Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Carta al niño Dios

por Guillermo Urbizu


Escribo, escribo, escribo. Y leo a mansalva. ¿Vocación profesional? Yo más bien me inclino a que se trata de asuntos del alma. Pero, ¿y rezar? ¿Y desagraviar mis faltas, y adorar a mi Dios? La vida es una, es comunión de afectos. Cuando trabajo, desagravio y rezo, y me sacrifico no poco. Aunque sigo pensando, niño Dios, que, pese a que quiero amarte, la mayoría de las veces está mi cabeza dando vueltas a diferentes planetas. Y me escabullo. Soy una nebulosa que no acaba de concretar y de arrodillarse. ¿Cuándo voy a verte? Me esperas, y yo sé que me conviene mirarte, pero en el último momento tomo otra calle o me compro el periódico. Mi niño, es Navidad, has nacido, quisiera que me enseñaras a vivir, y a morir a lo mío. Quisiera aprender el amor de ti, tan niño, y tan maestro. Eso quisiera, un alma niña, de mirada inocente. Y poder mirarte con ella en el pesebre. Lo he decidido Jesús mío, o escribo para ti o no escribo para nadie. Verlo todo desde ti, desde tu Corazón recién nacido. ¡Qué frío hace! Y tengo frío porque no acabo de calentarme junto a ti y junto a tu Madre bendita. No me acerco más por todos mis pecados, que me alejan, aunque me invente excusas verdaderamente curiosas. ¡Ay, todos esos libros! No me dejes sin ellos, pero pensaba… si por cada uno de esos textos, no sé, me hubiera ocupado de un alma. Insistir al cielo, decirte, porfiar sin rendirme. Comienzo hoy de nuevo. Niño mío, abrásame de amor, para saber de verdad lo que es la vida: tu Vida. Y encauzar cada detalle hacia ti, mi Rey, para que tú lo transformes en gozo, en esa enjundia que lava mis heridas. Quiero saberte, contemplar más a fondo tus ojos, sin distraerme ni un ápice de la ternura que ofreces. Mi niño, mi niño, soy mal poeta y no sé cantar bien lo que mi corazón rebosa. No sé, y mira que lo intento; pero después de todo, después de tanto emborronar tu gracia, me quedo siempre en la prosa. ¡Qué le vamos a hacer! Pero no me conformo. Quiero amarte, quiero ser niño, quiero ser santo. Conocerte más de cerca, más entrañable. Estoy harto de vivir entre imposibles, entre tantos apaños, que es lo que me caracteriza. Mi fe necesita verte. Haz el milagro, niño mío. Que pueda jugar contigo, y que no me canse de tomarte en brazos, de comulgarte a diario y comerte a besos. 
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