Sábado, 02 de noviembre de 2024

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Dios nunca pasa de moda

por Guillermo Urbizu


Dios nunca pasa de moda. Aunque lo quieran expulsar del templo que es el mundo (de Su propia creación), aunque parece que muchos se empecinan en no querer saber nada de Él. A pesar de todo Dios está dando mucho de sí. Lo combaten con criminales o estrambóticas leyes, lo persiguen, lo torturan de nuevo con blasfemias, le escupen en el rostro de sus seguidores. Pero no dejan de hablar de Él. Y quieren manipular la verdad, y retuercen sus muñecas para clavarle otros clavos más refinados si cabe. Que sí, que sí, que Dios está de moda. Pero si no hay más que ver las gacetillas y el ahínco de ciertos titulares. Y los libros que se publican. Los títulos y portadas hablan por si solos. Ningún género literario se salva. Dios está caricaturizado en la enésima novela historicida. Dios está en sesudos ensayos que intentan solventar su no existencia, o en otros que inciden en una parodia teológica. Dios vende. Decididamente autores y editores -son unos linces- se han dado cuenta que Dios es un negocio de posibilidades infinitas. Omito aquí la literatura piadosa, doctrinal o respetuosa. No por nada, es que lo otro llama más la atención. Los colorines y las sarcásticas referencias a lo católico son decisivas. Y me pongo en situación de multitud de gentes a los que les ocurre lo mismo. Y que se deciden a comprar cualquier bazofia que la sibilina publicidad nos sirve en bandeja, o quizá nuestra propia falta de criterio (tomar a Dios en serio cuesta y es preciso cortar por la sano de tal canal o de tal periódico borde). Sueltos, crónicas y libros. Escritos algunos con la aquiescencia de ciertos teólogos despistados, o escritos por gacetilleros ensimismados en la nómina de algún Pilato. Cualquier referencia bíblica, o la fantasía aplicada a sus personajes, dan para un suculento título. Que es lo que más vende: un buen título. El resto ya se sabe. Más de lo mismo. O quizá menos. Y los católicos andamos lastrados muchas veces por esa publicidad o quizá es que todavía vivimos lo divino a la remanguillé. Pero debemos transformarlo todo en optimismo. Dios está siempre en el candelero porque el corazón humano no puede dejar de vivir sin Él. Queriendo negarle es como si hicieran un desarraigado acto de fe. Su pensamiento más íntimo es que quieren creer en Él. Aunque pensarlo les parezca una broma cruel. Tal vez haya en el fondo de esos desquiciados libros o programas o columnas un intento -por pequeño, lejano y heterodoxo que pueda parecer- de hablar con Dios, de querer encontrar una paz que se les escapa. 
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