Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Antífona de entrada CD-II.2 / Salmo 25 (24),6.3.2

por Alfonso G. Nuño

 

Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. Que no triunfen de nosotros nuestros enemigos. Sálvanos, Dios de Israel, de todos nuestros peligros (Sal 25,6.3.2).
En la inteligencia, las cosas se nos hacen presentes. Por la memoria, las mantenemos en nuestra presencia. Esto también ocurre con nosotros mismos, nos hacemos presentes a nosotros  y, gracias a ello, nos conocemos, somos como un alter para nosotros y somos el prójimo más próximo a nosotros mismos.
 
Ese estarse uno presente ante sí mismo es como estar en nuestras propias manos y, como si de arcilla se tratara, con nuestro obrar nos vamos modelando a nosotros mismos, nos vamos dando una figura. Al estar ante nosotros mismos, podemos amarnos como a un prójimo y al prójimo como a nosotros mismos. Pero también podemos deformarnos.
 
Si en lo más íntimo de mí mismo está Dios, al estarme yo presente a mí mismo es como si ahí tuviera un tabernáculo cuya intimidad más honda fuera Dios. Amarme a mí verdaderamente es amarme como sagrario y amar al prójimo como a mí mismo de verdad es amarlo como otro sagrario. Y amar un sagrario es amarlo como tal, es en verdad amar a su divino huésped.
 
Pero no solamente nos hacemos presentes a nosotros mismos en nuestra inteligencia, también, y es un aspecto de la memoria frecuentemente olvidado, nos mantenemos en nuestra presencia. Esa figura de nosotros mismos que hemos modelado, esa figura que hemos querido, al querer nuestros actos, no solamente nos está presente como pregunta a la que debemos responder, sino que podemos mantenerla presente o podemos rechazarla. La fidelidad es mantenerse en presencia, es un re-obrar ratificador de lo que he hecho conmigo mismo.
 
Ese obrar que previamente  me ha sancionado como sagrario o no, es ratificado o rechazado. En la fidelidad, re-obramos sobre la figura de nosotros mismos que hemos puesto ante nosotros. Pero esa figura ha sido configurada previamente conforme a la identidad profunda como sagrario o no. Uno puede ser fiel a una traición o a la figura auténtica, que tiene la autoridad (authentiké) de ser vocación para mi, con-forme a su dueño absoluto (authéntes).

Y Dios está presente a sí mismo; ante sí el Padre tiene a su Hijo, contempla en Él su misericordia y ternura eternas, el Amor infinito que es. Y nosotros, al que siempre es fiel a sí mismo, pedimos que se mantenga a sí mismo en su presencia, que recuerde esa ternura y misericordia, le pedimos fidelidad. Que es hacer, en nosotros, deseo y oración la fidelidad eterna de Dios.
 
En la necesidad de ser salvados, al estar ante nosotros presente nuestra debilidad, la Eucaristía comienza como oración que se une a la eterna misericordia de Dios que se hará presente en el misterio del altar, memorial de su misterio pascual.
 
[Al terminar estas líneas, dejo una pregunta en el aire, ¿no podríamos pensar la procesión eterna del Espíritu desde la memoria? De momento no sé la contestación. La otra antífona de entrada la tenéis aquí y la de comunión acá]

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