Compromiso con lo que realmente cubica
por Guillermo Urbizu
Me siento comprometido. Con Dios, con mi familia, con mis amigos, con la gran literatura, con la naturaleza, con lo que escribo… En un compromiso de amor. No puedo decirlo más claro, aunque esto me acarree la indiferencia o la ironía. Porque lo que realmente me importa es ser feliz. Mejor dicho: lo que verdaderamente me importa es hacer felices a los que me rodean. Incluido Dios. ¿Qué otra cosa merece la pena? Yo mismo intento creer que hay otras causas, pero siempre vuelve el alma al principio. De lo contrario me disipo en un olvido que hace de mi sonrisa una mueca falsa.
Sé que nombrar a Dios le pone a uno en un brete ante el mundo y su aparente fulgor. Hiere la indiferencia burguesa de muchos que no perdonan el peso de su tristeza. Sé también que la palabra “alma” puede desbaratar cualquier prestigio, cuando la realidad es que su esencia nos salva de la decrepitud. Y es que tenemos miedo de ser nosotros mismos. Un pavor tremendo arrastra nuestra voluntad al silencio. Nos arrugamos y sentimos como una inseguridad que nos precipita a la tibieza.
No ser fieles a nuestros compromisos -se mire como se mire- es la manera más tonta de no ser feliz. Porque la felicidad es causa de una coherente gallardía moral. Invertir los términos significa que sea plausible cualquier error. Y la persistencia en ese error se magnifica en un comportamiento personal incontrolable, donde lo más fácil es seguir la corriente de la especulación social. Y nos escondemos el alma en el bolsillo, no vaya a ser que alguien descubra que uno reza o que es fiel a su mujer.
Dios, la familia, los amigos, la gran literatura, la naturaleza o ese poema que acabo de escribir, exigen que uno trascienda su propia inopia, esa imagen de si mismo que transita por el espejo curvo de la fantasía. Exigen una actitud humilde, lejos de la retórica efectista que ahora se estila y que se repite con machacona insistencia en la programación televisiva. Lo bueno ha dejado de ser noticia. ¿Hasta cuando? Pues supongo que hasta que perdamos la vergüenza de ser lo que somos: cristianos. Con sencillez y valentía.
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