Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Durante este verano vamos a ir descubriendo cosas curiosas que nos ofrecen las hemerotecas

Un verano por la hemeroteca (3d): Fátima, 1934

por Victor in vínculis

Cae una lluvia torrencial, y nuestro paso por Aljustrel despierta los ladridos de los perros guardianes… Al salir fuera de poblado, localizamos otra choza con honores de casa, y en ella, hilando a la luz de un veterano quinqué, está la vieja mujer que trajera al mundo a los pequeños pastores Francisco y Jacinta, que con Lucía de Jesús hablaron con la Señora de los Cielos… Junto a ella, un hombre viejo contempla en silencio con ojos de candor. Es el padre de los pequeños videntes. Pregunto por estos, y por toda contestación, aquellos viejos entonan un triste concierto de lamentos y sollozos…

-¡Morreron, senhor, morreron, a los dos años de ser ungidos por la gracia divina!...

LUCES EN LA SOMBRA…

Al filo de las tres de la madrugada embocamos en la carretera que va desde Leiria al Santuario de la Perla de Portugal. Una hora más tarde coronamos las crestas que cierran el estrecho valle, y a un tiro de fusil del manantial milagroso que descubrieran los pastorcillos videntes de Aljustrel, hemos de apearnos del coche. No hay posibilidad de avanzar más. La amplia carretera está interceptada por cientos, acaso miles de vehículos. No hay castas en este espectáculo de fervor terreno. Junto al auto maravilloso, la tartana desvencijada. Al lado del brioso caballo, el escuálido jumento. Nada de preferencias, nada de privilegios. Todos, ricos y pobres, avanzan en apretado haz a rendir el tributo de su fe y de su esperanza a la Virgen de Fátima. De improviso, allá en la lejanía, en el fondo del valle, miles de luces, que, obedeciendo a una señal que no se percibe, se agrupan, se forman, se ordenan, y, en medio de unos cantos litúrgicos que no alcanzamos a descifrar, aquella misteriosa e interminable columna de almas en vela avanza a través del valle como una fantástica procesión de esperanzas iluminadas por la devoción.

Solo se percibe un rumor constante, acompasado, de millares de bocas que musitan oraciones en todos los idiomas, en todos los tonos…

AL AMANECER

Amanece en la lejanía. Y al clarear el día primaveral, sorteando mil obstáculos, avanzamos a pie, camino del Santuario de Fátima, que, como todos los años en esta fecha del 12 de mayo, está invadido por miles de peregrinos que llegaron de Leiria, Torres Vedras, Curem, Figueiro dos Vinhos, Valado, Belmonte, Santa Catarina da Serra, Coimbra, Santarem, Braga, Oporto, Espinho… Gentes del Sur y del Norte, del litoral, del interior, creyentes que atravesaron las estepas del Alentejo y las verdes campiñas de la Galicia lusitana, caminando días y días a través de carreteras y caminos, como el peregrino mendigo que viéramos en Coimbra…

Aquí no hay hoteles, ni fondas, ni mesones… Un modesto albergue y unas casuchas humildísimas es todo lo que constituye el término de la Municipalidad de Cova da Iria. Las dos interminables llanadas que forman el prado de la Virgen de Fátima dan la sensación de un campamento inmenso de gentes que fueran recorriendo el mundo, llevando sobre sus hombros su casa y su hogar…

Los creyentes no sienten cansancio ni frío. Acampan donde pueden y como pueden. Todo son molestias, privaciones, sacrificios, pero nadie exhala una queja. No hay contrariedades ni sinsabores para estos seres.

A un lado de la carretera, como una profanación, el negociante que siempre siguió a las grandes aglomeraciones ha establecido larga hilera de casetones y tenderetes, donde brinda a los devotos estampas, rosarios, medallas, velas, libros, postales con la imagen de Fátima, con sus narraciones, sus milagros y sus leyendas…

En medio de tanto silencio como reina en todos aquellos contornos, es en este sitio donde únicamente se oyen desatentados gritos de vendedores que acosan a los devotos con estampas, rosarios, medallas y escapularios de la Virgen…

La ancha rampa que conduce a la capillita donde está la Perla de Portugal desaparece bajo un mar de cabezas humanas. El monumento circular, de cuyas paredes surgen un centenar de fuentes, por cuyas bocas salta el agua milagrosa, se ve asediado por grupos de enfermos que quieren beberla para que Fátima les devuelva la salud. A la izquierda, el hospital, donde cientos de devotos, transportados desde todo el país, esperan en camillas y cochecillos su posible traslado a la fuente del milagro…

Hacia el norte, una mole de mármoles y una monumental escalinata dan idea de lo que en años venideros será la basílica de la Virgen de Fátima. Amparándose en sus muros gigantescos, la pequeña iglesia, que las primeras devociones y limosnas consagrará a la imagen, y hasta cuyo interior no sé cuándo podremos llegar. Adosada a la pared, un cobertizo inmenso, desde el cual presencian durante la mañana el oficio divino los enfermos. Y en el centro del valle, en el mismo punto donde años atrás estuviera el árbol de las maravillosas apariciones, una capillita humilde…

Y en alucinante camino de penitencia, muchos seres humanos, hombres y mujeres, niños y viejos, marchan sobre las rodillas, descalzos, con los brazos en cruz, arrastrándose por la tierra.

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