oe, we are the Dragons, we are the Dragons...”
Veinte años de que pude presenciar por primera vez cómo, después de un partido, los gigantones que juegan a este deporte ponen la rodilla en tierra y rezan. “Es una oración universal”, me decía un norteamericano que hacía de cicerone en eso de la gestión de la prensa deportiva. “Sirve para cualquier religión”. Y los jugadores comenzaron “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino…”
Veinte años de presentar y traducir por primera vez una rueda de prensa. ¡Vaya si estaba nervioso al lado de mi entrenador, Jack Bicknell! Jack, a quien había seguido antes por la fama que había alcanzado en Estados Unidos, me enseñó que un buen entrenador –como todo líder- no es el que grita más ni pega más broncas ni dice más palabrotas, sino aquél que es cercano a sus jugadores, les da confianza y acaba consiguiendo que lo den todo por él.
En fin, veinte años de un día de esos que se quedan impresos a fuego en el alma…
Como los mosqueteros, ver para atrás y recordar las batallas luchadas deja un sabor agridulce, pero debemos, ante todo, quedarnos con aquello que Dios ha puesto en nuestro camino para forjarnos en lo que hoy somos.
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