Y Mussolini despreció la advertencia
por César Uribarri
Las situaciones excepcionales suelen ser testigo de hechos excepcionales. Muchos son los sucesos de esta índole narrados por las Sagradas Escrituras, pero en los tiempos actuales parece que o aquellos son ficción, o cuanto menos verdad tan extraña que debe pertenecer a tiempos míticos. Y no, porque cuando el mundo, la humanidad, parece abandonado a merced de las olas, quien dirige la navecilla de las naciones suele recibir ayudas sobrenaturales acordes a las dificultades que enfrenta, muchas veces extraordinarias.
Así ocurrió el 6 de mayode 1940, cuando doña Edvige Mancini Mussolini, hermana del Duce, recibió una carta de parte de una muy estimada y querida monja, sor Elena Aiello. Mística estigmatizada y con fama de santidad, sor Elena le hace llegar unas palabras del Señor para su hermano. Días después Mussolini recibiría la carta. ¿Qué le fue dicho? A aquella carta le seguiría otra más dura, porque Mussolini se había embarcado en una aventura contra el parecer del Cielo. En sus manos estuvo hacer caso, o no, y la Italia del Duce pagó las consecuencias. No obstante, sorprende la lectura que el Cielo hace de esos sucesos.
"Cosenza, 23 Abril de 1940.
Al Jefe de Gobierno Benito Mussolini Duce. Vengo a Vos en nombre de Dios para deciros aquello que el Señor me ha revelado y quiere de Vos. Yo no quería escribir, pero ayer, 22, el Señor se me ha aparecido de nuevo obligándome a hacerle saber cuanto sigue:
"El mundo está en ruina por los muchos pecados, particularmente por los de impureza, que están llegando al colmo delante de la Justicia de Mi Padre Celestial. Por eso tú (n.d.a. se refiere a sor Elena) deberás sufrir y ser víctima expiatoria para el mundo y particularmente para Italia, donde está la Sede de mi Vicario. Mi Reino es reino de paz, pero en cambio todo el mundo está en guerra.
Los gobernantes de los pueblos se agitan en las conquistas de nuevas posesiones. ¡Pobres ciegos! ¡No saben que donde no está Dios no puede haber ninguna conquista verdadera! En sus corazones no hay más que maldad y no dejan de ultrajarme, herirme, despreciarme. Son demonios de discordias, subvertidores de los pueblos, que no tratan nada más que enredar al mundo en catástrofes, también a Italia -lugar donde Dios descansa en medio de tantas almas y lugar de la Sede de mi Vicario, el Pastor Angelicus-.
Francia, tan querida a mi Corazón, por sus muchos pecados, pronto caerá en destrucción y será golpeada y devastada como la ingrata Jerusalem.
Y a Italia, porqué es la Sede de Mi Vicario, he mandado a Benito Mussolini, para salvarla del abismo sobre el cual se encontraba, de otro modo habría llegado a una condición peor que la de Rusia. En tantos peligros siempre la he salvado; por ello debe mantenerse fuera de la guerra, porque Italia es pacífica y es la Sede de mi Vicario en la Tierra.
Si se hace esto Italia recibirá favores extraordinarios y haré que se inclinen ante ella todas las naciones. En cambio, si se decide a declarar la guerra, ¡que sepa que si no la impide, será golpeado por mi Justicia!
Todo esto me ha dicho el Señor. No creáis, oh Duce, que me ocupo de política. Sólo soy una pobre monja dedicada a la educación de los pequeños abandonados que ruega mucho por vuestra salvación y por la salvación de nuestra Patria.
Con sincera estima Rev. Madre sor Elena Aiello."
A esta carta le seguiría otra en la que el dolor de sor Elena sería manifiesto, porque mayor había sido el dolor del Cielo ante la negativa del Duce de secundar los avisos de lo Alto. Todo había sido anunciado, pero el detalle de lo que habría de ocurrirle debieron conmocionar a Mussolini años después. Pero el contenido de esta carta y sus comentarios le pertenecen al próximo post.
x cesaruribarri@gmail.com
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