Domingo XXII T.O. y pincelada martirial (C)
Lo acabamos de escuchar en este Evangelio. Y es posible que el que te convidó venga y te diga: Amigo, sube más arriba; lo cual entonces será un honor para el interesado. Pero no hemos de sentarnos en el último lugar por esta honra posterior. Sino como nos enseña la instrucción paulina: Que cada cual considere a los demás como superiores a sí mismo (Flp 2,3), estimando en más cada uno a los otros (Rm 12,10). Esto sin cálculo, más bien con la idea de que el otro no habrá hecho tan mal uso de la gracia de Dios como yo. No me corresponde en absoluto juzgar sobre su utilización de la gracia (No juzguéis, Lc 6,37), pero sí sobre la mía. Y si yo hubiera usado de otro modo y mejor lo que se me ha regalado, las cosas irían mucho mejor en el mundo: entre las personas que conozco y entre aquellas que no conozco. Por tanto, la humildad que Jesús exige no es ninguna virtud, sino tan sólo el reconocimiento de la verdad. Si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo (Ga 6,3).
Muchos tienen esto por imposible[1]. Les parece evidente que otros han cometido crímenes más graves que ellos; que si éstos han merecido penas definitivas, ellos mismos deberían escapar con un castigo leve. San Pablo afirma: Yo ni siquiera me juzgo a mí mismo, … Mi Juez es el Señor (1Co 4,3s.) Él no pone sus miras en un: Amigo, sube más arriba. La importancia está en el verdadero camino de la humildad; no en hacer las cosas porque los otros nos vean.
Al pecador que soy yo no le queda otra cosa que levantar los ojos al crucificado. El hecho, afirma el cardenal Balthasar, está puesto ante mis ojos de manera que sería absurdo querer, por generosidad, deshacer lo hecho y decir al que expía por mí: baja de la cruz y déjame a mí el sufrimiento. Sería absurdo, porque el ladrón dice con toda razón: ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena (in eadem damnatione)? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos (Lc 23,40s). Una condena (damnatio) merecida no puede ser representación vicaria.
Toda gracia es de balde; al hombre le resulta difícil comprender esto hasta las últimas consecuencias. Siempre cree, pese a todo, que merece algo y que está autorizado para subir más arriba. Ojalá aprendamos a no envidiar la ventaja de los demás y así reconozcamos la plena gratuidad del amor desde el último puesto.
Humillarse es ponerse en las manos de Dios, ser sumisos al Señor, que es nuestro Dios; recobrar nuestro puesto verdadero, que no es el primero, sino el último delante de Dios; eso es buscar el camino de ser de verdad enaltecido, porque no hay nada que enaltezca más al corazón humano, que llegar a la posesión de Dios. Es tan fácil y a la vez tan difícil… Pero cómo no seguir el ejemplo de la Santísima Virgen María: Porque ha visitado la humildad de su esclava. ¡Madre Santísima, danos el conocer el auténtico camino de la humildad, de la entrega, de ser por el Reino los últimos!
María es el mundo más hermoso que Dios ha creado, decía San Luis María Grignion de Monfort: Dios ha juntado todas las aguas y las ha llamado mar, ha juntado todas las gracias y las ha llamado María. Y añadía: María es la brújula que siempre señala hacia Jesús..., es el imán que atrae al Espíritu Santo.
El amor a la Virgen, afirma el Cardenal Iván Dias, que fue arzobispo de Bombay (India), forma parte de la terna que profesamos, y que distingue a nuestra fe católica; es decir, Jesús, María y el Papa. Pienso, decía en unas recientes declaraciones, en un episodio que sucedió en Nagasaki, Japón, hace 150 años. La Iglesia florecía en aquella región durante la predicación de San Francisco Javier, hace más de 400 años, pero a causa de las persecuciones tuvo que esconderse en la clandestinidad.
De entre los muchos mártires del Japón, este martes la localidad toledana de Sonseca celebra la santidad del beato Gabriel de la Magdalena. Había nacido en 1567, estudió y ejerció la medicina y a los treinta años ingresó como lego en la Orden franciscana de la rama alcantarina. Su gran deseo de servir a Cristo le hizo ofrecerse para las misiones, primero en Filipinas y después en el Japón, donde se dedicó a curar cuerpos y almas en los hospitales de Osaka. Su fama de buen médico fue tan grande que incluso se dijo que podía ser nombrado médico personal del propio Emperador; de hecho, curó de una enfermedad muy grave al hijo del Gobernador. Pero todo esto no le valió para librarse de poder ofrecer su vida: fue martirizado, quemándole vivo, junto a otros cinco religiosos, y sus cenizas fueron arrojadas al mar.
Se cuenta que pasados 250 años un misionero europeo volvió a Nagasaki, y como hablaba japonés iba preguntando a la gente si quedaba algo de la fe cristiana de los comienzos. Encontró a un viejecito, que le invitó a ir por la tarde a un lugar para hablar con un grupo de ancianos. Estos le interrogaron: Dinos, ¿por qué has venido? Y el sacerdote les contó la vida de Jesús. Al terminar le dijeron: Ahora háblanos de su Madre. El misionero habló de María Santísima. Luego otro añadió: ¿Te ha mandado el hombre de blanco? El sacerdote se quedó un momento perplejo antes de intuir que se refería al Papa vestido de blanco, y luego dijo que sí, que lo mandaba el hombre de blanco. ¿Dónde está tu mujer?, le preguntó otro anciano. El misionero respondió que no estaba casado. Entonces el viejo que le había invitado a la reunión se levantó y trajo de otra habitación un cáliz. Nuestros antepasados, dijo, antes de sufrir la persecución y la muerte nos entregaron este cáliz, diciéndonos que no se lo diéramos a nadie, sino a quien conociera a la Madre, fuera enviado por el “hombre blanco” y no estuviera casado. Antes que tú han venido otros, pero no conocían a la Madre, no habían sido enviados por el hombre o estaban casados. Así que no les dimos el cáliz, nos lo hemos ido pasando de generación en generación. Tú eres el primero después de 250 años que cumple todas las instrucciones que nos dieron nuestros antepasados y te lo entregamos con alegría. Así volvió a comenzar allí el cristianismo[2].
Perdonad que aunque me alargue prosiga con el testimonio que el Cardenal Dias nos da. Afirma que son muchos a los que el Señor en la India está atrayendo a la fe cristiana, y cuenta la historia reciente de Usha, una estudiante de medicina de Bombay.
Esta joven era hindú y pertenecía a la casta brahmánica, la más alta y orgullosa del hinduismo. En el colegio compartía habitación con otra colega, Rosa, que era católica. Dos veces a la semana veía que su compañera salía a primeras horas de la tarde y volvía de noche contenta y feliz. Después de cierto tiempo, llena de curiosidad, Usha le preguntó que adónde iba, y Rosa le dijo que con algunos amigos participaba en un grupo de oración de Renovación Carismática. Siempre por curiosidad, porque seguía siendo hindú, comenzó a acompañarla y a participar en las reuniones del grupo, aunque sólo en los cantos. Luego comenzó a hojear la Biblia... Cuando supo que iba a misa decidió ir con ella, y le hacía muchas preguntas, especialmente sobre la santa comunión, pues veía que Rosa recibía mucha alegría y beneficio espiritual. Al saber que en la Eucaristía estaba presente Jesús en persona, sintió no poder recibirlo porque no era cristiana. Un día recordó las palabras de un profesor de medicina, que le había enseñado que hay sustancias tóxicas que con sólo tocar la lengua invaden mortalmente el cuerpo. Usha pensó que dicho principio debía valer también para las sustancias buenas. Así que, cuando Rosa volvió a su puesto después de haber recibido la comunión, le pidió que le dejara poner una mano sobre su hombro, para poder participar de este modo de las gracias que Rosa recibía de Jesús Eucaristía. Recordaba, en efecto, que una mujer del Evangelio había hecho un gesto de fe parecido y había sido curada al instante de una penosa y duradera enfermedad cuando tocó el borde de las ropas de Jesús. Pasó el tiempo, y un día Usha tuvo un sueño especial, que ella misma ha contado así en un testimonio público: Vi a Jesús que lloraba, así que también yo comencé a llorar abundantemente. Entonces Jesús me preguntó: ¿Por qué lloras? Le dije: Porque estás tan cerca de mí en el momento de la comunión, pero no te puedo recibir. Jesús me dijo: Yo también lloro por lo mismo. Usha no tardó más: pidió enseguida el bautismo para poder gozar de la dulce compañía de Jesús Eucaristía. Usha fue atraída al redil del Buen Pastor con el ejemplo de su colega Rosa. Así de sencillo: viviendo nuestra vida de comunión, nuestra vida de caridad con los demás, con los necesitados. Dios no necesita muchas palabras, sino muchos testigos. “Es que no voy a poder... Es que me cuesta tanto dar testimonio...”. ¡Con sencillez! Decimos hoy en la oración tras la Comunión: Con el amor con que nos alimentas, fortalece nuestros corazones... y así te sirvamos.
¿Pruebas? Vendrán muchas. ¿Dificultades? No cesarán. Pero cuando estamos con el Señor vencemos. Y entonces no hay que tener miedo; entonces Jesús se acerca a nosotros y nos dice: Amigo, sube más arriba, al primer puesto, porque quiero tenerte a mi lado.
PINCELADAS MARTIRIALES
Recordamos hoy el martirio del beato Cosme Brun Ararà (Santa Coloma de Farnés, Gerona, 12 de noviembre de 1894 - Boadilla del Monte, Madrid, 1 de septiembre de 1936), cuyo nombre de nacimiento era Simón Isidro Joaquín.
Fue confirmado por el obispo Josep Torras i Bages. Ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios el 9 de noviembre de 1916 y en 1917 se trasladó a Mataró (Barcelona). Profesó solemnemente el 3 de junio de 1921. Prestó sus servicios en distintas localidades como Barcelona, San Baudilio de Llobregat, Madrid, Valencia, Palencia, Pamplona, en el Antiguo Hospital Psiquiátrico de Santa Águeda de Mondragón, Málaga, Granada, Sevilla, Gibraltar, Ciempozuelos y Carabanchel Alto.
El 1 de septiembre de 1936, cuando daban de comer a unos enfermos, unos milicianos llevaron a Cosme y sus compañeros a Boadilla del Monte, donde fueron asesinados. Su cuerpo fue encontrado incorrupto cuando la fosa fue abierta en 1942. Fue beatificado en Roma el 25 de octubre de 1992 por el papa Juan Pablo II junto a otros 70 religiosos de la misma orden. Sus restos descansan en la cripta de la Fundación San José de Carabanchel Alto, aunque también hay reliquias suyas en la Basílica de Santa María de Mataró y en la iglesia parroquial de Santa Coloma de Farnés.
[1] Hans Urs von BALTHASAR, Tú tienes palabras de vida eterna, página 193siguentes (Madrid, 1998).
[2] Iván DIAS, de una entrevista concedida a la revista 30 Días, nº6, julio 2001.