Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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De los cristianos egipcios en la Plaza Tahrir

por Luis Antequera

 
            Acabo de contemplar en televisión la conmovedora escena en la que se ve a un pope del cristianismo egipcio paseándose por la Plaza Tahrir de El Cairo y exhibiendo una cruz, evento que se une al que conocimos hace unos días en el sentido de que cristianos y musulmanes rezaban juntos para el triunfo de la revolución que tiene lugar estos días en la capital del importante estado magrebí.
 
            Ante este estado de cosas, cabe preguntarse cuál es la situación de los cristianos en Egipto. Pues bien, lo primero que se puede decir es que equivalen a un nada despreciable 12% de la población total, es decir, algo más de diez millones, que no son, en modo alguno, pocos, dadas las circunstancias, pues representan prácticamente dos tercios de la población cristiana en Medio Oriente.
 
            La gran mayoría de ellos son coptos monofisitas que rompen con la Iglesia con motivo del Concilio de Calcedonia del año 451 en el que se condena el monofisismo. Amén de ellos, hay también unos doscientos mil católicos, procedentes en su mayoría de la reconciliación con Roma realizada por el obispo copto Amba Athanasius en 1741.
 
            Lo segundo que hay que decir es que la situación de los cristianos en Egipto es dura. Excluidos de los puestos dirigentes en las fuerzas armadas, la política, la policía, las universidades, los ataques a la comunidad se suceden por doquier.
 
            La violencia contra cristianos adopta diversas formas. Desde la más institucional, con los llamamientos esporádicos de algunas mezquitas a la yihad [guerra santa] anti cristiana; o la fatwa [decreto] emitida por el Consejo Islámico de Egipto, en la que establecía que “es un pecado contra Dios que un musulmán done dinero para construir iglesias”; o la pintoresca, si no fuera dramática, prohibición de una asociación médica controlada por los Hermanos Musulmanes, del trasplante de órganos entre personas de distintas religiones. Hasta la más espontánea, con gravísimos atentados como el asesinato de dos cristianos en Hagaza (Alto Egipto) producido en abril de 2009; el ocurrido en octubre de 2009, en el que la víctima, después de recibir varios disparos en la cabeza, fue degollado y su cuerpo arrastrado por las calles; y, sobre todo, el acontecido el 7 de enero de 2010, en el que varios coptos fueron abatidos a tiros al salir de la iglesia de Mar Girgis (San Jorge) en Nag Hamadi (Alto Egipto), con resultado final de siete muertos y doce heridos, masacre que era revancha por la violación de una niña musulmana de 12 años, presuntamente cometida por un copto, aunque su culpabilidad nunca quedó probada.
 
            En los últimos 30 años, han sido asesinados en Egipto unos mil ochocientos cristianos, -para que se hagan Vds. una idea de la gravedad de la situación, más del doble de los asesinatos producidos por la ETA en España en cincuenta años- sin que, según asegura el Informe de libertad religiosa en el mundo 2010, nadie o casi nadie –el asesinato de los cristianos de Hagaza sí se saldó con una condena a cadena perpetua de cinco de los asesinos- haya sido condenado por ello.
 
            El asesinato no es la única forma de violencia intimidatoria contra los cristianos egipcios. Son también frecuentes los secuestros de mujeres para a casarlas con musulmanes, y los arrestos de personas por el solo delito de llevar una Biblia en la mano, o por abrir comercios durante el ramadán, a pesar de no existir prohibición expresa de hacerlo en la legislación egipcia.
 
            El 28 de abril de 2009, so pretexto de prevenir un brote de gripe porcina, el Gobierno egipcio ordenó el sacrificio de los 300.000 cerdos del país, criados, evidentemente, por cristianos. En 2010, un tribunal obligaba a la Iglesia copta a casar religiosamente a un cristiano divorciado, con el argumento de que la sharia, fuente máxima del sistema legal, permite la celebración (a los musulmanes) de un segundo matrimonio religioso una vez producido el divorcio o repudio, bien es cierto que el Tribunal Supremo revocó la sentencia.
 
            La conversión al cristianismo es, por descontado, ilegal, -y ello aun a pesar de que el artículo 46 de la Constitución consagra la libertad de creencia y religión-, por ser contraria a la sharia, en nombre de la cual, importantes autoridades, como por ejemplo hizo el rector de la Facultad de Estudios Islámicos de la Universidad de Al Azhar, emiten fatwas condenando a muerte a los considerados apóstatas. El caso de musulmanes convertidos al cristianismo es más frecuente de lo que pueda pensarse y afecta a varios miles, que viven, en su mayoría, ocultos. En julio de 2009, la madre de unos gemelos cristianos de quince años, solicitó al tribunal la custodia de sus hijos después de que el marido la abandonara y se hiciera musulmán. Ganó el caso, pero el tribunal ordenó la conversión de los chicos al islam, basándose en el principio de que los hijos deben seguir la religión del padre. Cabe preguntarse qué habría dictado el tribunal si el padre se hubiera convertido al cristianismo, y fuera la madre musulmana la que reclamara la custodia de hijos igualmente musulmanes.
 
            Pues bien, tal es la situación de los cristianos en Egipto. La gran incógnita es cómo pueden afectar a su vida cotidiana los importantes acontecimientos que tienen lugar estos días en El Cairo. Todo lo que sea un sincero transitar hacia la democracia tendrá para ellos, sin duda alguna, importantes repercusiones positivas. Pero la caída de la revolución en las manos del intransigente islamismo egipcio de los Hermanos Musulmanes por ejemplo, supondrá para ellos, en cambio, la peor de las noticias imaginables y, seguramente, la necesidad para muchos de abandonar el país, como ya ocurre con toda la frecuencia que las circunstancias lo permiten, en Irak o en Pakistán.
 
 
 
 
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