Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Del celibato en el Antiguo Testamento

por Luis Antequera

 
            En nuestro primer artículo sobre el celibato, prometimos aportar los argumentos utilizados a favor y en contra en los diversos textos sagrados. De rigor es que empecemos la investigación por el más antiguo de todos ellos, el Antiguo Testamento. Y la cuestión es: ¿es la hipótesis del celibato aceptable según los cánones del Antiguo Testamento? Un vistazo a vuela pluma del gran libro de los libros apunta en contra de ello. El gran patriarca Jacob tiene doce hijos y de cuatro mujeres diferentes, dos de ellas hermanas y las otras dos, esclavas de las hermanas. El amado rey Salomón “tuvo setecientas mujeres con rango de princesas y trescientas concubinas” (1Re. 11, 3). Muchos son los pasajes bien conocidos del Antiguo Testamento en los que observamos como Yahveh procede a una actuación bien personal para evitar que sus hijos más queridos (Abraham, Elcaná), queden marcados con el estigma de la falta de descendencia.
 
            Cuando el Levítico expone la regla de la pureza que debe observar el sacerdote del Templo, no hace la menor referencia a ninguna continencia de tipo sexual. Lo más parecido que dice al respecto es que los sacerdotes “no tomarán por esposa a una mujer prostituta ni profanada, ni tampoco una mujer repudiada por su marido” (Lv. 21, 7). Algo más estricto se muestra con el sumo sacerdote, pero todo aquello a lo que le obliga es a tomar “una virgen por esposa” (Lv. 21, 13).
 
            Buena prueba de que en el sacerdocio judío no se exige el celibato, es la maldición que Yahveh emite a Aarón ante una falta cometida por éste:
 
            “Tú y tus hijos cargaréis con las faltas de vuestro sacerdocio” (Nu. 18, 1).
 
            Existe en el Libro de los Números un tipo de consagración especial a Dios, el llamado nazireato (ver Nu. 6, 1), no necesariamente definitivo sino que puede tener una duración determinada, el cual incluye una serie de ritos purificadores tales como no beber vino ni bebidas embriagantes, ni pasar navaja por la cabeza, ni acercarse a cadáver aunque fuera el del padre o la madre... Pues bien, dicho rito no incluye ningún tipo de prescripción sexual.
 
            Saliendo del Antiguo Testamento pero sin irnos muy lejos, -nos quedamos en la otra obra magna, junto con la Biblia, de la literatura clásica judía, el Talmud- una sentencia del rabino Eliazar ben Hircano declara que el que se niega a tener descendencia es comparable a un asesino (Talmud de Babilonia, yebamot 63b).
 
            Dos son los pasajes más frecuentemente citados para argumentar a favor del celibato en el Antiguo Testamento, pero ninguna de ellos hace gran servicio a los que buscan valerse de ellos. El primero acontece cuando Moisés, informado por Yahveh de que en tres días va a recibir las tablas de la Ley, ordena a su pueblo de una manera que se antoja algo caprichosa pues no conocemos otro episodio similar en el Antiguo Testamento: no os acerquéis a vuestra mujer (Ex. 19, 15). Pero se trata de una abstención temporal, con fecha de caducidad por cierto, muy próxima, el día que recoja las tablas: tres días de abstinencia, pues, ni uno más. El segundo es el episodio en el que el mismo Dios advierte a su profeta Jeremías: “no tomes mujer, ni tengas hijos ni hijas” (Jr. 16, 2), si bien el versículo finaliza diciendo “...en este lugar”, lo que lo convierte casi en un contrargumento, al referir la inconveniencia de tomar mujer al lugar y no al hecho en sí: es decir se trata más de una penitencia para el lugar que para el receptor de la orden.
 
            De hecho, es preciso convenir que la exigencia de la pureza sexual -que no de otro tipo- para llevar a cabo determinados actos rituales por una casta especial llamada de sacerdotes o de cualquier otra manera, procede en el cristianismo más bien del legado clásico del que también es tributario, que de su herencia hebrea. A modo de ejemplo, el griego Demóstenes señala que antes de tomar contacto con objetos sagrados, el que lo hiciera había de observar continencia sexual durante un número determinado de días. El culto de no pocas deidades clásicas se encomendaba a vírgenes: así Artemisa, Atenea, Dionisos, Hércules, Poseidón, Zeus, Apolo y otros. El grado extremo de esta conducta se producía entre los sacerdotes de Cibeles que, como informan Juvenal u Ovidio, procedían a la autocastración ritual. Imbuido de ese ansia extremo de pureza sexual, uno de los grandes cristianos de la Patrística, nada menos que Orígenes, también procederá a la autocastración.
 
            Pero esto no ha terminado, amigo lector. Y aún es mucho lo que nos queda por añadir a esta serie, por lo que una vez más, le invito a estar atento, para obtener todas las claves de una cuestión que como la del celibato sacerdotal, se halla siempre tan de rabiosa actualidad, y no sólo, como pudiera pensar alguno, estos días. Que en esto como en tantas otras cosas en la Historia, no hacemos más que dar siempre vueltas a las mismas cosas.
 
 
 
 
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