Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque Él es nuestro Dios (Sal 95(96),6s).
Una vez reunidos en torno al altar, dentro del espacio en que va a tener lugar la celebración, suena la antífona. Salvo los ministros que entrarán en procesión, todos ya están dentro y, sin embargo, comenzamos con una invitación a entrar.
Las cosas materiales, sean inanimadas o no, tienen una presencia muy limita en los lugares, es un estar en simple respectividad física con las otras cosas. Pero esto no es lo más grave, ciertamente tienen una única forma de estar presentes, pero lo más radical es que su estar presente no viene decidido por ellas; están así y no pueden no estar de esa forma o estarlo de otra.
Los seres espirituales tienen distintos modos de presencia por la intensidad de la misma y deciden sobre ellos. El hombre, al ser material y espiritual, está presente como cualquier cosa material y se puede además hacer presente o ausente desde sí mismo con intensidad diversa.
De ahí que, a los que estén presentes en el templo, se les pueda hacer una llamada a entrar, es decir, a estar presentes desde sí mismos con la mayor intensidad. ¿Pero sería esto suficiente? ¿Por mucho que desde uno mismo se estuviera presente a los demás, se estaría presente en la liturgia que se celebra en unión a la celeste?
Hay un modo de presencia que no está al alcance de las criaturas, es el propio de Dios. Su modo de estar presente es estarlo trascendiendo las cosas en que está presente; es presencia de santidad. Por don divino, los bautizados participan de la vida divina y, por tanto, de un modo de presencia que no es meramente creatural. De ahí, entre otras cosas, que podamos confesar la comunión de los santos.
Solamente la soberbia nos di-socia de la gracia para quedarnos en nuestras posibilidades meramente creaturales. Para hacerse presente desde sí en presencia de santidad es menester que sea presencia desde la humildad; ahí, en la medida que estemos, nuestro obrar es un obrar agraciado.
La antífona nos pide la actitud propia ante los misterios divinos, la actitud desde la cual podemos estar presentes: la humildad. Por ello, la llamada a comenzar postrándonos en tierra, en humus, en humildad, bendiciendo la criatura al Creador. Y todo ello por la única motivación que nos lleva a la humildad. No se es humilde por voluntarismo, nos humildamos porque Él es Dios. Su divinidad nos lleva a la humildad.